Este amigo con quien acostumbro tomar la copa -tres o cuatro- los martes por la noche se declara "un incrédulo creyente". Explica:
-No puedo olvidar las oraciones aprendidas de mi madre y mi abuela, y las rezo en tiempos de necesidad, pero a lo largo del camino me han surgido dudas que soy incapaz de superar. Detesto a aquéllos que se sienten amigos personales del Señor. Incurren en culpa de soberbia. Prefiero tratar con un ateo por convicción antes que con un cristiano por costumbre.
Eso dice mi amigo. Luego clava la mirada en mí -los que han bebido cuatro copas siempre clavan la mirada- y me pregunta:
-Tú ¿Qué eres?
Le contesto:
-Soy un cristiano por convicción y un ateo por costumbre.
Y es que también yo he bebido cuatro copas.