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De los sesenta años en adelante se considera que se ha ingresado a la tercera edad. Habitualmente, a partir de entonces se presentan las jubilaciones o retiros. De esta forma, hombres y mujeres terminan su vida laboral, aunque sabemos que muchos se mantienen ocupados con actividades diferentes. El paso de los años erosiona las facultades físicas y mentales de las personas, aunque no todos envejecen igual; depende en gran parte de cómo vivieron.
CAMBIOS FÍSICOS
Según algunos criterios gerontológicos, la tercera edad se divide en tres etapas: la senectud, que va de los 60 a 70 años; la vejez, de los 70 a los 90 años, y los grandes ancianos, quienes superan las nueve décadas de vida.
En las mujeres de alrededor de 40 años aparece la menopausia, y con ella una disminución de las hormonas sexuales. Se trata de una condición que puede agravarse en caso de no recibir atención médica sustitutiva.
Al llegar a los sesenta, una de las molestias más frecuentes asociadas a la sexualidad es la resequedad vaginal, la cual causa dolor y ardor durante la penetración, llevando a una disminución de la libido y, consecuentemente, provocando conflictos con la pareja. Esa sequedad también suele propiciar infecciones recurrentes que, muchas veces, por error, se atribuyen a las relaciones íntimas.

El hombre, por su parte, llega a notar la disminución de su capacidad sexual desde los 45 a 50 años de edad. A partir de entonces, comienzan las dificultades para alcanzar o sostener las erecciones. Asimismo, el deseo puede verse disminuido si el varón no realiza ejercicio constante, si lleva una dieta desordenada o si vive alterado por el estrés.
Alrededor de los 60 y 65 años, los niveles de testosterona experimentan una baja notable y la capacidad eyaculatoria del senecto se reduce en cuanto a la fuerza de expulsión del semen y el volumen eyaculado. El placer orgásmico se conserva en la mayoría de los casos, pero sin erección.
RETOS PSICOLÓGICOS
La negación es un mecanismo psicológico que se utiliza para evitar asumir una realidad dolorosa. A muchos ancianos les cuesta aceptar los cambios que sufre su cuerpo en todos los sentidos, particularmente en lo sexual.
Llegar a viejo puede ser un proceso tranquilo o lleno de inquietud. Si de joven se tenía poca autoestima o una baja aceptación de la imagen corporal, entonces la vejez probablemente agravará estas ideas con los cambios que ocurran en el organismo —por ejemplo, la pérdida de masa muscular, conocida como sarcopenia—, provocando un rechazo a los deseos propios.
Muchas veces, la impotencia emocional impide contener los sentimientos de minusvalía en cuanto al desempeño sexual. La confianza también se ve dañada si se experimenta la sensación de pérdida de importancia al encontrarse fuera del ambiente de trabajo, donde anteriormente se gozaba de cierto reconocimiento.
La intimidad con la pareja ya no es la misma. Tal vez se ha avinagrado el carácter de ambos y la espontaneidad ha desaparecido.
Estos factores hacen al individuo caer en batallas mentales donde con frecuencia sale mal parado.

LA CUESTIÓN CULTURAL
Es muy duro remar contracorriente. Culturalmente, la expresión sexual de los ancianos suele ser rechazada. Aunque al hombre se le ha apoyado más que a la mujer para manifestar su sexualidad desde la pubertad y mantenerla hasta la vejez, en Occidente la tendencia es invisibilizar esta dimensión humana en la tercera edad. Por ello se cree inexistente.
Se pudiera decir que el criterio biologista es implacable en cuanto a los atributos para mantenerse sexualmente activo; sin embargo, esto no es así, sino que hay que tomar en cuenta la suma de varias condiciones. La capacidad de goce de hombres y mujeres no se pierde, se transforma con los años.
Los sexólogos William Masters y Virginia Johnson realizaron investigaciones relacionadas con la respuesta sexual humana, encontrando que la edad la limita, pero no la impide.
La aportación más relevante de este par fue demostrar la capacidad multiorgásmica de la mujer a lo largo de su vida, pudiendo interrumpirse por algún hecho traumático físico o psicológico, por enfermedad o medicamentos, más no por la edad.
Hoy se sabe que quien experimentaba un deseo apacible y se sentía conforme con una relación a la semana o a la quincena, llegará a la tercera edad con menos ímpetu pasional que aquellos que a diario tenían caricias, besos, acciones eróticas y coitos gozosos.
No existe una medida que garantice la permanencia de la actividad sexual hasta años muy avanzados, pero es un hecho que aquellos que la tenían con frecuencia, al llegar a viejos intentarán mantener esa constancia.
La realidad es que si bien la respuesta a la excitación se vuelve lenta al envejecer, una vez lograda puede durar más tiempo. Además, no se debe olvidar que la comunicación entre la pareja es el mejor vínculo sexual.
GESTIONAR LOS CAMBIOS
Algunos hombres y mujeres tienen la precaución de asesorarse profesionalmente acerca de lo que ocurrirá en los próximos años, asumiendo así el control gradual de su envejecimiento.

Cada vez son más las personas que buscan atención médico-gerontológica, la cual puede iniciarse desde los 45 años. Su objetivo es prepararse ante los cambios físicos y emocionales que surjan cuando se llegue a la tercera edad. La salud mental incluye a la salud sexual, tanto de forma preventiva como correctiva.
La consulta psicológica brinda la información necesaria para no invalidarse emocional o sexualmente, allanando dudas y brindando criterios basados en evidencia y no en prejuicios, dando libertad al individuo para elegir sanamente sobre su propia vida.
Por otra parte, existen tratamientos que contribuyen a sustituir hormonas, medicamentos que facilitan la erección y el control eyaculatorio, así como una amplia variedad de suplementos alimenticios que apoyan la funcionalidad sexual disminuida en la senctud.
Considerar que la sexualidad tiene una fecha de caducidad es un error: avanza al paso de la edad y concluye al término de la vida.
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