Las hojas del peral empiezan a pintarse de amarillo. El árbol que tuvo esferas de oro les da a sus hojas un color dorado.
Es buen trabajador este amigo vegetal. Año con año nos da pródiga cosecha. Sus frutos tienen redondeces de mujer, blancuras interiores de novicia y dulzor de amante. Tan perfectas son sus peras que morderlas me parece una profanación.
¿De dónde vino este árbol? Vino, con muchos otros, de Allende, Nuevo León. Los plantamos, pequeñitos, la amada eterna y yo. Los vimos crecer, hasta que un día llegó el ciclón Gilberto y se llevó la huerta.
Habíamos dejado uno para ponerlo en el solar de la casa. Por eso se salvó. A los árboles, como a los hombres, los rige un designio misterioso.Pronto el peral se quedará sin hojas. Sus ramas tendrán apariencia de manos esqueléticas. Pero la primavera volverá -la primavera siempre vuelve-, y otra vez el árbol tendrá su cabellera alborotada.
Su irá el otoño, llegará el invierno -el invierno siempre llega-, y el peral descansará de sus trabajos. Bien merecido tiene su descanso. Lo miro y pienso que también yo descansaré.