De manera general y caprichosa consideramos la famosa "propina" como una gratificación adicional que se da por un servicio recibido; es voluntaria y espontánea, por lo que el cliente decide unilateralmente si la da o no, de igual modo determina el monto de ésta.
Sin embargo, de unos años hacia acá, ciertos establecimientos comerciales, especialmente restaurantes y bares, han asumido la práctica de incluir la propina en la cuenta, así como el porcentaje de la misma, fijándolo arbitrariamente en un diez por ciento sobre la factura de consumo, dándole de esta manera un carácter obligatorio, por lo cual deja de ser una gratificación o recompensa por el servicio y el consumo, con la consiguiente inconformidad y reclamo de los clientes.
Lo cierto es que se ha institucionalizado, y ya es una práctica común dar "propina" por cualquier servicio recibido, haya sido o no bien prestado, con amabilidad o sin ella, de manera atenta o grosera: el peluquero, el aseador de calzado, el taxista, el lavador de autos, el mesero de restaurante y de bar, entre otros muchos, terminado el servicio esperan de manera automática que el cliente les de su propina, sin considerar, si quedó o no satisfecho; observándose algo que merece ser analizado críticamente: si el cliente no otorga la propina esperada, los servidores asumen una actitud de molestia, de enojo, y en algunos casos hasta llegan a reclamar airadamente, y si el cliente regresa en otra ocasión, no lo tratan con el mismo esmero.
Hay dos actividades, fuera de los establecimientos formales, que son claros ejemplos de cómo esta práctica ha arraigado socialmente, haciendo difícil su eliminación: los "cerillos" de los supermercados y los "franeleros" o cuidadores de autos en los estacionamientos al aire libre o en el interior de los establecimientos comerciales o de servicios.
En el primer caso, las empresas mercantiles comenzaron por dar oportunidad a menores de edad, niños y niñas, para que en sus horas libres, sin perjuicio de sus deberes escolares y con el ánimo de que obtuvieran alguna ganancia que les ayudara en la compra de materiales, uniformes y calzado, acudieran a las cajas de los "supers" a embolsar la mercancía de los eventuales consumidores, con la seguridad que por ese servicio recibirían una propina.
Después fueron sustituídos por personas adultas de la "tercera edad", ya jubilados, desempleados o con alguna enfermedad que les impidiese laborar, y entonces vimos en los centros comerciales a señoras y señores desempeñarse como embolsadores y en algunos casos hasta "cargadores" de la mercancía comprada, llevándola desde la caja de la tienda hasta el automóvil del consumidor, que por tal actividad les da una propina.
En ambos casos, de cerillos y de jubilados, la empresa no asume ninguna responsabilidad, no son sus trabajadores ni empleados, jurídicamente no tienen obligación alguna para con ellos; al contrario, algunos empresarios de estos giros piensan que tales personas debieran estar agradecidas con ellos por darles la oportunidad de obtener algún ingreso por medio de estas propinas.
El otro caso, es el de los acomodadores de autos o "franeleros" porque se les identifica con un trozo de tela, no necesariamente de franela que llevan agitándola en el aire, indicando y dirigiendo a un automovilista hacia un espacio vacío para que ahí estacionen su vehículo. Muchas veces usted llega a un lugar determinado, estacióna su auto sin que se lo haya señalado el acomodador y al salir después de haber desahogado el asunto o diligencia que lo llevo a tal establecimiento y al abordar el vehículo va acercándosele el acomodador y le dice "yo se lo cuidé jefecito". Usted inmediatamente y casi de manera mecánica saca la moneda o monedas para dárselas como propina.
Se da el caso a veces, de que estos voluntarios servidores le ponen monedas al parquímetro o estacionómetro, evitándole al ciudadano la "molestia" de ir a cambiar billetes por monedas para cumplir con la necesidad y conveniencia de pagar tiempo por ocupar un espacio en las vialidades. Otras ocasiones, cubren el "parabrisas" del auto con trozos de cartón o periódico para protegerlo del sol; con frecuencia se encuentra con la sorpresa de "le doy una lavadita a su coche jefecito, hay lo que guste", y usted se apresta a darle la propina correspondiente. Claro que los cartones las monedas para el aparato y el lavado son cosa adicional al de simplemente señalarle el espacio y desde luego que merece propina aparte.
De cualquier manera, la propina ha adquirido carta de naturalización en nuestro medio social: no hay actividad por pequeña que sea, formal o informal, que no requiera de propina. Somos un pueblo "propinero" como dicen algunos.
En cuanto al origen de la propina, unos dicen que nació en Grecia; otros que en la edad media cuando los señores feudales le lanzaban monedas para asegurar su paso entre las multitudes. Hubo un tiempo que en Francia e Inglaterra no dar propina se consideraba un insulto, una conducta que merecía un castigo físico. Mas tarde los franceses dueños de establecimientos se asegurarían que sus empleados recibieran propina por parte de los clientes extranjeros que no conocían las costumbres. En muchos establecimientos comerciales se colocaba una caja con orificio para introducir monedas. Con el siguiente letrero "Mercí monsieur, pour les employees". (gracias caballero, para los empleados), Durante siglos en España dar propina era ofensivo y denigrante, de tal suerte que los camareros y otros trabajadores similares colgaban letreros con la advertencia. No se aceptan propinas. La clientela por su parte acuño la frase: "la propina envilece, empobrece y ni Dios te lo agradece".
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