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Oración del 9 de febrero

El resultado no es un orgulloso retrato público, sino una valoración privada, casi secreta, de lo que su padre representaba para él.

Oración del 9 de febrero

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VICENTE ALFONSO

Uno de los temas fundamentales en la vasta obra de Alfonso Reyes fue la figura de su padre, el general Bernardo Reyes, asesinado por una ráfaga de ametralladora el 9 de febrero de 1913, mientras cabalgaba hacia Palacio Nacional para tomar el poder. Se trata de una acción que para muchos resulta incomprensible. Aunque durante mucho tiempo Alfonso guardó silencio al respecto, en pequeños pasajes de su obra fue reconstruyendo los últimos años de esa leyenda que fue el General. Publicado en 2022 por la editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), Oración del 9 de febrero es un libro que contiene cuatro invaluables fragmentos en donde el escritor aborda la presencia de su padre, su relación con él, su papel en la historia y, sobre todo, las circunstancias y consecuencias de su trágica muerte. 

Empecemos por el principio: Alfonso era el octavo de doce hijos de la pareja formada por Bernardo Reyes y Aurelia de Ochoa. Don Bernardo, militar, tenía fama de valeroso e inteligente. Y lo era: una de las batallas más importantes de su carrera ocurrió el 4 de julio de 1880 en Villa Unión, Sinaloa, contra las tropas de Jesús Ramírez Terrón, que se habían rebelado contra el Gobierno Central. Cuentan que en esa ocasión Reyes y sus hombres se enfrentaron a un ejército tres veces más grande, al que don Bernardo engañó gritando instrucciones falsas, como si le diera órdenes a una tropa mucho más numerosa. Gracias a esa victoria, Porfirio Díaz le otorgó un doble ascenso. Con el tiempo, Bernardo Reyes se convirtió en uno de los hombres de confianza de Díaz. Tanto, que llegó a ser Ministro de Guerra en 1900. 

Nueve años después, la situación había cambiado: un grupo de funcionarios que se hacían llamar “Los Científicos” había ganado influencia dentro del gobierno de Porfirio Díaz, desplazando a los militares del círculo más cercano al presidente. En consecuencia, Díaz fue perdiendo la confianza en el general Reyes, y viceversa. Aquí y allá se decía que don Bernardo podría encabezar un golpe militar en contra del hombre fuerte. Para enfriar las cosas, Díaz envió al general Reyes al extranjero. 

Dos años más tarde, cuando Porfirio Díaz había renunciado al poder, el general Reyes anunció su decisión de volver a México para ayudar a Francisco I. Madero “en la monumental tarea de reconstruir la nación”. Pero don Bernardo se decepcionó rápidamente de lo que consideraba debilidades en Madero, y se pronunció en contra de su gobierno. Comenzó entonces una odisea digna de una novela de aventuras. Para quienes no conozcan esa historia en sus detalles, conviene adelantar que Alfonso Reyes la cuenta en el trabajo que da nombre al libro, y que fue escrito en diciembre de 1930. El relato incluye conspiradores, cruces fronterizos clandestinos, traiciones, hombres que atraviesan el desierto a solas, escapes de prisión y un último esfuerzo por enderezar el rumbo del país. Esfuerzo que, ya lo sabemos, le costó la vida a don Bernardo. 

Casi dos décadas después de la muerte de su padre, Alfonso Reyes confiesa: “durante años lo ignoré todo, huí de los que se decían testigos presenciales, e impuse silencio a los que querían pronunciar delante de mí el nombre del que hizo fuego”. Pero el tiempo no pasa en vano: a los cuarenta y un años, mientras es diplomático en Buenos Aires, el escritor se impone la tarea de hacer un balance de lo ocurrido. El resultado no es un orgulloso retrato público, sino una valoración privada, casi secreta, de lo que su padre representaba para él. 

Es verdad, no debe ser fácil ser hijo de un héroe de guerra, mucho menos si ese héroe ha muerto atrapado en el laberinto de sus ideales: durante mucho tiempo Alfonso Reyes guardó silencio al respecto. Oración del 9 de febrero es su testimonio. No se trata de una mera anécdota, sino del centro de su vida emocional. Así lo estableció él mismo cuando escribió: “todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día”.

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