El otoño se despide ya. Las ramas de los árboles sin hojas parecen manos que dicen un adiós. De lo alto de la montaña baja un viento frío capaz de helar los cuerpos y las almas.
En la cocina de la antigua casa del Potrero se alarga la tertulia tras la cena. La leña que arde en el fogón hace del aposento un cálido refugio que nadie quiere abandonar. Hay té de yerbanís para las señoras, y para los señores hay copitas de mezcal. Eso es calor para ambos.
Don Abundio habla de su mujer:
-De soltera le rezaba a Dios: "Señor yo no pido nada para mí, pero mándale un yerno a mi mamá".
Todos reímos, menos doña Rosa. Ella masculla, atufada:
-Viejo hablador.
Con índice y pulgar don Abundio figura el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.