El gobierno de Sheinbaum tiene un gran reto en materia de seguridad, pero le es difícil enfrentarlo por las marañas que arrastra. La primera y más evidente es la herencia de los "abrazos, no balazos".
El modelo ideológico de AMLO se enfoca en atender las supuestas causas de la inseguridad: la pobreza y la desigualdad. En ambos rubros hubo avances, pero el crimen organizado se expandió. Siguen existiendo las condiciones para que un muchacho de 17 años haya aceptado asesinar, en una plaza pública repleta de gente, al presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo.
No sabemos si es uno de los miles de desaparecidos reclutados por la fuerza por el crimen organizado o alguien seducido por unos cuantos miles de pesos, pero llevó a cabo la tarea. El gobierno reparte dinero, pero ha hecho muy poco para enfrentar la crisis de jóvenes desaparecidos, el reclutamiento forzoso o el problema de la deserción escolar.
Si bien Sheinbaum pareciera entender que se requiere de una estrategia de fuerza, no lo puede decir. Lo que no se nombra es difícil de enfrentar y tampoco puede ser explícitamente una prioridad.
En su libro publicado hace un par de semanas, la inseguridad no aparece como un problema en las giras de despedida donde acompañó a AMLO. En el octavo punto de reflexión en su discurso -durante el VII Congreso Nacional de Morena, el pasado 22 de septiembre, citado en el libro- dijo: "No puede haber colusión con la delincuencia organizada ni [con la] de cuello blanco". Le parecen problemas similares. Muy preocupante. Además, no señala una ruta de acción.
Tampoco quieren gastar como se necesita. Que no es una prioridad, lo podemos ver en el presupuesto para el 2026, en el cual a los asuntos del orden público y seguridad se le destinan solamente 64 mil millones de pesos; monto menor, en términos reales, al que se ejercía en el 2018. Equivale aproximadamente al 6 por ciento de las transferencias y es un monto similar al programa Pensión Mujeres Bienestar de 60 a 64 años. Solamente quitando este programa, creado por Sheinbaum, se podría duplicar el gasto para enfrentar los problemas de seguridad.
A los gobiernos de Morena les es particularmente complicado el tema porque se han enmarañado con el crimen organizado. Según la FGR el gobierno de Sinaloa simuló el asesinato del adversario histórico del gobernador y ex rector de la Universidad de Sinaloa, Héctor Melesio Cuén, en una gasolinera. El homicidio sucedió en una finca donde presuntamente se reunió con el gobernador y El Mayo Zambada, donde este fue sometido por los Chapitos y luego entregado a Estados Unidos. El gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, no parece interesado en combatir al crimen. No sorprende. Todo indica que contó con su apoyo en las elecciones del 2021. La Presidenta promete cero impunidad, pero se reúne con ambos gobernadores y con muchos otros con historias comprometedoras.
Arrastramos la más extraña de las marañas. Predomina la idea de que el responsable de la violencia actual es Calderón, por comenzar la guerra contra el narco en diciembre del 2006, cuando mandó 6 mil 500 elementos de las fuerzas federales a Michoacán. Esto a pesar de que tal envío fue una respuesta a la solicitud del entonces gobernador perredista del estado, Lázaro Cárdenas Batel, asediado por La Familia Michoacana que controlaba buena parte de la entidad. Fox le había negado el apoyo. Calderón no abandonó al gobernador como Sheinbaum abandonó a Carlos Manzo. Ahora debería de respaldar con energía a la viuda de Manzo, Grecia Quiroz, y a los habitantes de Uruapan.
La enseñanza para la gran mayoría de los políticos ha sido que conviene no hacer gran cosa. Es más fácil ser un presidente municipal pasivo que actuar y ser asesinado. Mientras el gobernante de turno sea políticamente leal con el jefe del Ejecutivo, no pasa nada si el crimen controla al municipio o al estado o, incluso, si se está coludido con él.
ÁTICO
La herencia de AMLO, el bajo presupuesto, las complicidades enredan la tarea del gobierno para enfrentar la seguridad.