La violencia política cobra víctimas todos los días. Debe tomarse en serio la seguridad de la Presidenta.
Es muy grave la irresponsabilidad de la Presidenta al no reforzar su círculo de seguridad. No se trata de su protección personal, sino de la Jefatura del Estado mexicano. El entorno no podría ser más amenazante. La violencia política cobra víctimas todos los días. El asesinato del presidente municipal de Uruapan la noche de muertos tuvo un impacto extraordinario en el país, pero es, trágicamente, un asesinato entre muchos. Ayer mismo nos enteramos del homicidio del expresidente de Zongolica, Veracruz. Líderes sociales, activistas, periodistas, representantes empresariales, jefes policiacos, legisladores, candidatos de todos los partidos son baleados cotidianamente. Nos hemos habituado a estos crímenes que no son solamente exterminio de enemigos sino amenaza al resto de los actores políticos que se atreven a confrontar a los delincuentes.
A pesar de la sangre que corre por el país, de la intensidad de sus conflictos, del enorme poder y riqueza del crimen organizado; a pesar de la barbarie circundante, la Presidenta se aferra a sus hábitos y asegura que no reforzará su estructura de seguridad. Sheinbaum se comporta como si viviera en la más apacible de las aldeas del mundo. Sigue decidiendo sus desplazamientos por impulso, carece de un servicio profesional de seguridad; no tiene un equipo que garantice su tránsito seguro. Como en tantas otras cosas, la Presidenta mantiene la demagogia de su antecesor, quien se deshizo del Estado Mayor Presidencial sin formar un cuerpo confiable de protectores. No necesito de guardaespaldas porque mi protector es el pueblo, decía; no los necesito porque quien nada debe nada teme, porque la vieja estructura es cara, ostentosa y aísla al Presidente de su gente. La demagogia no protege al demagogo.
Hace unas semanas la Presidenta fue víctima de un delito en las calles de la Ciudad de México. La Presidenta habló del hecho y presentó una denuncia para que el abusador recibiera el castigo de ley. Pero ese abuso no configuró solamente un delito, puso también en evidencia que la Presidenta no tiene la protección que necesita. El equipo de ayudantes de la Presidenta reaccionó tarde a la agresión del borracho. Y después, dejó ir al agresor como si nada hubiera pasado. Hace unos días vimos a la Presidenta de la República atrapada por manifestantes que le impedían el paso. Le exigían la firma inmediata de unos documentos, petición a la que, al parecer, accedió inmediatamente. Pero, más allá de la respuesta política de Sheinbaum ante la coerción, lo que me interesa subrayar ahora es la falta de un protocolo estricto en los desplazamientos de la Presidenta para garantizar su seguridad.
Es claro que la Presidenta busca proyectar una imagen de accesibilidad. Es más claro aún que pretende seguir todos los ritos y prácticas de su antecesor y que una de las ceremonias más importantes del nuevo régimen es el roce popular. Sheinbaum quiere trasmitir que es una mujer cercana a su pueblo, que recibe espontáneas muestras de afecto y que ese cariño es el aliento que necesita para gobernar. Por supuesto, nadie recomendaría el enclaustramiento a la Presidenta. Un gobernante debe salir de la oficina, dejar el palacio que habita para ir al encuentro de la gente. El peor de los pecados políticos de esta era es la distancia. La Presidenta debe salir de palacio para tomarle el pulso al país. Pero debe encontrar el equilibrio para cuidar su seguridad. La Presidenta no puede actuar como si la violencia no existiera en México. Seguir haciéndolo, sin un cuerpo profesional de protectores, sin protocolos estrictos para sus movimientos, sin evaluación puntual de riesgos en cada uno de los eventos en los que participa es una gravísima irresponsabilidad.
Tomarse en serio la seguridad del país es también tomarse muy en serio la seguridad de la jefa del Estado mexicano. La demagogia con la que se ha tratado el tema, la ligereza con la que se deshizo el Estado Mayor Presidencial, la falta de un reemplazo profesional y confiable, la improvisación que se observa en desplazamientos de la Presidenta y la falta de cuidado en la organización de los eventos públicos a los que asiste la Presidenta son un riesgo gigantesco para la Presidenta y para el país entero.