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Entrevista

Mauricio Beuchot, el hermeneuta en busca de sentido

"La pura univocidad te encierra en el laberinto. Y la equivocidad te pierde dentro del laberinto. Entonces, me das aquí una idea que después se podría desarrollar: la analogía es el hilo de Ariadna, es la que te hace salir”.

Imagen: Enrique Castruita.

Imagen: Enrique Castruita.

SAÚL RODRÍGUEZ

Buscó un camino intermedio entre lo unívoco y lo equívoco. Antes anduvo por el insípido sendero de los positivistas y la filosofía analítica; todavía no entiende cómo aguantó doce años en esa área. El constante ejercicio del pensamiento se lo advirtió y supo después que ese no era su lugar. Entonces miró hacia el otro extremo, allá donde una máquina equivocista hace surcos en la incertidumbre, pero la posmodernidad descontrolada tampoco lo atrajo. Entonces, Paul Ricoeur, el célebre filósofo francés, le dio una pista: si quería interpretar el mundo, debía integrar la analogía a sus estudios de hermenéutica.

Entre 1986 y 1993, el doctor Mauricio Beuchot (Torreón, 1950) trabajó con esmero para construir el concepto de la hermenéutica analógica. “Crear conceptos siempre nuevos, tal es el objeto de la filosofía”, escriben Gilles Deleuze y Félix Guattari en la introducción de ¿Qué es la filosofía? (1991). El lagunero engrasó las neuronas con ideas y se dejó fluir la mente, aunque siempre con un límite y las riendas bien sujetas. Si la hermenéutica es la disciplina de interpretación de textos, la analogía es la proporción de las cosas que evita caer en el desorden.

Pero antes de la filosofía, en Beuchot habitaron la poesía y la literatura. Sus primeros escritos tuvieron forma de versos y llegó a publicar libros como Poemas de desierto (2003): “Y de ahí regreso yo, de lo ignorado, / siempre creyendo que han sido mías las palabras / siendo que pertenecen a los siglos / y al estruendo del agua”. Su refugio son las letras. Piensa que por eso se le ha dado escribir. La filosofía lo atrapó más tarde.

Imagen: Enrique Castruita.
Imagen: Enrique Castruita.

Educado como sacerdote dominico, decidió estudiar la licenciatura en Filosofía en la Universidad del Valle de Atemajac, y la maestría y el doctorado en la Universidad Iberoamericana, con la misma disciplina. Quien es profesor desde hace 50 años en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y reconocido como uno de los principales pensadores contemporáneos de Iberoamérica, considera que todo ser humano es filósofo al ser capaz de preguntarse sobre la vida y el sentido de la existencia.

—Sin darse cuenta, doctor, ya estaba haciendo algo de hermenéutica con la poesía.

—Sí, es verdad, porque tienes que interpretar la realidad. Heidegger le llamaba a la filosofía “hermenéutica de la facticidad”, porque interpretas el mundo como si fuera un texto. Eso me gustó mucho de él.

Mauricio Beuchot está de regreso en Torreón y ha ofrecido una rueda de prensa en el hotel Marriott, previo a su conferencia La filosofía de los derechos humanos. En libros como Hechos e interpretaciones (Fondo de Cultura Económica, 2016) propone aplicar la hermenéutica analógica a distintos campos de las humanidades. La tarea no es fácil, existen leyes diseñadas para no ser entendidas, huecos en los estudios de la interculturalidad, falta de visión en la educación y perspectivas desbordadas en una posmodernidad que, asegura, vive sus últimos días ante la llegada del nuevo realismo.

Gianni Vattimo, Maurizio Ferraris, Eugenio Trías, Enrique Dussel y Luis Villoro han sido algunos de sus contemporáneos. “La filosofía se ha encargado de interpretar la realidad y de lo que se trata es de cambiarla o reconstruirla”. Hay interpretaciones descriptivas y transformadoras. Y aunque Vattimo fue un posmoderno, de él rescata la idea de que interpretar es transformar. Sin duda, algo urgente en estos días donde discursos totalitarios parecen retornar a los puestos de poder.

—Sin sentido no se puede avanzar.

Si la posmodernidad destruyó al sujeto, la hermenéutica tiene como objetivo reconstruirlo como uno analógico, es decir, narratológico, con historia a cuestas. Un ser humano que sólo pueda ser saciado con amor a través de la razón, que busque una comunicación tan mestiza como el mensajero Hermes y que, como inaugura Martin Heidegger en Ser y tiempo, sienta la necesidad de reiterar expresamente la pregunta que interroga por el ser.

Imagen: Enrique Castruita.
Imagen: Enrique Castruita.

¿En qué momento se percató de que el mundo necesitaba una hermenéutica analógica?

Es muy buena tu intervención, nomás que ya me metiste a lo autobiográfico. Digo, todo es autobiográfico, todo se debe a nuestra experiencia. Mira, yo estuve muchos años en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, que es pura filosofía analítica. Estuve doce años ahí, yo no sé cómo aguanté. Doce años trabajando semiótica. Si te acuerdas, mis primeros libros eran de semiótica, daba la clase de semiótica y filosofía del lenguaje, que es muy propio de la filosofía analítica. Luego me invitan al Instituto de Investigaciones Filológicas, que me convenía porque iba a ser coordinador, a tener un grupo de trabajo y un proyecto que realicé, y ahí es la posmodernidad. Los filólogos son poetas, literatos, lingüistas y hasta antropólogos —porque hay un centro de estudios mayas—, que son bien relativistas. Incluso, los antropólogos ya ves que lo han hecho siempre: “Es su costumbre, déjenlos”, un relativismo muy exagerado. Entonces fue una crisis. En Filológicas existe el Centro de Poética, donde está una muy querida amiga mía, Esther Cohen, quien me invitaba a los seminarios que hacían, por ejemplo, de Walter Benjamin. Y uno decía: “Era apocalíptico”. “¡Ah, muy bien”. Y el siguiente: “No, yo digo que era antiapocalíptico”. “¡Ah, muy bien!”. ¿Cómo que muy bien? Y yo todavía con la lógica formal establecida me decían: “Esa es su interpretación, como esta es tu interpretación”. O sea, un relativismo tremendo. Entonces yo dije: “Cuidado, aquí hay que hacer algo”. Además ahí, en lo que me tocó a mí, que es el Centro de Estudios Clásicos, se traduce del griego y del latín. Es la famosa biblioteca bilingüe de la UNAM, etcétera, etcétera. Y una muy querida investigadora de ahí, Lourdes Rojas, helenista, me decía: “Oye, tú que eres filósofo, danos método. Traducimos muy mal”, porque traducían literalmente. Y como era coordinador, recibía las reseñas… horribles reseñas de España y de Argentina donde decían que lo literal no funciona. Yo dije, bueno, estos son literalistas. Y había otros que, al contrario, de un verso les salían diez. Y entonces dije no. Los reuní y les dije: “Voy a darles un curso de hermenéutica”, porque me acordé que Hans Gadamer, el gran hermeneuta, fue también un gran filólogo clásico. Entonces, eso fue lo que me empujó para crear la hermenéutica analógica.

¿Y qué tan mal se ha entendido la famosa frase de Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”?

Voy a aplicar la hermenéutica analógica a la frase de Nietzsche. Nietzsche no era tonto, era loco, pero tonto nada. Cuando dice: “No hay hechos, sólo interpretaciones”, se está oponiendo a los positivistas. En tiempos de Nietzsche tienes dos corrientes principales, muy parecido a lo de ahora: los positivistas y los románticos. Romántico tardío era su famoso amigo Wagner, con el que después tuvo un odio tremendo. Tú sabes que el positivismo son los hechos, John Stuart Mill. Ya ni siquiera Comte, para John Stuart Mill, el positivista inglés, era los hechos. Y puras interpretaciones era Schleiermacher, teólogo, filólogo, filósofo romántico. Ahora, Nietzsche no era tonto como para decir que sólo hay interpretaciones, porque él criticó mucho a los románticos. En la segunda edición de El origen de la tragedia —en la primera le hizo una dedicatoria a Wagner— se burla de los románticos, pero se burla groseramente. Entonces, no puede caer en la postura romántica de Schleiermacher de que sólo hay interpretaciones. Si tú aplicas la hermenéutica analógica al dicho de Nietzsche... —que además, fíjate, se encuentra en los Fragmentos póstumos, en los Nachgelassene, yo lo vi en la edición alemana de Montinari—, se burla: “No hay hechos, solo interpretaciones y esta es otra más”. Aplicando la hermenéutica analógica es: hay hechos interpretados. Ni puros hechos ni puras interpretaciones, los dos. Hay hechos interpretados, porque si tú me dices: “Sólo hay interpretaciones”, ¿de qué? Claro, Nietzsche no va a ser tonto de caer en el positivismo, aunque despuesito de El origen de la tragedia se creía positivista. En El viajero y su sombra se cree positivista en la línea de Darwin y Spencer, pero como hacía con todo, al rato también los tira a la basura.

Cito a Nietzsche para preguntarle por la presencia del equivocismo en la posmodernidad.

Mira, la posmodernidad está de salida con esta nueva corriente del nuevo realismo, que apenas pude enhebrar un poco y, fíjate, son los alumnos de los grandes posmodernos. Maurizio Ferraris, mi tocayo y muy amigo mío, fue el gran discípulo de Vattimo y está totalmente en contra. Quentin Meillassoux, el francés del nuevo realismo, discípulo de Deleuze a través de Badiou, está totalmente en contra de la posmodernidad. Entonces, quiere decir que la posmodernidad se agotó, está exhausta. Yo acepto, mira, lo que decía el bueno de Hegel, que cada corriente cumple una misión en la historia, estoy de acuerdo; cumplieron la misión. La razón, con R grandota, la han puesto con r chiquita y eso sirvió, pero se les pasó. Si cuando éramos analíticos, positivistas lógicos, exageramos la razón, estos exageraron bastante la sinrazón. Termino con esto: mira, yo tomo mucho a un gran filósofo del lenguaje, Frege, que distingue en el signo sentido y referencia, me gusta más que lo de Saussure. El positivismo fue referencialista, hechos, ahí está. Y la posmodernidad fue de sentido. Referencia y sentido: interpretaciones. Se necesitan los dos.

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¿Qué hay del personaje mitológico de Hermes? Usted escribe sobre él en Hechos e interpretaciones: “Y también nos recuerda que Hermes era el señor del camino, el que lo interpretaba. Es que la hermenéutica orienta”. 

Es curioso. Ya ves que Ferraris tiene una historia de la hermenéutica. Él allí sostiene que Hermes no tiene nada que ver con la hermenéutica. Yo digo que sí. A lo mejor no directamente, pero Hermes siempre fue el traductor, el intérprete. Ahora, fíjate qué curioso, tomo la analogía de los pitagóricos. Hermes era interpretado por Pitágoras, porque era analógico, un híbrido; lo mestizo es analógico o lo analógico es mestizo. Y esto se da en Hermes porque era hijo de Zeus y de Maya, una mortal. Entonces era una especie de híbrido, de mestizo. Y además, era Mercurio. He comparado mucho la hermenéutica analógica con los alquimistas, sobre todo a través de Jung. Los alquimistas manejaban el mercurio. Y el mercurio era argentum liquidum, la plata líquida, que es metal, pero líquido, otro mestizo. En esto también me ayudó mucho Eugenio Trías, otro gran filósofo que ya murió, muy buen pensador. ¿Te acuerdas? Él era el filósofo del límite y tenía su idea de la filosofía limítrofe. Una vez le pregunté el porqué. Él iba bastante a la UNAM, tenía un grupo de admiradores que luego se enojaban porque quería comer conmigo. “Yo no sé por qué quiere verte”, me decían, porque los analíticos me veían como posmoderno y los posmodernos como analítico encubierto. Pero no, siempre que iba Trías comía con él y platicábamos. Y una vez le pregunté: “¿Por qué la filosofía del límite?”. Y me dijo: “Porque yo siempre fui limítrofe, nadie me hacía caso”. Y es un poco lo que me ha pasado. Los analíticos me ven como traidor. Y mis amigos posmodernos no me aceptaban por mi pasado en la filosofía positivista, en la filosofía analítica.

Hay una imagen donde usted habla del toro coronado con los cuernos de lo unívoco y lo equívoco. Me recordó al mito del Minotauro y pensé que en ocasiones nos encontramos en un laberinto, con ese toro a punto de embestirnos… si no sabemos dialogar. 

Acuérdate que el Minotauro estaba en un laberinto. En el laberinto te pierdes si eres univocista. Hay un autor (Francois Roustang) que le tira muy duro al psicoanalista Lacan en Lacan, del equívoco al callejón sin salida. Es un librito que se usó mucho hace tiempo. Fíjate cómo lo unívoco y lo equívoco te pierden. Incluso me gusta mucho una expresión muy antigua del español medieval donde perderse es divertirse. La pura univocidad te encierra en el laberinto. Y la equivocidad te pierde dentro del laberinto. Entonces, me das aquí una idea que después se podría desarrollar: la analogía es el hilo de Ariadna, te hace salir. Es una cosa que me decía Trías: “Mira, muy parecida tu hermenéutica analógica a mi filosofía del límite, porque la analogía le pone límite a la univocidad y le pone límite a la equivocidad. A la univocidad, para que no se haga absoluta. Y a la equivocidad, para que no se diluya en el aire”.

Uno de los campos donde propone aplicar la hermenéutica analógica es en los derechos humanos. ¿Qué nos falta aprender de ellos? 

Sobre todo a mí me encargaron aplicar la hermenéutica analógica de la Academia de los Derechos Humanos para la Interculturalidad. En una ocasión estaba en un Sanborns con Luis Villoro. Fue muy amigo mío. Ya ves que al final de su vida andaba muy metido con los zapatistas en Chiapas y con los indígenas. También estaba con un abogado, y Luis me dice: “Oye, fíjate que me he quedado pensando. Lo de tu hermenéutica analógica se puede aplicar en Chiapas para la interculturalidad. Hay etnias que, no es que no acepten los derechos humanos, sino que no los entienden igual. Entonces, ¿cómo les haces ver?”. Y fíjate, dijo una cosa terrible: “Mira, nosotros endiosamos a los indígenas, pero a veces son igual de machistas que nosotros o peor”. Y me citaba una etnia en la que violaban derechos humanos de las mujeres y los niños. No sé cual y qué bueno que no me acuerdo. Así lo dijo él: “Si una mujer enviuda y se casa con un señor, el señor puede hacer uso de las hijas. Y las niñas se suicidan y no saben por qué pasa”. Y el abogado dice: “¡A esos yo les mando el ejército!”. Y les contesto: “No, espérate, tampoco... educación intercultural”. De hecho, en la Universidad Pedagógica de Ciudad de México hay un grupo que aplica la hermenéutica analógica a la educación intercultural. Es diálogo intercultural. Ahora, ¿un diálogo intercultural unívoco? Estados Unidos acepta multiculturales pero en reservas. O sea no hay interculturalidad, es multiculturalidad, pero en tu apartheid, en tu gueto, en tu reservación. En cambio, en un diálogo intercultural equívoco todo se vale: “Déjalos que violen los derechos humanos, lo han hecho siempre, es costumbre”. Oye no, hay que dialogar para educar.

Imagen: Enrique Castruita.
Imagen: Enrique Castruita.

Entonces, ¿una hermenéutica analógica debe ayudarnos a reconstruir el sujeto?

Sí, porque mira, la posmodernidad destruyó al sujeto. Recordemos el famoso artículo de Michel Foucault que se llama “Sobre el sujeto”, donde no hay sujeto, pero se está refiriendo al sujeto unívoco. Y con la posmodernidad ha quedado un sujeto equívoco, que no sabemos ni qué ni hasta dónde puede influir. En cambio, pensando en eso, una vez saqué un artículo con unos amigos de Michoacán: “El sujeto analógico”. A lo que le tiraba Foucault, como buen francés, era al sujeto cartesiano, autoposeído, luminoso, transparente, que se conoce perfectamente. Pero tampoco el sujeto equívoco de algunos psicoanalistas, de que no conocemos nada y no sabemos cómo vamos para delante, sobre todo unos lacanianos —pero no Lacan mismo—. La posmodernidad también llegó al psicoanálisis, a la psicología, y muchos han negado la existencia del sujeto: “No hay sujetos, hay estructuras”, es el estructuralismo de Lacan, de muchos lingüistas, antropólogos, etcétera. Entonces, ¿qué significa un sujeto analógico? Un sujeto como el que planteó Alasdair MacIntyre, un sujeto narratológico, un sujeto que no es autoposeído, prepotente, sino que es narratológico, porque vive de la narración; tiene historia. Si no hay un sujeto, no hay interpretación.

¿Y sigue considerando que el amor es lo único que puede llenar al ser humano? 

Yo creo que sí. Ahora, un amor analógico también. A mí me gustó mucho un libro sobre el vínculo. El vínculo es lo que cura y lo que enferma psicológicamente. Hay amores unívocos que enferman y hay amores equívocos que también. Hay que buscar el mestizaje, la hibridación, o si quieres, pitagóricamente, y como decían también los alquimistas, el equilibrio proporcional. ¿Equilibrio analógico? No es así, porque cuando hablaba de analogía... es el término griego que los latinos tradujeron como proportio, el equilibrio del equilibrista, la frónesis de Aristóteles que tanto gustó a Heidegger y a Gadamer, la prudencia. En el libro sexto de la Ética a Nicómaco te encuentras cómo Aristóteles dice: “Tengo que definir la prudencia y no puedo, voy a dar ejemplos de libros de prudentes”, o sea, la analogía. Hoy me estimulaste muchas ideas.

srodriguez@elsiglo.mx

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