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Atravesamos tiempos en los que no basta con vivir la vida: hay que narrarla y exponerla. En redes sociales, en el escenario o en un artículo académico, el Yo se ha vuelto protagonista. Estamos en la era del ensimismamiento.
El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky ya lo advertía en La era del vacío (1983): la vida posmoderna gira en torno al individuo. En la misma línea, el sociólogo estadounidense Christopher Lasch, en La cultura del narcisismo (1979), describía una sociedad donde el sujeto, despojado de certezas colectivas, se repliega sobre sí mismo y busca en la mirada ajena la confirmación de su existencia. A su vez, Zygmunt Bauman señalaba que, en la modernidad líquida (2000), el individuo se convierte en un proyecto de sí mismo, obligado a mostrarse constantemente para existir.
En este sentido, estamos ante una especie de narcisismo social donde se celebra el yoísmo; donde el relato personal se presenta ante los otros como lo más relevante.
Este reportaje nació en una plática con Sofía Mendoza, coeditora de esta revista. Luego de que ella preguntara temas en torno al amor y la sexualidad —de lo que suelo escribir—, le comenté que me interesaba abordar lo que yo entendía como la “narcificación de la creación”, tanto artística como científica. Sí, me parece que los productos científicos —independientemente de su enfoque— son también creativos.
Pero, ¿qué les digo?, me subí al tren y aquí me tienen invitándoles a que me acompañen en este texto que pretende ser un metarreportaje a través del cual se narra la exploración de lo que, a priori, buscaba ser una crítica incisiva hacia el ensimismamiento en las artes y la ciencia. Sin embargo, en el proceso me di cuenta de que si no escuchaba a los demás caería en lo mismo: encerrarme en mi idea preconstruida sobre el fenómeno que reportaba. Así que el resultado fue, paradógicamente, un texto más de esta maldita y bendita corriente autorreferencial.
Para empezar: ¿por qué consideraba que había un ensimismamiento en la creación?
El primer lugar donde caí en cuenta de esto fue en el arte escénico. Lo veía a través de las llamadas nuevas teatralidades, donde ya no interesa representar el texto de otro, sino la vida propia, sobre el escenario. Que sea el mismo actor o actriz quien nos cuente su infancia, o la muerte de su padre, o una ruptura amorosa.
En la literatura empecé a ver la creciente publicación de novelas autobiográficas o ensayos escritos en primera persona del singular, en los que las vivencias del autor o autora son el punto de partida.

Y en las ciencias sociales lo noté a través de la autoetnografía, que lejos de buscar una distancia afectiva —objetiva— entre quien investiga y el objeto/sujetos de estudio, toma la experiencia propia como objeto de estudio.
Ante este panorama pensaba: “¡Qué narcisos nos estamos haciendo!” Me sentía obligado a posicionarme ante esta lamentable corriente.
Pero esto no se trataba de un artículo periodístico donde yo iba a exponer mis argumentos, justificándolos con estudios que coincidieran con mis posturas, eso sí, escritas de una forma aparentemente objetiva cayendo en el lugar común de “no lo digo yo, lo dice la ciencia”… No, esto era un reportaje, por lo tanto tenía que encontrarme con esos otros que han generado arte y ciencia desde este sitio que yo pensaba, a priori, criticar. Aquí fue donde todo cambió.
UNA CIENCIA MÁS CERCANA
La primera entrevista fue al Dr. Gabriel Pérez Salazar, profesor investigador de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), quien pertenece al Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, en el Nivel 2. Dicho de otro modo: un crack en esto de la investigación social.
Gabriel fue la fuente humana inicial en esta empresa, primero, porque mi oficina está al lado de la suya, pero lo más importante, al momento de pensar en criticar a la autoetnografía pensé en él. Y pensé en él porque la primera autoetnografía que leí es de su autoría y, contrario a lo que había pensado, ¡me gustó muchísimo!
Se trata del capítulo “El futbol es popular porque la estupidez es popular. Expresiones identitarias en el grupo Anti-Futbol en Facebook”, que formará parte del libro Futbol y vida social: cuerpos, creencias y resistencias. Aproximaciones desde la cultura y la identidad, que un servidor tiene el privilegio de coordinar. En fin, era inevitable que mi primera fuente fuera él.
A esas alturas, haciendo conciencia de lo mucho que disfruté haber leído su trabajo, recordé que Canción de tumba, novela autobiográfica de Julián Herbert, también la había disfrutado mucho, y pensé: “¿Realmente siento aberración por la autorreferencialidad?”

Ya no muy convencido de lo que quería hacer —dicho sea de paso, considero que es el lugar más interesante para crear, porque es donde uno está abierto a encontrarse con cosas diferentes a las que había presupuesto—, abordé a Gabriel diciéndole: “Estoy haciendo un reportaje, todavía no me queda muy claro de qué va, pero estoy tratando de responder por qué, desde distintas disciplinas, se ha puesto de moda poner al individuo (autor) en el centro del relato: en la literatura, la novela autobiográfica; desde el teatro, las nuevas teatralidades, y en las ciencias sociales, la autoetnografía. Me gustaría mucho entrevistarte sobre este método, por qué decidiste usarlo, qué te dio que de otra manera no podrías haber obtenido”.
Iniciamos la entrevista y mi primera inquietud fue entender qué es la autoetnografía. Gabriel la define como “una técnica de aparición relativamente reciente —por ahí de los sesenta—, que parte de las etnometodologías, en las cuales la persona que realiza la observación, el registro y que participa activamente en el levantamiento de datos, se contempla a sí misma como parte del contexto y la situación en la cual está haciendo su investigación”.
Aunque la autoetnografía lleva ya cerca de 60 años existiendo, no fue sino hasta esta década que se popularizó. Gabriel considera que esto se debe “a que ha habido una serie de reflexiones en las ciencias sociales donde empiezan finalmente a despojarse de esos sesgos positivistas con las que fueron creadas y que permiten, ahora, esa expresión e inclusión de la situación de quien está llevando a cabo la investigación”.
Señala que durante mucho tiempo hubo una pretensión de objetividad en las ciencias sociales “entendida de manera muy equivocada con respecto a una separación completa del sujeto que observa en relación con ese grupo o situación que trata de entender. Me parecería muy artificial, muy vana, muy difícil de conseguir porque somos sujetos situados y esa condición nos implica siempre un punto de vista y una serie de preconcepciones en términos de lo que estamos viendo. Entonces, si no se enuncia, si no se pone en claro de dónde parto, pudiera ser que hubiera un intento de cubrir esos sesgos, sin lograrlo”. Por eso Gabriel considera que lo más honesto en este ejercicio es mostrar abiertamente dicha subjetividad.
Al preguntarle sobre “El futbol es popular porque la estupidez es popular. Expresiones identitarias en el grupo Anti-Futbol en Facebook” y por qué decidió usar el método autoetnográfico, señaló que sentía la necesidad de dejar en claro su contexto: “Quien me conoce sabe que no me gusta el futbol, no lo detesto, pero no lo consumo regularmente, salvo algunas ocasiones como las que narro en ese capítulo: cuando es un evento colectivo, cuando forma parte de sumarme al grupo al cual pertenezco y eso de alguna manera me da un sentido de pertenencia. Me parecía que era importante dejar esto claramente establecido y luego hacer un análisis de este grupo de Facebook”.

Luego se le cuestionó sobre las limitaciones que trae consigo un proceso de esta naturaleza. Gabriel advierte que uno de los primeros riesgos en este método es caer en una práctica narcisista: “No salir nunca del Yo, que no se levanten datos y terminemos viéndonos al ombligo. Es un riesgo latente”. Otra preocupación tiene que ver con el receptor: “Que un lector que está acostumbrado a otro tipo de texto académico diga: ‘y a este qué le pasa, por qué sólo habla de él’. Y que de narcicista no me baje”.
Gabriel señala que también se corre el riesgo de que “no haya una perspectiva suficientemente autocrítica en el abordaje del sujeto que se está estudiando y, entonces, en ese afán de decir ‘yo aquí estoy y yo desde aquí hablo’, pueda caer en etnocentrismos, imponiendo la propia visión, la propia manera de interpretar la realidad, sobre el grupo y fenómeno que se está abordando”. En general, comenta que el reto es no hacer juicios de valor de lo que se está observando.
El entrevistado considera que es posible que, por el contexto que atravesamos actualmente, haya una mayor apertura en cuanto a la inclusión del Yo, de la primera persona, en la narrativa de un estudio, aunque sigue habiendo muchos detractores.
“En tanto recurso narrativo, empezar un reporte de investigación en primera persona es muy buen gancho”, destaca. Esto ocurre por la cercanía con el lector, “porque rompe con esa pretensión de esterilidad terriblemente aburrida de leer (un texto académico). Te lleva a una vivencia que te comparte desde la primera persona y te enteras de chismes que pueden ser muy sabrosos de leer… y luego ya se entra en materia y se aborda lo del estudio y lo que se está trabajando”.
Por otra parte, la investigación en México atraviesa hoy una serie de modificaciones para acceder a recursos públicos: “Hoy se nos pide que hagamos divulgación, que nos convirtamos en personas solventes en la construcción de narrativas no dirigidas al círculo académico, sino al general de la población, y justo este es un recurso que lo facilita muchísimo. Creo que esa demanda de divulgar está facilitada por esta forma de narrar, es mucho menos esteril y mucho menos inalcanzable. Se convierten, entonces, la ciencia y el conocimiento, en una plática más cercana del investigador con el lector. No en un intento de banalizar el conocimiento, sino de acercarlo, tratando de no perder el rigor metodológico”.
A estas alturas de la entrevista con Gabriel, sin que fuera su intención, me había persuadido de tirar la toalla de mi empresa inicial. Sin embargo, para que me terminara de convencer, le pregunté: “¿Crees que la autoetnografía o escribir ciencia en primera persona es un ejercicio narcisista?”.

“Muchísimas novelas parten de un narrador en primera persona y ese narrador en primera persona va descubriendo y lo vamos acompañando en la historia. Y me ayuda muchísimo a conectar porque es otro como yo: percibo sus debilidades como las mías, sus inseguridades como las mías, sus errores como los que yo he cometido [...] ¿Es eso un ensimismamiento de la sociedad que está sesgado por las narrativas de ficción y ahora, ¡oh Dios mío!, por las narrativas de la ciencia que nos están haciendo partícipes del otro en esta narrativa? No sé. No dudo que haya quien lo piense así, pero el punto es este, Jesús: los yoes expuestos tienen una recepción que suele ser, dependiendo del caso, muy amplia y muy cálida, ¿qué problema tiene llevar esa calidez a la ciencia?”.
Apenas salí de esta entrevista con Gabriel y le escribí a mi amiga Caro (Carolina Sánchez, psicoanalista de las buenas), porque necesitaba entender realmente qué era el narcicismo y si esto que hace Gabriel —y otros investigadores— o lo que hace la actriz María del Roble —a quien entrevisté después— son creaciones ególatras que promueven el individualismo, o si soy un exagerado.
EL EGO CONTEMPORÁNEO
Me reuní con Caro en su oficina de la Universidad Pedagógica Nacional, donde coordina la Especialización en Educación Integral de la Sexualidad. Además, es profesora en la Facultad de Psicología de la UAdeC y, por supuesto, tiene su consultorio particular donde da terapia psicoanalítica, a lo que le dedica la mayor parte de su atención.
Le conté la inquietud y, como siempre, entendió perfectamente. Arrancó enseguida explicándome que el narcisismo no es, en sí, algo malo o bueno, sino que “es un elemento fundamental del aparato psíquico que parte de la energía —libidinal— del sujeto y que tiene la capacidad de cubrir objetos. Objetos entendidos desde el psicoanálisis como personas, instituciones, símbolos, etcétera. Todos estos objetos están internalizados en el aparato psíquico. De tal manera que el narcisismo es esa carga libidinal —o de energía— que cubre, primero, al propio sujeto y luego lo demás”. Es, digamos, el afecto simbólico que cubre lo que queremos.
Se suele cometer el error de asumir que alguien que tiene autoaceptación y un disfrute por mostrarse es un narcisista patológico, pero no necesariamente es así. “(El) Trastorno de la Personalidad Narcisista tiene características muy puntuales, como una dificultad en la empatía, la utilización sistemática de los otros para beneficio propio, un pensamiento de grandiosidad, una necesidad constante de reconocimiento, una dificultad para vincularse y un enorme temor a la dependencia”. No obstante, genera “cierto nivel de dependencia en las relaciones porque necesita constantemente reafirmación, estimulación y reconocimiento”.

En resumen, todos tenemos esa energía libidinal y podemos tener ciertos huecos, pero cuando lo único que se busca es el reconocimiento momentáneo, ya sea en la actividad laboral o las relaciones personales, y no hay un disfrute de la actividad o la relación en sí misma, podemos sospechar de una patología.
Pero, ¿cómo se traslada esto al mundo social? “Tenemos en el mundo actual, con la hiperconectividad, muchas plataformas tendientes a exacerbar o aumentar esta parte del exhibicionismo. A través de las plataformas mostramos ciertos elementos en la búsqueda de ese reconocimiento traducido en un like, un comentario o un seguidor más. Cuando el placer se centra únicamente en el reconocimiento a través del like, de las vistas, de los seguidores, no en la actividad en sí, entonces estaríamos hablando de esta parte patológica. No todas las personas que suben contenido tienen una patología. Puede haber una satisfacción, y es normal porque todos los seres humanos, que somos seres sociables, estamos en la búsqueda de saber cómo nos perciben los demás”.
Entonces, ¿podríamos decir que la sociedad actual no necesariamente es una sociedad más narcisista, sino que sólo tenemos más medios para mostrarnos?
“Por supuesto que tenemos los medios para mostrarnos, y no sólo eso, estamos en un momento sociohistórico que ha premiado más la individualidad y se ha centrado en la responsabilidad personal. Eso también favorece a ciertas conductas de búsqueda de validación”.
Por otra parte, “antes el círculo de reconocimiento se reducía a la escuela y el barrio; hoy las posibilidades son infinitas. Hoy esos grupos a los que pertenezco o aspiro pertenecer, y que conforman mi identidad, se han multiplicado infinitamente. Esta hiperconectividad multiplica las posibilidades —y necesidades— de admiración. Además, todo eso se puede medir y el sistema económico global te premia si tienes muchos seguidores e impacto en ellos”.
Como lo decía al inicio, en el proceso de este reportaje entendí que si no escuchaba abierta y profundamente a quienes entrevistaba, iba a caer en lo mismo que criticaba: ensimismarme. Y fue justo en estas declaraciones que me dio Carolina donde cambió mi postura sobre la sociedad individualizada:
“No necesariamente somos peor sociedad por ser más individualistas. Estamos en el proceso del reconocimiento de las individualidades y, en este proceso, el reconocimiento de toda la diversidad del ser humano [...] y esos grupos que históricamente han sido olvidados y marginados. Todavía estamos lejos de lograr una sociedad inclusiva, pero por lo menos ahora ya se visibilizan”.

“En la actualidad el centro de la atención y la experiencia aparece sobre el individuo. Por eso que un individuo venga y te narre su experiencia es algo que enriquece, es algo con lo que te identificas, te agrada. De hecho es algo que buscas, especialmente en una sociedad que se ha vuelto menos tolerante con ciertos temas. Yo lo veo muy claro en los stand up: antes la comedia estaba muy centrada en señalar a otros y en burlarse de las características de otros. Actualmente eso es mal visto y lo que genera comedia es que el sujeto, en primera persona, hable de sus problemas, de sus limitaciones, de sus defectos, de sus problemáticas”.
Aunque la comedia no la tenía identificada dentro de esta corriente, saliendo de la entrevista con Caro le escribí a Elí Montemayor, teatrista y standupero lagunero, con quien me conecté a través de Zoom para platicar sobre este tipo de humor.
Me explicó que aunque el stand up nació en los cincuenta en Estados Unidos, no fue sino hasta hace 15 años —aproximadamente— que en México tomó fuerza. Se trata de una forma de hacer comedia de autor, donde quien hace el performance es quien lo escribe. No se trata de copiar y repetir un chiste, sino de construirlo. “Es muy mal visto que te andes robando chistes de otros comediantes. Cada quien debe crear su rutina”.
Elí señala que en su trabajo hay muchas cuestiones que son muy personales, y destaca que la autoficción es “bastante útil porque no pones palabras en alguien más, sino que eres tú diciendo lo que a ti te gusta, lo que a ti te preocupa. También parte del asunto de no vulnerar a otros, porque la comedia suele ser agresiva; entonces, ¿por qué hacer chistes de alguien más si puedo ser yo el elemento de la risa?”.
En estos tiempos, que algunos interpretan como de corrección política y otros —entre los que me incluyo— como sensibilización en cuanto a ciertas minorías que no deberían ser vulneradas, ¿es más fácil hacer comedia desde la anécdota propia?
“Sí, es una posibilidad, los tiempos son complejos. Fueron años muy difíciles donde no se podía hablar de muchos temas. Creo que ahora se va entendiendo que el comediante no busca ofender. Yo en lo personal tengo temas de los que no hablo, no por una cuestión de autocensura, sino por un tema de respeto”.
CREACIÓN ARTÍSTICA, MÁS PERSONAL QUE NUNCA
Como lo mencionaba, entre teatristas he visto una tendencia por subir al escenario a contar la vida propia. Pareciera que se huye de la dramaturgia tradicional y se busca el escenario no para encarnar un personaje, sino para ser uno mismo. Por ello le escribí a María del Roble, actriz lagunera, de quien he escuchado comentarios muy halagadores por su monólogo En Marte no hay osos, donde aborda la intimidad de su infancia.

Sobre esta tendencia de apostar por dispositivos teatrales a través de los cuales se aborda la experiencia personal, María señala que “en el teatro contemporáneo, incluso aunque hagas un Shakespeare, se suele meter un poco más de la vida propia de quien lo crea”.
Ella considera que en esta sociedad, en la que pareciera que estamos todos conectados, “la realidad es que estamos muy solos, muy separados y muy distanciados y creo que de ahí viene hablar de mí mismo para intentar conectar con los demás”.
Además, una manera de abordar los temas universales es a través del relato personal: “pareciera una cosa egocentrista desde algunos puntos de vista, y quizá algunos proyectos puedan caer en eso, pero al final te das cuenta que si cuentas tu propia historia, es la misma historia de muchos. Aunque partas de tu infancia, al final hay un chorro de gente que se siente conectada por algún hilo o algún aspecto de eso. Y creo que viene de esta urgencia de conexión”.
Sobre las limitaciones que pudiera tener esta forma de hacer teatro, considera que eran, sobre todo, las que ella se autoimponía: “Mucho tiempo pensé: ¿a quién le va a importar que yo hable de mi infancia?, pero trabajando con mi dramaturga, que me ayudó a pasar mi historia al teatro, me dijo que esta historia podía ser la de muchas otras personas”.
Y respecto a la recepción del público en este tipo de puestas en escena, comenta que ha visto mayor interés por este formato, y que incluso en ocasiones resulta más llamativo para la audiencia que un montaje tradicional en tres actos.
ENCONTRARSE CON EL OTRO
Esto nació como un artículo que buscaba señalar, casi con saña, lo que a priori llamé la narcificación de la creación. Pero si no me abría a escuchar a quienes pensaba cuestionar, ¿no caía yo en lo mismo que criticaba?
No quiero decir que haya renunciado del todo a mi sospecha: sigo creyendo que el exceso de yoísmo llega a ser problemático, que la creación necesita del Otro para tener sentido. Pero ahora entiendo que hablar desde uno mismo no necesariamente significa encerrarse; es, también, un modo de tender puentes para el encuentro con el Otro.
Los seres humanos tenemos una particularidad limitativa: se vive solamente dentro de un cuerpo —y sólo uno—. Esto hace que cada uno de nosotros construyamos un marco subjetivo mediante el cual interpretamos la realidad. Sólo podemos ver la vida a través de ese marco, estamos imposibilitados de percibirla desde el Otro.

Sin embargo, a través de la literatura —leyendo o escribiendo— jugamos a ser ese Otro. De hecho, la actuación teatral me parece el ejercicio que más se acerca a esa experiencia. Por eso considero muy necesario que en estos tiempos que pueden entenderse como tiempos de ensimismamiento y polarización, no dejemos de interpretar al Otro.
En el teatro aprendí que las obras —como espectador y creador— son capaces de convertirse en un espejo donde vemos reflejada nuestra vida, o una ventana a través de la cual nos asomamos a una realidad que difícilmente podríamos conocer de otra manera. De este mismo modo, la narración en primera persona y la experiencia propia pueden ser una puerta directa y sin intermediarios para acercarse a dicha realidad.
Contrario a lo que pensaba antes de iniciar este reportaje, quizá también estas prácticas de autoreferenciación nos ayuden a presentarnos ante los demás de forma más franca y abierta, y esto, lejos de distanciarnos, nos acerque al encuentro mutuo.
Contar desde el Yo no necesariamente es un ejercicio de vanidad, pero sí conlleva responsabilidad y ética. A veces se torna en una búsqueda, una manera de compartir la herida o la dicha, aunque se debe tener brújula para no extraviarse.
Por eso, tal vez el debate no se tenga que centrar en autorreferenciarse o no, sino que quizá debamos centrarnos en qué tan abiertos estamos a escuchar al Otro, a ese encuentro tan necesario en una sociedad aparentemente cada vez más polarizada. Y es posible que el relato en primera persona, desde la subjetividad, cumpla esa función.
Pero, por otra parte, como me dijo un amigo cuando le conté de este proyecto y cómo las entrevistas me abrían: “Lo que me molesta no es que la gente se cuente, sino que los mismos de siempre sigan siendo los únicos que pueden contarse”.
Y quizás ahí está la tarea pendiente: ampliar la voz, abrir el micrófono, la pluma y el escenario a los otros yoes, a esos que históricamente han sido silenciados. Para que el relato del mundo deje de ser un monólogo de las mismas voces de siempre y empiece a parecerse más a una conversación.