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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

San Virila salió de su convento esa mañana y tomó el camino que llevaba al pueblo. Ahí pedía el pan para sus pobres.

En eso pasó el rey a caballo con sus cortesanos. Llevaban lanzas y ballestas; iban a cazar. El frailecito hizo un oculto movimiento con su mano y todos los animales del bosque se escondieron. Aquel día los cazadores no vieron ni un ciervo, ni un jabalí, ni un oso. Enojados por la falta de presas el monarca y sus vasallos regresaron al palacio con las manos vacías.

San Virila volvió a la casa conventual y fue a la cocina a dejar el poco pan que había recogido. Fray Caldera, el cocinero, le preguntó:

-¿Hiciste hoy algún milagro?

Respondió Virila:

-Yo no hago milagros. Los que a mí se me atribuyen los hace el Señor.

Tú sí estás haciendo un milagro. La comida de cada día es un milagro.

¡Hasta mañana!...

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