
Quiero Palomitas
El director inglés Peter Greenaway hace varios años anunció la muerte del cine como expresión artística, debido a la insoportable dependencia del texto (en particular los libros que se han convertido en éxito comercial), al reducir las posibilidades de un arte basado en imágenes y sonidos, a solo contar historias basándose en la interpretación del escrito en el cual se basa.
Ante esto, en nuestros días es complicado encontrar películas donde se pondere a la imagen por encima del texto, acostumbrando a los espectadores a recibir toda la información posible, coherente o no, para justificar el uso del lenguaje hablado o escrito, callando al color, a la textura, la luz y el encuadre.
De ahí que la película Haz Que Regrese (Danny y Michael Philippou) hace que nuestra mente acostumbrada a recibir todo digerido, se enfrente a una historia fuerte de contemplar y no únicamente por la crudeza de sus inquietantes fotogramas, sino por la profundidad de cada trazo, que incomodan a quien observa.
Esta película fue realizada por los hermanos australianos Danny y Michael Philippou, los mismos que nos hicieron temblar con su primera apuesta de terror llamada Háblame.
Los jóvenes youtubers y ahora directores de cine dejaron un sabor de boca con una apuesta que renovaba al género del terror, pero desde una perspectiva cruda, propia del cine australiano.
Por ello, lo hecho en su ópera prima colocó las expectativas muy altas en cuanto a la forma de contar historias de terror sobrenatural, pero también de mantener el gusto a un público que se siente decepcionado en muchas ocasiones por los clichés que han ofrecido diferentes franquicias de este género.
Haz Que Regrese no es una historia cómoda, sino que busca que el espectador se sienta inseguro con lo que sus sentidos están recibiendo, al punto de que los escenarios que parecen de calma, en su interior, guardan lo más oscuro de la psique humana. Como diría mi madre: “ten cuidado de las aguas mansas, esas son las más peligrosas”.
La historia escrita por los mismos hermanos Philippou junto a Bill Hinzman, combinan elementos oscuros que van más allá de la imaginación del espectador, pero que en esta ocasión no se utilizan para solo causar el temor y el temblor, sino para que veamos más al fondo de los personajes, por más retorcidas sean sus acciones.
Es por ello que los Philippou no buscan llevarnos por el camino clásico de darnos antecedentes y explicaciones para ir previendo hacia dónde nos dirigimos; así pues, la película no otorga concesiones, sino que nos permite ver a la imagen como un elemento narrativo poderoso que rebasa a la palabra.
Uno de los grandes aciertos es que a la experimentada actriz Sally Hawkins (Laura) se le permitió pintar con sus recursos a un personaje sumamente desequilibrado, pero que, gracias a su expresión corporal, se mantiene en la fragilidad, para mantener la tensión entre la posibilidad de que veamos a su demonio, a pesar de sus alas de ángel.
Los jóvenes Billy Barratt (Andy), Sora Wong (Piper) y Jonah Wren Phillips, no desentonan y permiten que sus personajes sean tan creíbles a pesar de su corta edad.
Esta película nos ayuda a ver que vendrán nuevas narrativas que permitirán entender que el cine no puede ser un producto de consumo, sino una forma de expresión sin límites y parámetros que se usan como elementos a cumplir para mantener las fórmulas que, en definitiva, ya apestan como cadáver.