Llegó cuando pardeaba el señor cura al rancho
-misa, bodas, bautismos, primeras comuniones-.
Pobres, como de pobre, sus recios zapatones,
su raída sotana y su sombrero ancho.
Él a todos conoce: Esteban, Lupe, Pancho.
Lo quieren ellos "porque no nos echa sermones".
Al Cielo los conduce entre dos maldiciones:
a los hombres "cabrones"; a los niños "carancho".
Con su antiguo breviario que lee vacilante,
algún magro condumio; su catre, un viejo manto,
su café y su cigarro, tiene más que bastante.
Para la risa es fácil, igual que para el llanto.
En la ciudad los suyos lo llaman ignorante.
Y lo es: tan ignorante que no sabe que es santo.
AFA.
¡Hasta mañana!...