MILAGROS.
Con ellos alteraba el orden natural, y sin el orden natural ocurren males de todo orden.
Pese a los buenos deseos del frailecito los milagros se le salían, insumisos, y le ganaban fama de santo, cosa que lo traía perdido. Una mañana, por ejemplo, un albañil cayó de lo alto de un alto edificio en construcción. Seguramente iba a perder la vida. San Virila hizo un ademán involuntario y la caída del hombre se detuvo. El que iba a morir bajó por el aire lentamente, oscilando como pluma, y llegó a tierra sano y salvo.
La esposa del albañil, que había ido a llevarle el lonche a su marido, le dijo con enojo a San Virila: -¿Por qué te metes en lo que no te importa? Eso convenció al santo de que era preferible ya no hacer milagros. Pero dejar de hacerlos no estaba en sus manos: estaba en las manos de Dios. Y a Diosito le encantan los milagros. Son buena propaganda.
¡Hasta mañana!...