
Recorrido. A través de sus nueve cuentos, el autor jalisciense habla sobre la pérdida de la inocencia.
La literatura de Hiram Ruvalcaba (Zapotlán el Grande, 1988) se ha caracterizado por abordar las infancias. El tópico también está presente en su más reciente libro, titulado Los inocentes y publicado este año por Ediciones Era. A través de sus nueve cuentos, el autor habla sobre la pérdida de la inocencia. Es decir, sobre cómo la gente se desprende de ella conforme enfrenta situaciones generalmente agresivas.
"Los personajes de estos cuentos se topan con la violencia en diferentes estadios. Por ejemplo, la niña del primer relato está completamente condicionada a un estado de uso, de objeto, de consumo y lo tiene completamente internalizado. Los niños del último relato saben que no dependen de nadie, que nunca han podido contar con ninguna persona. Entonces, en estos cuentos, el mundo adulto aparece como un espacio de sumisión, de abandono, de violencia para las infancias. Lo cual refleja claramente la realidad contemporánea".
Hiram Ruvalcaba conversa desde Guadalajara a través de una llamada telefónica. Días atrás, cuando su libro ya se encontraba en las librerías, sucedió el hallazgo de restos humanos en el Rancho Izaguirre, en el municipio jalisciense de Teuchitlán. La noticia lo impactó y redactó un artículo para la revista Gato Pardo. Lo tituló Teuchitlán: el compromiso de "no ver", donde en un punto aborda las condiciones de pobreza que rodean a las infancias en México. Una cifra en su texto señala que 300 mil niños mexicanos, de entre 5 y 12 años, están en peligro de ser reclutados por los cárteles del narcotráfico.
Por su parte, y a manera de un Comala rulfiano, Ruvalcaba ha construido Tlayolan, un lugar violento, un punto contemporáneo en el sur de Jalisco, un pueblo desbordado de desgracias que es el territorio donde habitan los personajes de Los inocentes. El autor piensa en las infancias de Juan José Arreola y Juan Rulfo en medio de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera. Luego trae esas imágenes al presente y señala que, más de cien años después, se vive otra revolución, la del crimen organizado.
"Tlayolan es un sitio de muerte, principalmente. Siempre lo he visto reflejado de esa forma, como un sitio donde la vida es un privilegio, y donde la violencia y el horror se van manifestando. Los personajes de mis cuentos, normalmente, están campeando en este territorio. Son personajes que padecen la realidad cotidiana en las zonas semirrurales".
Los relatos de Ruvalcaba son duros. Sus personajes viven al límite y se ven empujados a tomar decisiones en medio de tempestades. Luego se empapan de crueldad y amargura. Algunos son obligados a hacer algo reprobable. Otros no aprecian la vida. Y otros más se criaron en la violencia y desconocen cualquier entorno distinto a ese. En ocasiones se sienten salvados, pero los remata la desgracia. Y si bien la culpa es una emoción conectada con la propia inocencia, los personajes de Ruvalcaba son más partícipes del dolo.
"Hay una diferencia, al menos desde el punto de vista legal, entre la culpa y el dolo. El dolo es cuando te jodes a otro con total alevosía y ventaja, premeditación, incluso. Y la culpa es un asunto más de 'híjole, los actos que hice tuvieron una consecuencia negativa y me siento culpable, pero no fue intencional'. Me parece que esa es la principal diferencia. En estos cuentos hay dolo, parece culpa y hay remordimiento e indecisión".
"A oscuras", "Finales felices", "Blanco como porcelana", "Los últimos hombres", "El truco del sombrero", "Paseo nocturno", "Cuchillos japoneses", "Los cachorros" y "Los inocentes", son los cuentos que dan rostro a este volumen lleno de gente común. El propio Hiram Ruvalcaba ha dicho en entrevistas anteriores con este diario que le interesan las personas comunes, porque él mismo se considera una de ellas.