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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

"Dale, dale, dale, no pierdas el tino. Mide la distancia que hay en el camino. Dale, dale, dale; dale, no le dio. Quítenle la venda porque sigo yo".

La cantilena infantil acompaña al ritual de la piñata. Estoy mirando a los niños del Potrero quebrar la que les hemos llevado. El señor Villalobos, obispo de Saltillo, ofició la misa de Navidad en la humilde capilla del rancho, y luego pidió ser él quien tirara de la cuerda. Pone la piñata al alcance de los pequeños para que puedan pegarle. Pero llega Lili, robusta mocetona con síndrome de Down, de recios brazo y amenazante fuerza. Don Francisco, cauteloso, sube la piñata. Lili le grita con enojo:

-¡Bájala, pendejo!

Todavía escucho en el recuerdo la alegre risa de Su Excelencia al oírse llamar así.

La piñata es azul y blanca, los colores de la Virgen. Tiene siete picos, que representan a los siete pecados capitales. Cuando la piñata sea quebrada eso significará que hemos vencido al mal. Caerá sobre nosotros la lluvia de dulces, naranjas, cacahuates y trozos de sabrosa caña de azúcar. Son las gracias que del Cielo vienen.

El artesano que fabricó esta piñata no lo sabe, pero con barro, cartón y papel de China hizo un tratado de teología.

EL NIDO VACÍO

En mercadotecnia quedan muy claras las etapas del ciclo de vida de la familia. En teoría, es la evolución de los individuos para formar una familia que, poco a poco, va cambiando de fisonomía conforme los hijos nacen, van creciendo y, eventualmente, dejan el hogar que les dio cobijo: su nido; y así vuelve a iniciar el ciclo para este individuo que, al alejarse del hogar de sus padres, ahora funda el propio con la posibilidad de formar su nido y dar acogida a una nueva familia.

Este ciclo se ha reproducido a lo largo de los siglos, aunque se ha visto modificado por circunstancias propias de las distintas épocas de la historia. Sin embargo, la familia nuclear es y seguirá siendo la piedra angular para que la sociedad no perezca.

Así pues, para los que somos padres llegará un momento esperado, incluso deseado porque forma parte del crecimiento, tanto para quienes se van como para quienes se quedan.

Hace muchos años las familias eran muy numerosas y el nido tardaba en llenarse y también en vaciarse. Actualmente eso sucede a un ritmo distinto. Las familias, cada vez más pequeñas, experimentan esta pérdida en un plazo más breve: uno o dos, tal vez tres hijos, aunque separados en edad, en poco tiempo terminan por irse.

A veces el nido comienza a vaciarse antes de que terminen la universidad porque, precisamente, son sus estudios los que determina la salida del hogar.

Así, con el nido medio vacío el momento de la salida del último de los hijos constituye ese nido vacío: ley de vida; paradójicamente a la vez es un evento de alegría y de incertidumbre: principalmente porque se acaba la etapa de cuidador y viene una nueva, sin sujetos bajo cuidado.

Tal vez la hora para replantearse la vida debería ocurrir con suficiente antelación para estar mejor preparados. Tal y como ocurre con la jubilación, se ha habituado tanto a la rutina laboral que dejarla, aunque ya se esté cansado, genera una ambigüedad similar. El nido vacío es una especie de jubilación de la etapa cuidadora que abre la puerta para contar con más tiempo para uno y, si la hay, para la pareja.

Realmente, la mayoría que hemos tenido la fortuna de trascender a través de una familia propia, ya transitamos por una serie de pequeños duelos como cuando los hijos dejan la etapa de bebés, ingresar al kínder, luego a primaria y así hasta graduarse de universidad, la antesala de la emigración ya sea por lo laboral o para formar su propio nido.

Es una especie de parto. Muchas veces se observa el fenómeno desde la perspectiva del recién nacido, sin embargo, para la madre es todo un universo diferente, también: se genera un vacío con la salida del bebé, los órganos se tienen que volver a acomodar, ya nada es como solía ser, en fin, hay grandes cambios que sólo quien ha parido conoce. Así ha de sentirse cuando el nido se vacía: duele, hay un hueco y todo tiene que reacomodarse para no quedar como solía ser, aunque la vida sigue.

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Escrito en: Mirador Columnas Editorial Armando Fuentes Aguirre (Catón)

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