Quienes vivimos en el Gómez Palacio de los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, recordamos con nostalgia y añoranza los días, mejor dicho las noches, en que asistíamos a reuniones de amigos. . . a fiestas y bailes que frecuentemente terminaban a altas horas de la noche o en las primeras del día siguiente; amigos y amigas salíamos de la casa o del centro social donde había tenido lugar el evento, caminando tranquilamente por sus calles, no por la banqueta sino utilizando la carretera destinada al tránsito de vehículos; lo hacíamos para mayor seguridad, porque eran noches muy obscuras, pues no había alumbrado público y las escasas luminarias eran de luz opaca o grisácea, de tal suerte que se veía poco o casi nada y nos ateníamos a la que enviaba la luna, sobre todo si era luna llena; caminábamos en la penumbra cantando a coro: "De las lunas, la de octubre es más hermosa, porque en ella se refleja la quietud, de dos almas que han sabido ser dichosas al arrullo de su plena juventud. . .", aunque no fuese propiamente ese mes.
Sin embargo, nosotros, los noctámbulos, caminábamos confiadamente hacia nuestros domicilios, pues había seguridad pública, que mucho extrañamos en estos días, así que podíamos asistir a los eventos con la certeza de que regresaríamos a casa sanos y salvos.
Los padres, renuentes y desconfiados, otorgaban no obstante, permiso a sus hijas de quince a veinte años, para que asistieran a bailes y reuniones porque sabían que no corrían peligro, ya que era una época en la que los varones teníamos un gran respeto por la mujer y era severamente castigado el tipo que ofendiera o insultara a una fémina, incluso si acaso pronunciara malas palabras frente o ante ellas. En cambio, hoy se ha vuelto común y normal escuchar no sólo a individuos manifestarse incorrectamente y sin respeto delante de ellas, sino a las propias mujeres de distinta posición social y económica expresarse con una fuerte dosis de "chingaos, cabrones, pinches, méndigos, jodidos" y otros adjetivos que ya a nadie asustan. Y no se diga güey, término que ha venido a sustituir el nombre de la persona. ¡Ese güey! y muchos creen que se les llama a ellos. ¿producto de la liberación femenina? ¡Qué época! De veras. No había temor, desconfianza, incertidumbre. Escaso tráfico por las calles de aquel Gómez Palacio; poca circulación de autos, pues eran poca las personas que tenían coche. La gente se desplazaba de su domicilio a la escuela, al taller, a la fábrica, o a la oficina, utilizando los servicios de Transportes Laguna o Transportes del Nazas, líneas emblemáticas de la Ciudad; corto tiempo también dieron servicio "los tranviarios" que se decía eran extensión de los antiguos tranvías que a muchos nos tocó todavía usar, pero así como aparecieron pronto dejaron de verse.
Además de las reuniones familiares en domicilios particulares, amenizadas con música de tocadiscos del sonido "Meraz", sonido "Guerra" o el servicio que prestaba doña Severa, quien hacía honor a su nombre, pues era muy estricta con sus aparatos y discos, no dejaba que nadie se acercara a ellos y mucho menos que los tocaran; en verdad lo digo con respeto, inspiraba cierto temor esta gentil señora, madre de Chuy Fernández muy conocido en la ciudad y en la Región como modisto y organizador de danzas.
Había salones o casinos, donde se celebraban importantes acontecimientos; bodas, quince años, y aniversarios diversos, eventos amenizados con la música de las magníficas orquestas de la localidad: la de Quico Sáenz, la de Julián Méndez y la de Sammy Hernández; tiempo después aparecerían la Comparsa Universitaria de La Laguna y Los Pandava, conjuntos musicales de mucho éxito, de origen estudiantil organizados e integrados en sus inicios por alumnos y exalumnos del Instituto "18 de Marzo"; salones como el Club Lagunero, que se ubicaba por la Avenida Morelos, entre las calles Independencia y Centenario, donde después se levantó el Edificio Durango, sede de las oficinas del gobierno del Estado y hoy es el asiento de oficinas judiciales y del tribunal del nuevo sistema de justicia penal, donde se desarrollan los juicios orales.
En el Club Lagunero fue el baile con motivo de mi matrimonio con Lupita, en 1969, financiado como padrinazgo por cortesía y gentileza de don Salvador Medina Montalvo, propietario del Bar "Los Amigos", quien cubrió la renta del salón y al que siendo yo aún estudiante de Derecho le llevé el trámite de algunos asuntos judiciales y administrativos, con cuyas diligencias y resultados quedó seguramente satisfecho. El "Lagunero" fue utilizado también para certámenes culturales y artísticos como la sesión final del 2º Concurso Municipal de Oratoria en 1961, del cual resultó campeón el autor de esta columna, sólo por mencionar un ejemplo.
Otro salón fue la Cámara Junior situada en la confluencia de Avenida Mina y calle Juárez, donde además de los eventos de carácter familiar, se llevaban a cabo matinées, concursos de baile y académicos de conocimientos entre las escuelas de la localidad. Salones de menor jerarquía fueron el Club Cedas y el Club Azteca. Apareció después el salón del Sindicato Ferrocarrilero y más tarde los salones del Club de Leones; y de más categoría los jardines del Centro Campestre Lagunero, utilizado por las instituciones educativas para la ceremonia y baile de graduación o de terminación de cursos.
Estamos en la época del chá-chá-chá; con composiciones musicales como "Los marcianos llegaron ya", "Las clases del cha,cha,cha"; había pasado la euforia del Mambo, ritmo cadencioso , traído a México por el bailarín y director de orquesta méxico-cubano, Dámaso Pérez Prado; quien popularizó temas musicales como Mambo, que rico mambo, Que le pasa a Lupita, Mambos No. 5 y No, 8, Patricia, Skokiaan, Norma la de Guadalajara, y otros muchos a cuyo frenesí bailó la juventud de aquella época, nostálgica y de añoranza.
En realidad, estos dos ritmos fueron de poca duración; sirvieron sólo de aviso previo para la llegada de uno de mayor estridencia, influencia y penetración social. Más frenético y estridente fue el rock´n roll, con su máximo exponente a nivel internacional Elvis Presley y en el ámbito doméstico Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vázquez y otros.
Época de nostalgia y añoranza, de elevados valores y sentimientos con alto contenido humano, de solidaridad, de romanticismo. Tiempo del Alka Seltzer, del Sonrisal y de la Sal de Uvas Picot, del Cancionero de Chema y Juana Tamales, de la Crema Dental Forhans, del Café K Cero, del Chocolate Abuelita y de la Avena Tres Minutos, de las cervezas Cruz Blanca, Chihuahua y la popular Don Quijote. Y de los abanicos de cartón para mitigar el calor que algunas empresas refresqueras regalaban con las efigies de Pedro Infante, Blanca Estela Pavón, Jorge Negrete y Elsa Aguirre.
r_munozdeleon@yahoo.com.mx