¡Qué noche la de la otra noche!
Soy devoto aficionado al beisbol, lo he dicho siempre. De la mano de mi padre don Mariano fui al viejo Estadio Saltillo, frente al lago de la Alameda, a ver las hazañas de peloteros que en mi mente infantil eran gigantes: Chaperita Medina, Limonar Martínez, Cartucho Regalado. Luego jugué en las Ligas Pequeñas, con el apelativo de "el Venado Fuentes", por mi ligereza para correr las bases. Y al paso de los años he sido fervoroso seguidor de los Saraperos.
Desde que tengo uso de memoria he seguido las Series Mundiales, primero en el radio -¡ah, aquellas crónicas de Buck Canel!-, ahora en la televisión.
El pasado lunes vi, de la primera entrada hasta la número 18, el enconado duelo entre los Dodgers de Los Ángeles y los Blue Jays de Toronto. Voy con los Dodgers, pues mis idolatrados Yanquis no participan en la serie, pero cuando batea Alejandro Kirk cambio de equipo momentáneamente.
No hay deporte tan lleno de tradición, anecdotario e historia como el beisbol. De mi padre no recibí en herencia bienes materiales, pero mejores cosas recibí de él: valores, principios, ideas de bien y de verdad. Ah, y el beisbol.
¡Hasta mañana!...