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¿Quo vadis Siria y Líbano?

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Un año ha pasado de la caída del autócrata y dictador Bashar el Assad en Siria y la llegada de un gobierno interino, encabezado por fuerzas islamistas. Han transcurrido casi trece meses del alto al fuego acordado entre Líbano e Israel, respaldado por Estados Unidos, con el cual se ha tratado de poner fin a los cruentos y constantes combates transfronterizos. Hasta ahora el ejército israelí sigue ocupando partes del sur del Líbano y retiene una zona de interposición que le permite controlar un estratégico corredor que comunica por tierra el acceso directo a Damasco. Los ataques aéreos israelíes han continuado en contra de objetivos militares y civiles en ambos países vecinos. También ha habido incursiones esporádicas.

A mediados de noviembre trece personas murieron en un ataque aéreo contra Ain al Hilweh, el mayor campamento de refugiados palestinos en la periferia de Sidón; aviones israelíes bombardearon días después la zona de Haret Hreik, en los suburbios de Beirut, matando a Haytham Tabtabai, un comandante substituto de Hezbolá, junto con otras cinco personas e hiriendo a 28 civiles. Desde entonces se han reanudado casi a diario los bombardeos contra algunas poblaciones del sur libanés para impedir cualquier intento de reactivación militar por parte de Hezbolá. El ejército libanés enfrenta tremendas dificultades y enormes limitaciones para su despliegue efectivo; a la fecha no tiene capacidad para desarmar a Hezbolá.

Apenas en julio pasado Israel atacó el centro histórico de Damasco, alcanzando las inmediaciones del palacio presidencial y destruyó parcialmente instalaciones claves del Ministerio de Defensa. Pocos días intervino desde el aire y por tierra en favor de la población drusa al estallar cruentos combates en la ciudad de Sweida entre milicianos de la minoría drusa y combatientes beduinos, respaldados por efectivos del ejército sirio, los cuales fueron obligados a retirarse. Esos los combates y bombardeos dejaron un saldo de más de mil víctimas mortales.

Lo cierto es que la situación es, como siempre, muy intrincada. Benjamin Netanyahu permanece en el poder, siendo el primer ministro israelí que ha servido por más largo tiempo, considerado prófugo de la Corte Penal Internacional y quien insiste en la necesidad de completar la guerra desatada en la franja de Gaza manteniéndola "en todos los frentes". Por su parte, los nuevos gobiernos en Siria y en el Líbano enfrentan colosales desafíos.

A cinco años de la devastadora explosión en el puerto de Beirut, impune todavía, y de un año de la inesperada llegada del inescrutable Ahmed al Sharaa como el líder en Siria cabe preguntarse: ¿Qué viene ocurriendo? ¿Caben algunas esperanzas de que la dinámica en el Levante pueda cambiar, estando aun atrapados, cómo lo están, los tres países en la niebla de la guerra?

La reciente visita al Líbano del Papa León XIV, organizada con toda oportunidad por la diplomacia vaticana, en la que se refirió con insistencia a la difícil construcción de la paz en la región; a la necesidad de rescatar la solución de dos estados para el conflicto palestino - israelí, y a la importancia y valor de la participación de las mujeres en la vida política, económica y social, como factor de verdadera transformación en el mundo, vino a sumarse a un conjunto de esfuerzos que buscan relanzar y repensar el presente y futuro del país, sobre la base de la reconciliación entre las comunidades políticas y religiosas, tantas veces frustrada por los viejos lideres sectarios. Estos esfuerzos se iniciaron en enero pasado con la elección de un nuevo presidente, el cristiano maronita Joseph Aoun (exjefe de las fuerzas armadas) y con la designación de un gabinete encabezado por el sunita Nawaf Salam (ex presidente de la Corte Internacional de Justicia). El insólito inicio de conversaciones bilaterales con Israel, las primeras en décadas, son una señal del cambio en la sociedad civil libanesa empeñada en que prevalezca el lenguaje de la negociación y no el de la confrontación, para salvaguardar la libertad y la soberanía. Está por verse si el apoyo político y militar estadounidense y europeo se torna en hechos.

Por su parte, Siria está emergiendo después de 14 años de guerra, violencia y sufrimiento. Tanto el gobierno como la industriosa sociedad siria enfrentan una compleja transición largamente esperada, la cual entraña múltiples desafíos, teniendo como premisa fundamental preservar la unidad y la integridad territorial del país. Asimismo, conseguir una genuina y efectiva reconciliación sectaria y política entre sunníes, alauíes, cristianos, kurdos, ortodoxos, árabes, chiitas, turcomanos y circasianos. Sin una transición política amplia y firme, bien trabajada, donde no se apresuren por presiones externas elecciones libres en los siguientes cuatro años; sin un proceso de reconstrucción nacional de largo plazo, sabedores que las necesarias inversiones extranjeras no llegaran sólo como resultado del restablecimiento de la confianza en las instituciones o de la voluntad política; sin la puesta en marcha efectiva de una auténtica justicia transicional (300 mil sirios continúan desaparecidos), sin todos estos procesos no habrá un futuro distinto.

El levantamiento de las sanciones internacionales contra Siria representa un punto de inflexión en el rumbo económico del país, al que viene a sumarse el anuncio de la Unión Europea de un paquete de ayuda de 175 millones de euros. Ya veremos que resultados arroja la impensable visita de Ahmed al Sharaa a Washington y su segundo encuentro con el presidente Trump.

Ojalá y pronto puedan ondear las banderas con el cedro, las tres estrellas de la revolución y la estrella de David, en paz, para felicidad del mundo.

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