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Psicología de la servilleta

JUAN VILLORO

Las taquerías son consultorios donde cada mesa se somete a un test. ¿Qué dice de nosotros la cantidad de servilletas usadas?

Hay objetos tan perfectos que parecen creados por la necesidad de usarlos. Ignoramos quién inventó el alfiler, la tijera o el peine. Se diría que el tiempo pulió esos instrumentos hasta dejarlos en su versión inmodificable.

Conocemos los nombres de quienes diagnostican enfermedades (Alzheimer, Asperger o Parkinson), pero no los de quienes alivian con cosas útiles. Para combatir esta injusticia, a veces se las asocia con un apellido de prestigio. Es el caso de la servilleta, cuya invención se atribuye a Da Vinci. La realidad es otra. En 1482, Leonardo fue invitado por el duque Ludovico Sforza a trabajar en Milán. Después de departir en banquetes donde las mesas recibían manchas dignas de la pintura al fresco, sugirió que cada comensal usara su propio paño. El recurso ya existía pero se necesitaba un genio para popularizarlo.

Pronto se descubrieron formas caprichosas de usar la servilleta (colocarla al lado izquierdo del plato, ponerla en el regazo durante la comida, usarla antes de beber para no manchar la copa, dejarla sobre la mesa al terminar, etc.).

El valor de la servilleta depende de quien la use. Picasso solía pagar sus comidas con un dibujo. Cuando la dueña de un restaurante le pidió que agregara su firma, respondió: "Estoy pagando la cena, no comprando el restaurante".

Con los años, la servilleta recibió empuje industrial. A principios del siglo XX apareció su versión en papel, tan desechable que podía usarse para otras cosas. Los poetas escribieron ahí sus borradores. Recuerdo a Mario Santiago componiendo poemas que abandonaba en la cantina, poniendo a prueba el azar y el interés de sus amigos.

Tarde o temprano lo efímero se eterniza. La servilleta más valiosa fue firmada el 14 de diciembre de 2000. Carles Rexach, entrenador del Barcelona, se reunió con Josep Minguela, representante del club, y el promotor Horacio Gaggioli para fichar a un joven talento: Lionel Messi. Tenían tal prisa por llegar a un acuerdo que elaboraron el contrato en una servilleta que, muchos goles después, se subastaría en 890 mil euros y recibiría la posteridad de los objetos enmarcados.

Mientras el ser humano se siga embarrando habrá servilletas. Veamos lo que pasa en la gastronomía mexicana. Las taquerías son consultorios donde cada mesa se somete a un test psicológico. Al hacer el pedido, la gente se divide en dos variantes: quienes modifican algo y quienes dicen: "con todo". Luego las personalidades se dividen por la manera de servirse las salsas, el limón y la cebolla picada (el que no agrega nada es puritano o extranjero).

La tortilla tiene el mérito de servir de cubierto y revela destrezas diferenciadas. Hay quienes, milagrosamente, logran que todo quepa en el taco y ningún trocito caiga al plato. En manos menos hábiles, la comida se deconstruye. Esto se complica aún más con los tacos de guisado, que suelen ser húmedos y chorrean por todas partes.

Después de la taquiza queda un puñado de servilletas hechas bolita. Pero no todos los comensales dejan la misma cantidad. Según Carbono News, los hombres contaminamos el medio ambiente 16 por ciento más que las mujeres. La estadística de las taquerías es aún peor.

Para salir de dudas participé en un experimento en el que los hombres y las mujeres comieron los mismos tacos. El resultado: nosotros ensuciamos más. El asunto habría sido una simple comprobación de que las mujeres son más cuidadosas, de no ser porque existe la psicología. Un amigo que elabora delicadas joyas usó excesivas servilletas y otro, capaz de hacer nudos náuticos en miniatura, ocupó el segundo lugar. Eso indica que no sólo la destreza juega un papel en el tema; también interviene esa indefinible condición que tanto se le pide al futbolista mexicano: la actitud.

Para algunos, usar pocas servilletas es tan insípido como no condimentar lo suficiente; otros las desperdician por altanería ("a mí que no me limiten") o, por el contrario, admiten de ese modo que son torpes; otros más se erigen en jueces que califican con cinco servilletas.

Falta mucho para que los psicólogos descifren las neurosis que afloran en esos gestos. Lo cierto es que, para saber cómo estuvo la comida, basta ver las bolitas de papel sobre la mesa.

El ser humano necesita probar algo. Aunque unos cuantos ensucian porque no les queda de otra, casi todos lo hacen para demostrar quiénes son.

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