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El oficio más antiguo del mundo

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Un concepto que tiene en su haber un elevado número de sinónimos es el que se refiere a la mujer que comercia con su cuerpo. Las palabras para designarla son múltiples, la mayoría de ellas denostosas o peyorativas.

Es un lugar común el decir que esta actividad remunerada es la más antigua del mundo, aunque, la verdad, nadie se preocupa por documentar, probar o demostrar este dicho, que resulta más peregrino que una golondrina. Lo que sí creo que sucede es que una mentira repetida tenazmente suele volverse verdad incuestionable entre la mayoría de la gente, y creo que eso ha sucedido con lo que aquí estamos tratando.

¿Es esa en verdad la actividad remunerada (profesión, dicen algunos) más antigua en este mundo? ¿En qué basan su tesis quienes así lo pregonan? Hasta ahora no he hallado la respuesta a esta última pregunta. Pero en mis búsquedas pude encontrar lo que sí es posible considerar como el trabajo más añejo del orbe, aunque en términos muy estrictos se puede hablar de otras labores todavía anteriores, pero que no trascendieron hasta nuestros días, como el hacer cuchillos de piedra, profesión muy arcaica de la que en la actualidad ya nadie se ocupa. Sin embargo, aquí tratamos de la actividad que se profesa desde hace muchísimo tiempo y todavía sigue ejerciéndose.

La profesión, carrera, función o actividad probablemente más antigua del mundo y que todavía en la actualidad seguimos ejerciendo o viendo ejercer es la cocina. Sí, leyó usted bien, el cocinero o la cocinera son los profesionales (y aficionados, que también los hay muchos) que más tiempo han permanecido en este valle de lágrimas.

Los antiguos humanos, miembros de especies antecedentes a la del hombre actual, aprendieron a controlar el fuego hace aproximadamente un millón y medio de años, eso les permitió cocinar los alimentos para hacerlos más digeribles y seguros. Los arqueólogos también han encontrado muy antiguas herramientas especializadas para cocinar, que contienen restos de comida, lo que ha permitido a los científicos analizar los ingredientes que los hombres primitivos utilizaban para elaborar sus alimentos. En las cavernas ya había cocinas, aunque no necesariamente se distinguían de otros espacios funcionales.

La cocina siguió ejerciéndose hasta la aparición del hombre actual (u hombre moderno) quien la compartió con los neandertales, especie semejante al hombre que pobló parte de Asia y Europa hace, aproximadamente, entre doscientos treinta mil y cuarenta mil años. Y digo semejante al hombre porque algunos científicos lo consideran Homo Sapiens Neandertalensis, es decir, era un ser racional cuyos restos se descubrieron por primera vez en el valle de Neander, en la actual Alemania. Además, el homo denisovensis, especie que compartió tiempo y espacio con el homo sapiens primitivo, también cocinaba. Se han encontrado sitios en los que convivían ambas especies y ahí hay huesos cocinados.

Sabemos que el Homo Sapiens Sapiens u hombre moderno existe desde hace más de trescientos mil años, y compartió el hábitat con los neandertales y los denisovianos durante cerca de mil seiscientos siglos. Se han encontrado yacimientos donde hay huesos de humanos calcinados y con indicios claros de que fueron cocinados por neandertales, y tal vez también fue al revés, es decir, algunos humanos modernos asimismo cocinaban neandertales, aunque es claro que no era lo único que ellos cocían y sazonaban, ¡por supuesto que tenían otros alimentos! como animales de caza y vegetales. Entonces podemos suponer con cierta seguridad antropológica que la cocina, como actividad humana, es la más antigua científicamente argumentada, y que ha prevalecido hasta nuestros días, aunque ahora usamos hornos de microondas, estufas de inducción y otros artilugios más rebuscados que las fogatas utilizadas en aquel lejano pleistoceno. ¡O tempora, o mores! diría don Marco Tulio Cicerón.

Vivimos los tiempos de la posverdad y las noticias falsas. Personas sin escrúpulos distorsionan deliberadamente la realidad para influir en la opinión pública y las actitudes sociales. Así, manipulan las emociones y las creencias para subordinar los hechos a las ideologías e inducir en la gente una determinada voluntad política que les favorezca.

Si una mentira tercamente repetida durante un largo tiempo se acepta inobjetablemente como verdad indiscutible ¿no será posible que una realidad científicamente argumentada, aunque no se repita con tanta terquedad, suplante a esa falsedad?

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