Los poderes nada superficiales de otra Elena
Helena de Troya —en realidad, de Esparta— provocó poderosas reacciones en quienes convivieron con ella. Gracias a la pluma del cuasi mítico rapsoda Homero, nos enteramos que ella detonó una guerra que duraría más de una década y que afectaría drástica mente a infinidad de personas. Ella fue la encarnación de una paradoja: la profundidad de su impacto se debía a la superficialidad de su ser. Su poder derivaba de su aspecto; su influjo surgía de su apariencia.
En nuestros áridos lares laguneros abundan las mujeres que, merced a su perspicaz y sostenido esfuerzo, van más allá de potestades nacidas de la vacua apariencia. La narradora Elena Palacios constituye un convincente ejemplo. Esta Elena a diario observa, a diario escribe, a diario corrige. A donde quiera que ella va toma apuntes. Puede ser incluso a bordo de un destartalado autobús urbano, ciertamente nada cómodo y a menudo peligroso, pero ella nunca deja de hacerlo. Asegura que en las calles “siempre hay historias escondidas que están para que una las descubra o las reinvente”.
Y Elena eso lo ha hecho bien. De sus observaciones cotidianas, de sus prolijas notas tomadas in situ y con pericia trabajadas o —permítaseme el símil— cocinadas con artesanal esmero (ella es una magnífica cocinera) han surgido tres potentes libros de relatos y cuentos: Cuentos cortos para gente que duerme sola (2018), Maté a la mariposa (2022) y A vuelta de rueda (2023). Prosiguiendo con la analogía culinaria, puede afirmarse que sus narraciones son sabrosas y provocan invariablemente que los lectores apetezcan más. Son textos que tornan fácil el tránsito del simple antojo a la sibarita avidez.
Su novela AlianzaS se publicará este año, pero lleva tiempo cocinándose. Es de esos platillos gourmet que se cocinan a fuego lento. El centro de las acciones es Torreón, ciudad de la que Elena se enorgullece. Sus ingredientes son de calidad, y están mezclados con maestría, pero es la sazón puesta por Elena lo que transforma la mera hechura de textos en una genuina gastronomía literaria.
En la novela, el Mercado Alianza de Torreón es el epicentro de fascinantes historias. El negocio de una familia, que ofrece chiles y especias, nos pone en contacto con múltiples facetas de la condición humana: nos revela los contradictorios móviles que a todos nos afectan y evidencia las punzantes filias y fobias que a todos nos delatan. La evolución de la ciudad y del país, la sucesión de generaciones nacionales y extranjeras, sus resabios y lastres afectivos, sus viscerales encuentros y desencuentros, la amalgama asombrosa de magia y realidad están apetitosamente dispuestos por la chef Elena Palacios.
Se ve a las claras su óptima preparación. Grandes de la pluma como Saúl Rosales y Jaime Muñoz le enseñaron los fundamentos del oficio. Y Elena sigue edificando. A diario se cultiva y generosa pasa la estafeta. Con notable tino conduce talleres literarios donde se cocinan suculentas narraciones. Le consta que quien enseña aprende por partida doble. La corrección de textos ajenos estimula su creatividad y le permite mayor dominio del oficio. Se esmera tanto en la corrección de textos de otros autores como en la composición de sus propias narraciones. Demuestra de manera fehaciente que a los hijos adoptivos hay que cuidarlos igual que a los hijos biológicos. Ella pone lo mejor de sí. Por algo se le confió el pulido de libros colectivos como Brotes de tinta (2017), Narrar a mediodía: cuentos del taller literario del Teatro Isauro Martínez (2021) y Nuestra voz desde el anexo (2023).
El mismo celo pone en una plaquette literaria que publica cada mes. Escritores noveles y autores consagrados difunden allí sus textos. El trabajo cultural de Elena fortalece a la comunidad. Despliega potestades encomiables. A diferencia de su homófona espartana, esta Elena lagunera nada tiene de superficial y perniciosa. Son reales sus valores y no meras apariencias. Sus poderes surgen de profundis, nos nutren y dejan el mejor sabor de boca.
Correo-e: antonioalvarezmesta@hotmail.com