Lo hecho, hecho está
Los hijos son prestados, por Dios, por la vida. No son nuestros, aunque tomemos posesión de ellos cuando decimos “mi hijo” o “mis hijos”, y a veces argumentamos a nuestro favor que los cargamos durante nueve meses en nuestro vientre y que nos han costado desvelos, sufrimiento y también mucho dinero, y es por ello que los consideramos parte de nuestro patrimonio de vida.
El cómo concibamos a los hijos dependerá mucho de cómo nuestros padres nos miraron, de qué fuimos para ellos. Aunque repitamos reiteradamente que sus errores no serían los nuestros, caemos en las mismas trampas; por eso los reclamos hacia los hijos pareciera que son parte de un eco infinito que resuena en el mundo entero.
Voy a referirme a la maternidad exclusivamente, porque no soy hombre, aunque el amor no entienda de géneros. Las madres sentimos que los hijos son más hijos nuestros porque compartimos literalmente la misma sangre: el ritmo de los corazones se sincronizó a un tiempo durante el embarazo, cuando el cuerpo y el cerebro de la madre se transformaron para favorecer el apego.
Seamos francas, cuando vemos a los hijos felices hay en nosotras una sensación de felicidad potenciada a su máxima expresión. Es una realización que va más allá de la satisfacción personal; pienso que es como el labriego que prepara la tierra, la nutre, la deshierba, para luego poner una semilla a la que cuidará con esmero, dándole todo lo que necesita para que crezca y dé frutos.Es entonces cuando todo el esfuerzo adquiere sentido, pero el fruto hay que cosecharlo para que, a su vez, dé más vida. Hay que cortarlo de la planta madre, y hay que saber cuándo hacerlo; ni antes, ni después, sólo en el momento preciso.
Cada una de nosotras le confiere a cada hijo un lugar distinto. Llegan en diferentes circunstancias, ataviados con talentos, con retos personales y misiones propias, de ahí que sean únicos.
Los educamos para la vida, para que sean buenos, para que sean valientes, para que sean felices y bendecimos a quienes los quieren bien y los acompañan en el camino de las experiencias. Cuando llega el momento de la elección de pareja, rogamos a Dios para que sus ojos elijan bien y su corazón exaltado no los confunda. Sabemos que es tiempo de dar un paso atrás y observar con delicadeza las sutiles transformaciones que ocurren en ellos.
Qué maravilla cuando notas que a partir de sus parejas hay un crecimiento personal importante, que van depurando sus defectos, que controlan sus impulsos, que reconocen que el trabajo personal es importante, que la fe los sostiene y que están dispuestos a ser la mejor versión de sí mismos para poder avanzar caminando uno al lado del otro.
Desprenderse de los hijos es respetarlos en sus decisiones, es reconocer e identificar que hay una serie de sentimientos encontrados: por una parte, la alegría de su felicidad; por otra, esa sensación de pérdida que te inunda porque tu niño dejó de serlo. Es algo más parecido a la nostalgia.
Las madres confiamos en el amor de nosotras hacia los hijos, el amor que todo lo puede, el amor que todo lo supera, el amor que permanece, el amor que dice sí a la vida, el amor que salva.
No sé cómo lo vivas tú, pero yo estoy cierta que a la luz de la experiencia vivida, hoy cambiaría muchas cosas en la manera de maternar. Estoy segura que me los comería a besos todo el día, que los traería cargados hasta desfallecer, que me reiría todo el tiempo para enseñarles a ellos a hacer lo mismo, que no sería tan aprensiva, tan miedosa, tan sujeta a los cánones más estrictos de cómo conducir a los hijos; escucharía música todo el tiempo, bailaría con ellos hasta caer al suelo de cansancio, los dejaría ensuciarse y respondería más a mis instintos que a la crítica de los demás; les contaría cuentos fantásticos, los enseñaría a amar a Alicia y su País de las Maravillas y al Principito para que cultivaran y cuidaran su propia rosa; los dejaría llorar hasta que los suspiros los derrotaran, me tiraría al piso para jugar con ellos y las únicas clases extraordinarias serían la de las estrellas y las flores.
Lo hecho, hecho está, solo queda confiar. Mi familia ha crecido y yo estoy ilusionada, entusiasmada y agradecida.
X: @mpamanes