UN HOMBRE SOÑÓ QUE YA NO PODÍA SOÑAR.
Ese sueño lo angustió. Sus sueños eran siempre hermosos. En ellos volvía a ser un niño. Su madre lo acariciaba; su padre lo tomaba entre sus brazos y lo llevaba con él por un campo florido. Otras veces la amada se le aparecía. Le brindaba sus labios, húmedos y apetecibles como fruto de paraíso, y juntos iban al consumado amor.
Ahora el hombre ya no sueña. Por tanto ya no vive. Le es ajena la realidad de los sueños; le son ajenos los sueños de la realidad. En sus noches no ve sino un oscuro fondo; en sus días no mira sino oscuridad.
Los sueños son misterio, y una vida sin misterios no es sino un mal sueño. Este hombre ha perdido el don del sueño. Vivir sin soñar es casi tan triste como soñar sin vivir.
Compadezcamos al infeliz. Procuremos soñar como si viviéramos, y vivir como si soñáramos. La vida sin sueños no es vida. Los sueños sin vida son solamente sueños.
Y ahora me disculpan.
Voy a vivir.
Es decir voy a soñar.