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Música en un suspiro

BÉLA BARTÓK

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA

Nacido en 1881, Bartók es considerado uno de los compositores más importantes de la música de concierto en el siglo XX, sobre todo por su acentuado interés en el estudio de temas, estilos y patrones rítmicos del folklor.

De alguna manera Bartok logró sintetizar estas influencias en su música, generando un sesgo distintivo.

Casualmente siendo niño experimentó un aislamiento muy sui géneris: Víctima de la viruela, no pudo estar en contacto con otros niños hasta bien cumplidos los 5 años. Así, el pequeño Bartok pasaba largas jornadas escuchando tocar a su madre en el piano. A los 9 años ya componía sus primeras danzas y aunque su madre siempre trató de proporcionarle la mejor educación posible, Bartok fue más bien autodidacta en el estudio de la técnica básica de la composición.

En la secundaria era capaz de escribir música con el estilo e influencia de Brahms, sin embargo, lo que generó una ruptura radical en su formación fue el escuchar el Así hablaba de Zarathustra de Richard Strauss. “Ésta es la música del futuro”, argumentó.

Aunada la emoción causada por Strauss y su ferviente nacionalismo de juventud, escribiría su primera creación sinfónica de trascendencia: El Poema Sinfónico Kossuth en honor al héroe de la Revolución de 1848. Al terminar sus estudios, dedicó buen parte de su vida a dar conciertos por todo el mundo y especialmente llama la atención su desempeño como docente, dejando un legado de arreglos didácticos de la obra de Bach, Haydn, Mozart y Beethoven, además de un importante repertorio de música para niños. En 1904, escucha la canción “Manzana Roja”. Este evento fue sin duda la chispa que provocaría que Bartok dedicara especial cuidado a la música folklórica.

Dos años más tarde conocería al otro gran bastión de la música húngara con quien trabaría gran amistad: Soltan Kodaly. Ambos se dedicaron a recuperar el legado musical folklórico húngaro a partir de grabaciones hechas en el recién inventado cilindro de Edison. Sin embargo, a diferencia de Kodaly, Bartok también se interesó en otras manifestaciones folklóricas, como la compleja música rumana, la tradición eslovaca, serbia, croata, búlgara, turca y africana.

Desdeñado en su patria por considerar su música disonante e incomprensible, Bartok recibe múltiples encargos del exterior: música de cámara y quizá su obra más famosa, el concierto para orquesta del año 1943.

Producto de los múltiples conflictos armados y reconfiguración geopolítica de la primera mitad del siglo XX, Bartok fue fuertemente criticado por valorar e interpretar música de “pueblos enemigos”. Siendo gran crítico del régimen nazi, en 1940 migra a los Estados Unidos, donde es ampliamente reconocido al grado decir: “Su pluma ennoblece la música y América podrá presumir que vivió en la época de Bartok”. El, el ver cómo los fundamentalismos religiosos destruían culturas tratando de justificar la propia como la verdadera y única, se declara libre de esas ataduras, declarándose ateo.

La fractura de las culturas y el odio entre los pueblos le generaba un profundo dolor, pues él buscaba siempre hermanarlos a través de la música. “Las religiones separan a los pueblos”, decía.

Murió en 1945 en Nueva York tomado de las manos de su esposa e hijo. Después de la caída del Muro de Berlín, sus restos regresaron a Budapest para ser reconocido en todo el mundo, como aquel que hizo de la música una religión de amor incondicional al prójimo.

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Escrito en: Columnas editorial

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