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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

El día está tristón. Parece haber envejecido junto con el año. La niebla desdibuja las cosas, y una llovizna pertinaz remoja el alma. Un árbol que no ha leído a O. Henry deja caer su última hoja.

¿A dónde se ha ido la pared de enfrente? Ya no la veo. ¿De dónde vino este vaho que empaña el ventanal? Ahora lo veo.

Si por aquí anduviera algún poeta seguramente escribiría un poema melancólico. Elegíacos se llaman los versos que incitan al lloriqueo. Aun así, con neblina y lluvia, con hojas caídas y paredes que se van, la tristeza no ha llamado a mi puerta. Y si llama no le abriré. Estoy muy ocupado haciendo nada. Oigo mi música y bebo mi té de canela con rompope, lujo de clase media que en algo me recuerda a Dickens.

Hay bruma y frío afuera, pero adentro no. Adentro hay cálidos recuerdos de días vividos con amor. La amada eterna está conmigo; los hijos y los nietos me acompañan. Llamará la tristeza alguna vez, pero haré como que no la oigo.

ECONOMÍA DE LA CULPA

La culpa surge como consecuencia o temor al juicio moral sobre lo que hacemos, sentimos o pensamos, o por asumir la responsabilidad de una acción. Se manifiesta psicológica o fisiológicamente. Ha sido analizada por su rol en la estructura social. Ruth Benedict y Erving Goffman hablaron de la "cultura de la culpa". Freud dijo que era "el problema más importante en el desarrollo de la civilización". Si bien el concepto de economía de la culpa no se atribuye a un autor en particular, se dice que es una noción derivada de la Filosofía, la Sociología y la Psicología, principalmente basada en las propuestas de Nietzsche, Foucault y la Sociología contemporánea de las emociones.

La economía de la culpa describe cómo se produce, distribuye, intercambia y acumula, al igual que su uso para ejercer control y regular socialmente. Es una moneda moral: alguien la emite, otro la recibe y uno más la paga. Acumulamos culpa a causa del pasado, y también por no cumplir con las expectativas sociales o porque nuestra estima fue afectada, y esto determina nuestras decisiones, los límites que imponemos o respetamos, y la manera en que nos relacionamos con los y las demás.

Es innegable que grupos e instituciones llegan a beneficiarse de la culpa acumulada. La religión inculca que pensar en uno mismo ofende a Dios. Los discursos dominantes dictan el comportamiento de una "buena" madre, estándares que nunca logramos. No cumplir con las expectativas de los jefes nos hace experimentar culpa laboral, porque sentimos que no damos el tiempo ni esfuerzo necesario. Perder una pareja puede relacionarse con la narrativa de que no fue lo suficientemente cuidada. Cuando una madre pierde a un hijo enfrenta el juicio social, pues se piensa que hubo algo que no hizo bien. Así, la culpa se convierte en una moneda de intercambio o manipulación emocional.

Vivir con culpa limita la autonomía y otorga poder a otros, ya que asegura obediencia, lealtad y productividad. Sostiene modelos patriarcales en los que la diversidad y la diferencia tienen que luchar para romper con las injusticias.

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Escrito en: Mirador Columnas editorial Armando Fuentes Aguirre (Catón)

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