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Navidades para todos

La Navidad no ha perdido el sentido religioso a pesar de que el festejo se ha vuelto comercial, sobre todo por la costumbre de intercambiar regalos, que viene desde los tiempos romanos.

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SERGIO SARMIENTO

La Navidad es uno de los festejos más extendidos del mundo. Se celebra, por supuesto, en los países cristianos, aunque con características propias en cada uno. Los intentos de las dictaduras comunistas, como la Unión Soviética o Cuba, por abolirlo nunca tuvieron éxito. Además, muchos países que no son cristianos han adoptado aspectos de los festejos navideños, en parte porque se trata de una celebración amable y gozosa. 

La Semana Santa es, por supuesto, la conmemoración fundamental del cristianismo, religión que se basa en la convicción de que Jesús de Nazaret era hijo de Dios y fue torturado y crucificado para la salvación de los hombres. La pasión de Cristo, sin embargo, trae imágenes fuertes de violencia y sufrimiento que son difíciles de asimilar, sobre todo para los niños. La Navidad, por el contrario, es una celebración familiar marcada por fiestas, presentes y alegría.

Quizá sorprenda saber que no todos los cristianos en la historia han considerado la Navidad como un festejo que deba realizarse. Las primeras comunidades de esta religión conmemoraban la muerte de Jesús y su resurrección, pero no la Natividad. No tenían una fecha para ello, porque nadie sabía cuándo había nacido, ni consideraban que el nacimiento fuera un momento relevante en su historia.

Las festividades navideñas se mezclaron en un principio con tradiciones paganas. Los antiguos romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del sol invicto, vinculada al solsticio de invierno, la cual era precedida por la Saturnalia, en homenaje al dios Saturno e indicador del fin de los ciclos agrícolas, la cual empezaba alrededor del 17 de diciembre y se extendía hasta el 23.

La fecha de la Navidad se estableció en el siglo IV d.C. cuando el emperador romano Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del Estado, y la confirmó el papa Julio I en ese mismo siglo. Hay indicios de que, incluso con anterioridad, algunos cristianos la festejaban el 25 de diciembre, pero no porque tuvieran alguna idea de cuándo había nacido Jesús, sino por asimilación de la fiesta del sol invicto. La fecha elegida ayudó al pueblo romano a aceptar el cristianismo.

Los puritanos ingleses y norteamericanos prohibieron la Navidad en el siglo XVII por sus raíces paganas. Cuestionaban, además, que las personas solían consumir alcohol y llegaban con frecuencia a excesos. La prohibición, sin embargo, no duró mucho tiempo. La gente siguió celebrándola tanto por razones religiosas como por simple aprecio.

En México, los pueblos indígenas también aceptaron la Navidad por una fusión con las fiestas locales del solsticio de invierno. Los mexicas celebraban la prevalencia del dios del sol, el triunfo de Hutzilopochtli sobre Tezcatlipoca, el dios de la oscuridad, una tradición similar a la del sol invicto de los romanos.

La Navidad no ha perdido el sentido religioso a pesar de que el festejo se ha vuelto comercial, sobre todo por la costumbre de intercambiar regalos, que viene desde los tiempos romanos. Pero quizá el aspecto más hermoso de la fiesta es el hecho de que es muy familiar. Los niños esperan sus regalos por la mañana, —o el Día de Reyes, que no es más que la Navidad del cristianismo oriental—, con inocencia y entusiasmo. Por eso, a pesar de las críticas, o incluso de las prohibiciones, se ha mantenido desde el siglo IV como una de las fiestas más populares del planeta.

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Escrito en: Sergio Sarmiento Navidad Jesús Columna

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