Eran dos hermanos que en tiempos muy pasados vivieron en Huichapan, Hidalgo. Iban a su trabajo vestidos siempre de riguroso traje negro. Se cubrían con bombín; usaban polainas; calzaban zapatos de charol, y llevaban en el chaleco reloj de bolsillo con leontina, cadena de oro que se lucía al pecho como signo de bonanza. Solteros ambos, sin familia alguna, se tenían solamente el uno al otro.
Sucedió que en cosa de tres días a uno de los dos hermanos se lo llevó del mundo una pulmonía cuata, como antes se decía. Y sucedió también que en el velorio del difunto el otro hermano, que lloraba de pie, inconsolable, junto al ataúd, cayó muerto de pronto.
Don Rosendo González, el muñequero del lugar ("muñequero" era en Huichapan el restaurador de imágenes de santos y de niños dioses), comentaba después:
No cabe duda: la muerte es cosa rara. Más entoavía que la vida.
¡Hasta mañana!...