De un lado, un brillante y ambicioso empresario de Chicago que, tras crear una de las tantas aplicaciones de redes sociales de Silicon Valley, decidió consagrarse a perseguir el sueño de una inteligencia artificial general -es decir, capaz de resolver cualquier problema- y fundó OpenAI con la misión de contribuir al progreso ininterrumpido de la humanidad. Del otro, un no menos brillante y ambicioso maestro de ajedrez británico, reconvertido en programador y neurocientífico, que, tras crear uno de los tantos videojuegos de la época, optó por buscar esa misma IAG.
Como cuentan Parmy Olson en Supremacy. AI, ChatGPT and the Race that Will Change the World (2024) o Karen Hao en Empire of AI. Inside the Reckless Race for Total Domination (2025), las ideas y las personalidades de estas dos singulares y polémicas figuras, Sam Altman y Demis Hassabis, han marcado como pocas veces en la historia un área clave que definirá nuestro futuro. Los dos crecieron viendo o leyendo incontables sagas de ciencia ficción, con sus robots y computadoras astutas o malévolas, y jugando videojuegos cada vez más sofisticados, de donde surgió su afán tecnológico; ambos comparten, asimismo, ese idealismo tecnocrático que los convenció de dedicar todas sus energías a una empresa que, hace apenas un lustro, parecía inalcanzable.
Detrás de sus ideas se halla una misma filosofía práctica: el altruismo efectivo, la doctrina iniciada por Peter Singer y continuada por William MacAskill, que, en un remozamiento tanto del utilitarismo como del neoliberalismo, invita a consagrar las propias energías al mayor bienestar de la humanidad, considerando en especial a las generaciones que nos sucederán en el futuro. En un ejemplo concreto, sus seguidores afirman que es mejor ser un banquero con conciencia social que un médico, pues a la larga el primero podría contribuir a mejorar las vidas de más personas que el segundo. Una filosofía adoptada con entusiasmo en Silicon Valley, pues sería la garantía de que hacerse multimillonario -como Altman, Hassabis o, digamos, Elon Musk- no solo es aceptable en términos éticos, sino deseable.
Así, mientras Hassabis fundaba DeepMind en Londres, Altman daba vida a OpenAI: en sus inicios, tanto una como otra iniciativa eran muy conscientes de los riesgos que podría generar el desarrollo de la inteligencia artificial y por ello buscaron tener el control absoluto de sus empresas. La primera obtuvo muy pronto resultados asombrosos -como el programa AlphaGo, que venció a Leo Sedol, el mejor jugador del mundo del sofisticado juego oriental- y se lanzó de lleno en la carrera por una IA que resolviera asuntos prácticos. Sin embargo, sería OpenAI, con el lanzamiento de ChatGPT, quien daría la campanada en la popularización de esta herramienta de inteligencia artificial generativa entre el gran público.
Como el Google en su momento -o, si vamos más atrás, la imprenta-, la repentina aparición de ChatGPT el 30 de noviembre de 2022, hace apenas tres años, venciendo en la carrera a Deep Mind, ya ha transformado las vidas de millones y no nos hallamos más que en el inicio de un proceso cuyas consecuencias no vislumbramos. Más allá del alud de cuestiones éticas, filosóficas, científicas, sociales y políticas que implica, no debe escapársenos la suerte que esta poderosa herramienta -modelos de lenguaje capaces de hablar y pensar como nosotros- ha tenido en medio de las tensiones de nuestra globalización capitalista y nuestra sociedad de vigilancia.
El idealismo inicial de Altman y Hassabis, que los convenció de crear empresas transparentes, sin fines de lucro y sometidas al escrutinio público, se ha perdido por completo. DeepMind es ahora un departamento de Google, dirigido por Hassabis -quien ganó el Nobel de Química en 2024-, mientras que OpenAI optó por una alianza estratégica con Microsoft. El control que los dos gigantes hoy ejercen sobre ambas es prueba suficiente del peligro que entraña que una tecnología capaz de transformar por completo nuestro futuro dependa, sin supervisión ética alguna, de dos megacorporaciones ansiosas de acumular más ingresos y más poder que ninguna antes.