El elevado índice de homicidios registrado en el País, obliga a reconocer que la sociedad padece una enfermedad grave, aparentemente incurable; una patología sociológica que amenaza seriamente corroer todo el cuerpo social que, si no se atiende, oportuna y eficazmente, prende la alarma de extinguirlo haciendo nugatoria la solidaridad humana. Estamos frente a una total y absoluta pérdida de valores. Generalmente se entiende por valores, el conjunto de creencias, costumbres y normas que orientan la conducta de la persona; componente de la conciencia del individuo para distinguir el bien del mal. Los valores morales inciden en las relaciones interpersonales.
Los seres humanos trasladan los valores morales al núcleo familiar. Es en el seno de la familia donde aprendemos el respeto, la tolerancia, la honestidad, la generosidad, la responsabilidad, lealtad y la perseverancia. Sin embargo, estos valores han dejado de apreciarse. Vivimos una crisis de valores que ha generado una crisis social. A la base del aumento de la estadística criminal, además de robos, asaltos, secuestros, violaciones y fraudes, está la pérdida de valores manifestada en actitudes, conductas y acciones de hombres y grupos, realizadas de manera individual o colectiva, ante la complacencia, complicidad o impotencia de las autoridades de los tres niveles.
Se advierte en la comisión de tales delitos, un desprecio absoluto por la persona y sus principales bienes: la vida, la propiedad, la libertad, el patrimonio. Tenemos una sociedad enferma y hay que curarla porque puede caer en un estado agónico que requiera de terapia intensiva. El tema de la inseguridad pública, uno de los puntos torales de la propuesta política de López Obrador para alcanzar la presidencia de la República y que hoy preconiza Claudia, sigue siendo una expectativa, una tarea pendiente. Ofrecieron ambos, y se comprometieron acabar con la violencia y garantizar la seguridad de las personas, así como paz y armonía. Hasta ahora esto no se ha visto; al contrario, conforme a la información de los medios, comparativamente con el gobierno anterior, el índice delincuencial ha crecido. Que haga su tarea el gobierno y cumpla con su compromiso político.
Lo que ahora queremos destacar, es la crisis en que se halla la sociedad mexicana por la pérdida de valores morales que se expresa en la actitud de los individuos. La sociedad de consumo en que vivimos tiene atrapada a la persona haciéndola víctima de un mercantilismo atroz, alentado por la publicidad desaforada en todos los medios informativos, principalmente la televisión que acosa a la población con programas y anuncios comerciales, incitándola a comprar, a adquirir cosas que ni siquiera necesita: compra, usa, ponte, visita, acude, viaja.
La consecuencia más evidente de este escenario mercadotécnico es que a la persona le resulte más importante tener que ser y hacer. Se mide el "status" del individuo y la familia por lo que tiene, mirando con indiferencia qué es y qué hace. Y como para comprar se necesita dinero, y mucho, éste hay que sacarlo de donde y como sea: robar, secuestrar. . .matar, si es necesario.
La ausencia de valores presenta un espectro más amplio: se consideró la verdad como el más alto de los valores; de niños, los padres alertaban no digas mentiras, no mientas, hay que decir la verdad. Así nos enseñaron. Este contenido ético, la verdad, hoy está muy devaluado; mentimos en todo y para todo. Igualmente nos enseñaron a respetar la propiedad de los demás, los bienes ajenos eran celosamente respetados. En la escuela, en el salón de clases, si se perdía una pluma, un cuaderno, un lápiz, no salíamos hasta que el objeto extraviado apareciera. Decía la maestra o el profesor: "aquí no hay ladrones"; cuando aparecía lo "perdido" y se identificaba a su autor, éste era severamente castigado; no obstante que la salida era a las dos de la tarde, si algo se perdía, no salíamos del salón así dieran las seis de la tarde, a pesar de que no hayamos comido.
La honestidad es otro de los valores que está por lo suelos. Así nos enteramos por las noticias radiofónicas, televisivas e impresas de acciones delictivas que atentan contra el patrimonio de las personas o del Estado. Robos, secuestros, peculado, lavado de dinero, extorsión: en fin, toda una serie de conductas sancionadas por las leyes penales, que reflejan claramente que la sociedad está enferma, que hay un desprecio por los valores, cuyas consecuencias estamos viendo y viviendo.
Los mexicanos queremos tranquilidad para poder desempeñar nuestras actividades cotidianas; que nuestros niños vayan a su escuela seguros y confiados para que puedan asimilar los conocimientos que les trasmiten sus profesores; que éstos tengan las garantías suficientes para poder desempeñar en condiciones ideales su noble misión. Que los empleados acudan a sus oficinas a laborar en un ambiente de libertad y de respeto. Recuérdese que sin educación no hay progreso; queremos que los trabajadores acudan a la fábrica, al taller, sin el temor de ser asaltados en el camino y despojados de sus pertenencias; que los campesinos labren la tierra y rieguen los sembradíos para producir los alimentos que requiere México, en un clima de tranquilidad; en fin, que tengamos paz y armonía.
Ante este panorama, nada alentador, resulta absurdo e incongruente y por lo mismo incomprensible, la proyección presupuestal para el ejercicio fiscal 2026 del Ayuntamiento de Gómez Palacio, al haber asignado a la oficina de la presidencia municipal ingresos por la cantidad de 80 millones de pesos, mientras que áreas estratégicas como Seguridad Pública, Desarrollo Social y Desarrollo Rural, por ejemplo, sólo alcanzaron 36, 25 y 6 millones de pesos, respectivamente, según cifras que dio a conocer la propia autoridad municipal.
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