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MARY SHELLEY Y EL MONSTRUO DE LA CREACIÓN

RUTH CASTRO

Más de doscientos años después, Frankenstein sigue vivo porque toca un miedo que no envejece: el de crear sin cuidado. Mary Shelley no solo imaginó un monstruo. Imaginó nuestras preguntas sobre la ética, la ciencia y la responsabilidad.

Mary Shelley nació entre libros y fantasmas. Hija de la filósofa Mary Wollstonecraft, —autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y Reflexiones sobre la educación de las hijas (1787)— y del pensador William Godwin —considerado el padre del anarquismo filosófico—, creció en un hogar donde la libertad y la razón eran principios de vida.

Pero también heredó la sombra de la pérdida. Su madre murió poco después de darle a luz, y esa ausencia inicial marcó el imaginario de su escritura.

Junto al poeta Percy Bysshe Shelley, Mary desafió las normas de su tiempo: amó, viajó y escribió una de las obras más perdurables del siglo XIX. También fueron padres de cuatro hijos, aunque solo les sobrevivió uno. Frankenstein o el moderno Prometeo es, en apariencia, una fábula sobre los límites de la ciencia, pero en su corazón late una reflexión sobre el acto de crear y abandonar, sobre el poder y la responsabilidad.

En la novela, un hombre decide fabricar vida sin el cuerpo ni la presencia de una mujer. La maternidad es desplazada; la criatura, huérfana. Diversas autoras —entre ellas Anne K. Mellor, Sandra Gilbert y Susan Gubar— han leído en esa ausencia el eco de la experiencia de Shelley: la pérdida de sus hijos, el duelo, la conciencia de que toda creación conlleva un riesgo de destrucción.

Pero Frankenstein trasciende lo biográfico. La criatura, producto de un experimento que pretende “jugar a ser dios”, refleja lo que sucede cuando la mente humana supera su propia compasión: cuando la ambición o la curiosidad se anteponen al respeto por la vida. En términos actuales, esta mirada anticipa los dilemas éticos de la inteligencia artificial, la biotecnología y todo poder sin conciencia.

La verdadera monstruosidad, sugiere Shelley, no está en lo creado, sino en el abandono de lo creado. La criatura de Víctor Frankenstein es un ser sensible y vulnerable, condenado a la soledad porque nadie lo acompaña. Su historia recuerda que crear sin amor ni responsabilidad no produce progreso, produce desarraigo. Tal vez por eso Frankenstein sigue respirando dos siglos después, porque el miedo de Shelley sigue siendo, también, el nuestro.

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Escrito en: Palabracaidista Columnas sociales Ruth Castro

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