Este año el huerto de nogales no dio fruto. Por eso no hay en él niños ni palomas.
Me preocupan las ardillas que ahí viven, y he pedido que les lleven nueces de cosechas pasadas para que las encuentren y las guarden en previsión de un invierno prolongado. Alguien me dijo que al hacer eso atento contra el orden de la naturaleza, pero los años me han enseñado que a veces el orden de la naturaleza es un desorden.
Empiezan a amarillear las frondas de los árboles. El paisaje se vuelve color ámbar. El otoño es buen pintor, y cada día me regala un cuadro impresionista. Le digo a don Abundio, el cuidador del huerto, que en cada hoja que cae va un verso triste. Me dice él:
-Se está usted haciendo viejo, licenciado.
Respondo:
-Sí, gracias a Dios.