En estas páginas he señalado que una de las fortalezas de nuestro país son las instituciones construidas a lo largo de los siglos. En salud el argumento se puede ejemplificar con el Hospital de Jesús, el primero de América Continental con 500 años de funcionamiento. También con el Hospital Civil de Guadalajara con 230 años, el Consejo de Salubridad General establecido en 1841, el Hospital Juárez de México en servicio seis años más tarde y la Academia Nacional de Medicina con más de 160 años. Algo similar sucede con el sistema de seguridad social y los institutos nacionales de salud.
Por lo que se refiere a la educación, México tiene numerosos ejemplos de establecimientos educativos con siglos de existencia. El Colegio de las Vizcaínas, los institutos científicos y literarios y las universidades públicas de las entidades federativas dan cuenta de ello. El caso de la Real Universidad de México es digno de ser destacado. En efecto, el antecedente de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México se remonta a 1551 cuando se expide su cédula fundacional y a 1553 cuando inicia sus labores. La primera Universidad de los Estados Unidos, Harvard, fue fundada en 1636, es decir 85 años después de la nuestra.
Durante más de cinco siglos, las instituciones nacionales se han organizado y evolucionado y forman parte de la grandeza del país y de nuestra identidad. Lo dicho debe servir para resaltar su importancia y el servicio prestado, pero también para alentarnos a trabajar en favor de su engrandecimiento y evitar que se debiliten. Este es el caso de la UNAM, afectada en ocasiones por grupos violentos ajenos a ella.
Es cierto que en la institución existen problemas, algunos sensibles y complejos como la seguridad, debida en parte a condiciones externas y que se ha constituido en demanda reiterada de alumnos, académicos y trabajadores administrativos. Por supuesto que ese justo reclamo está siendo atendido por los cauces pertinentes y con las fórmulas acordadas en nuestra Casa de Estudios.
Junto a ello, conviene que todos tengamos presente la trascendencia del trabajo institucional. Cada día más de 375 mil alumnos desarrollan las actividades de sus programas de estudio y más de 42 mil académicos dan clases, investigan y prestan servicios profesionales. Solo en este siglo, la Universidad Nacional amplió el número de sus estudiantes en casi 125 mil, 50 por ciento más respecto de 2001. En el mismo periodo se han titulado y graduado en la licenciatura y el posgrado más de 657 mil profesionales. Es la Universidad mexicana más reconocida en todos los índices internacionales y junto con la de Sao Paulo son las dos mejores de la comunidad iberoamericana.
A la UNAM se le debe apoyar y todos hemos de respetar sus principios fundamentales: la autonomía y la libertad de cátedra e investigación. Se debe entender que en ella cabe el estudio de todas las corrientes del pensamiento, que son inaceptables la intolerancia y las descalificaciones debido al origen étnico, el género o las convicciones políticas, y que se debe rechazar la violencia en todas sus modalidades.
Por todo ello preocupan las expresiones y actos en su contra, la afectación de su patrimonio cultural, los señalamientos indebidos hacia académicos distinguidos y autoridades, al igual que el desarrollo de acciones que favorecen el miedo y la incertidumbre, contrarios al ambiente de libertad y tranquilidad en el que se deben realizar las tareas universitarias. Para que prosperen la enseñanza y la investigación, el desarrollo del pensamiento crítico, y la innovación, se requiere de paz y reposo del espíritu. ¡Ayudemos a generar el ambiente propicio!