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LITERATURA

Nueva ola del terror oriental en el manga

Este movimiento literario abandona a los fantasmas del folclor para adentrarse en los laberintos de la psique y la fragilidad corporal, donde la ansiedad, la autoimagen y el deseo se vuelven materia narrativa.

Blood on the tracks, de Shuzo Oshimi.

Blood on the tracks, de Shuzo Oshimi.

JOSÉ TAPIA

El miedo nunca muere, sólo se transforma. En Japón, Corea del Sur y otras regiones del este asiático, el terror está viviendo unrenacimiento que ya no recae en los fantasmas del folclor ni en las maldiciones heredadas.

Si en los años ochenta el horror corporal mezclaba lo grotesco con la aceptación de lo extraño —lo viscoso, visceral, deforme, lo que se sale del molde humano—, hoy ese mismo impulso se reescribe en la página y en la viñeta, donde el temor nace de ser visto y no poder reconocerse. Se aloja en los cuerpos, en la psique, en la autopercepción deformada por pantallas, algoritmos y deseos.

Esta nueva ola de terror oriental es un movimiento literario y gráfico que se atreve a mirar de frente las ruinas de la identidad, la vigilancia del deseo y la alienación contemporánea. Lo que antes era grito y mutilación, ahora es un murmullo constante bajo la piel.

Dorohedoro, de Q Hayashida.
Dorohedoro, de Q Hayashida.

DEL CUERPO MONSTRUOSO AL CUERPO ANSIOSO

Autores como Junji Ito, Usamaru Furuya, Inio Asano o Q Hayashida son herederos de la tradición que transformó el horror corporal en espejo social. Ito ya había abierto el abismo con Uzumaki (1998), donde la obsesión se materializa en espirales que deforman la carne y la razón. Pero los nuevos mangakas van más allá de lo físico: apuntan al desasosiego psicológico, a la ansiedad por la autoimagen, al miedo de perder la forma en una era que exige constante exposición.

En títulos recientes, como Blood on the Tracks de Shuzo Oshimi, la monstruosidad no proviene de una maldición ni de un virus,sino del amor materno convertido en tiranía. El cuerpo del hijo —su autonomía, su voluntad— es absorbido por una madre quelo asfixia con ternura. En esa fusión enfermiza, Oshimi captura la angustia del vínculo afectivo que devora en silencio.

Sus viñetas, limpias y casi anodinas, contienen una violencia que el lector percibe más con el estómago que con los ojos. En suuniverso, el horror es doméstico; se cocina a fuego lento, se sirve con amabilidad.

El terror oriental contemporáneo ha reemplazado al espectro sobrenatural por el fantasma del control emocional. No hay necesidad de exorcismos, basta con una mirada sostenida por demasiado tiempo.

Uzumaki, de Junji Ito.
Uzumaki, de Junji Ito.

LA PIEL COMO FRONTERA POLÍTICA

Este renacer literario oriental no puede separarse de sus contextos sociales. Japón vive una crisis de aislamiento emocional y sobreexposición virtual; Corea del Sur lidia con una cultura de la imagen y el rendimiento que devora la mente de la juventud; China regula la expresión del cuerpo incluso en el arte. El horror se vuelve, entonces, una forma de resistencia estética.

El cuerpo —ese mismo que antes era receptáculo de espíritus o maldiciones— ahora es territorio político. En mangas como Dorohedoro, de Hayashida, los cuerpos mutan en carne industrial, son clonados, reensamblados, devorados; la identidad es inestable y la violencia social se encarna literalmente. En Homunculus, de Hideo Yamamoto, la cirugía y la psique se fusionan en un delirio que cuestiona qué tan “humano” sigue siendo el individuo en un sistema que lo disecciona a diario.

El horror corporal ya no se limita a lo grotesco: es una crítica de clase, una rebelión ante el sistema. La monstruosidad deja de ser una excepción para volverse síntoma. Sin embargo, no siempre requiere del exceso gráfico para impactar. Un panel vacío, unrostro mal trazado, una sombra que no se alinea son detalles que fracturan la continuidad visual y hacen visible lo invisible.

Homunculus, de Hideo Yamamoto.
Homunculus, de Hideo Yamamoto.

AUTORES Y SENSIBILIDADES CONTEMPORÁNEOS

Toda generación de horror necesita sus médiums. Si Junji Ito fue el sacerdote que ofició la comunión entre el miedo y la carne, la nueva ola oriental ha multiplicado las voces: cada autor levanta su propio altar, hecho no de sangre, sino de ansiedad. No buscanexorcizar lo siniestro, sino habitarlo. Masaaki Nakayama escribe el terror como si fuera interferencia eléctrica. PTSD Radio y Fuanno Tane son composiciones auditivas más que narrativas: microcortes, ruidos, flashes. Imita el ritmo digital del scrolling mundano e interminable. No necesita monstruos, basta con el zumbido mental que queda después de leer. Su obra es ruido blanco, ansiedad convertida en secuencia visual.

Y entre el trauma íntimo y la distorsión sensorial habita Inio Asano, que nunca se asumió como autor de terror, pero cuyo legado se filtra inevitablemente en esta nueva sensibilidad.

Asano escribe desde una tristeza en la que anida algo más siniestro: el temor a seguir siendo humano. En Oyasumi Punpun o Dead Dead Demon’s Dededede Destruction, el fin del mundo no aterra, simplemente cansa. El apocalipsis se vuelve rutina, y en ese aburrimiento radica la verdadera desesperación. Su terror es el de la vida diaria que se repite hasta pudrirse. En un tiempo donde todo se muestra, elige el temblor silencioso: la ansiedad como estética, la depresión como mitología.

Esa melancolía desbordada también aparece en las antologías recientes de autores jóvenes como Panpanya o Shintaro Kago, quienes exploran una rareza minimalista donde la rutina diaria del trabajo, el soñar, el caminar, se dislocan sin aviso.

Kago, fiel al ero guro nansensu —género japonés que reúne lo erótico con lo grotesco—, mantiene la provocación del cuerpo fragmentado, pero la dota de ironía: sus órganos parlantes y sus bucles temporales son críticas a la banalización del horror en la era del consumo. El lector no se espanta, se descompone lentamente a la par de las imágenes.

En Panpanya, el terror adopta una máscara de inocencia. Sus relatos, breves y difusos, parecen fábulas sin moraleja, hasta que el lector se da cuenta de que algo está fuera de lugar: una sombra no proyecta la forma correcta, un diálogo se interrumpe sin razón.

El miedo aparece en lo mínimo, como si la realidad se hubiese desplazado medio centímetro y nadie lo notara. Panpanya hereda de Kafka y de Ito por igual, pero lo traduce al lenguaje del manga contemporáneo, colocando al absurdo en el centro de la angustia.

PTSD Radio, de Masaaki Nakayama.
PTSD Radio, de Masaaki Nakayama.

LAS NUEVAS VOCES DEL DESCONCIERTO

En los márgenes editoriales surgen otras presencias: Waka Hirako, Rensuke Oshikiri, Q Hayashida, Haruko Ichikawa; autoras y autores que cruzan el horror con el drama, la ciencia ficción o la sátira. En Dorohedoro, Hayashida transforma la mutación corporal en alegoría social: todos los cuerpos son manipulables, todos los rostros intercambiables. En Land of the Lustrous,Ichikawa disuelve la carne y la convierte en mineral; el dolor se vuelve brillo, la herida se hace estética.

El miedo ya no es catarsis, es diagnóstico. Y en esa lucidez enfermiza, el manga podría ser el espejo más preciso del malestar contemporáneo.

La nueva ola del terror oriental no busca una respuesta definitiva. Lo inquietante no se resuelve, permanece. Su evolución es natural si consideramos los antecedentes de un género que siempre ha sido frontera entre lo bello y lo abyecto.

Pasamos del pánico visceral a un temor ansioso. Y en ese tránsito se esconde la clave: el horror ya no destruye, incomoda. Se infiltra entre las grietas del deseo y la identidad.

El manga contemporáneo, con su trazo incierto y su narrativa elíptica, ha convertido al cuerpo en texto y en campo de batalla, y al deseo en herida. El terror no surge del ataque externo, sino de la conciencia de estar hecho de carne, vulnerable, moldeable, transitoria.

No hay redención, sólo la conciencia de que dentro de cada uno hay un monstruo, y que ese monstruo, a veces, también quiere ser amado. 

Instagram: @i.am.yo

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