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En un mundo saturado de imágenes, opiniones y versiones editadas de quienes somos, escribir para uno mismo se ha vuelto un acto radical. No para publicar, compartir o convencer. Sólo para mirar hacia adentro. En tiempos en que la narrativa personal se construye para ser vista —en redes sociales, en discursos públicos—, recuperar el diario íntimo, la libreta de notas, el registro manuscrito de lo que nos llama la atención, se convierte en una práctica terapéutica y profundamente humana.
Desde los enfoques terapéuticos contextuales, especialmente desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas en inglés), escribir puede ser una forma de conectar con lo que importa, de observar los propios pensamientos sin juzgarlos y de construir una narrativa coherente que no dependa de la validación externa. En lugar de luchar contra lo que sentimos o pensamos, se trata de aprender a convivir con ello, de reconocerlo como parte de nuestra experiencia, y de elegir cómo queremos vivir, incluso en presencia del malestar.
EL PAPEL COMO ESPACIO DE OBSERVACIÓN
Escribir a mano tiene una cualidad distinta a teclear. El ritmo se desacelera, el cuerpo se involucra, la atención se afina. Cuando anotamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que nos emociona, estamos entrenando una habilidad clave en la regulación emocional: la observación sin juicio. El punto no es redactar bonito ni correcto, sino permitir que las palabras fluyan como vienen, sin censura ni edición.
Cuando tecleamos en la computadora o el celular, el cerebro activa principalmente áreas relacionadas con la planificación motora automatizada (como la corteza premotora) y el procesamiento lingüístico rápido, pero con una menor implicación sensorial. Por otra parte, al escribir a mano entran en juego regiones como el giro fusiforme, el cerebelo y la corteza parietal, que coordinan la percepción visoespacial, la memoria de trabajo y la integración motora fina. Es decir, es casi como hacer yoga cerebral: es un acto que requiere presencia, coordinación y ritmo.
Si bien usar dispositivos digitales puede parecer más eficiente, es como pedir comida por una app: rápido, pero sin contacto con los ingredientes. En cambio, la escritura a mano equivale a cocinar uno mismo: nos mancharemos de tinta, pero sabiendo exactamente qué se añadió en la receta emocional. Y si la letra se va chueca, no importa; también el cerebro se acomoda mejor cuando no todo está alineado.
Esta práctica se vincula con el concepto de defusión cognitiva en ACT, que consiste en aprender a ver los pensamientos como eventos mentales, no como verdades absolutas. Al plasmarlos con palabras en papel, los externalizamos y los sacamos de la mente, lo que permite tomar distancia y elegir cómo responder a ellos. “No soy mi pensamiento”, diría la ACT, y un diario se convierte en un espacio para recordarlo.
NOTAS QUE REVELAN LO IMPORTANTE
Además del diario emocional, tomar notas sobre lo que nos llama la atención (una frase, una imagen, una idea) puede ayudarnos a identificar nuestros valores. ¿Qué temas se repiten? ¿Qué nos conmueve? ¿Qué nos molesta? Estas pistas son fundamentales para construir una vida con sentido, orientada por lo que realmente importa.

En los enfoques contextuales de terapia, los valores son brújulas. No son metas ni logros, sino direcciones que guían nuestras acciones. Escribir sobre ellos, aunque sea de manera fragmentaria, ayuda a clarificarlos. Una libreta de notas se convierte, entonces, en un mapa de lo que nos mueve, incluso cuando estamos perdidos.
NARRATIVA ÍNTIMA VERSUS PÚBLICA
La narrativa íntima es aquella que construimos para entendernos, no para mostrarnos. Es la que admite contradicciones, dudas y errores. La narrativa pública, en cambio, suele estar “editada”, es decir, filtrada y diseñada para encajar. Ambas pueden coexistir, pero cuando la segunda eclipsa a la primera, corremos el riesgo de vivir para la mirada ajena, perdiendo contacto con lo que de verdad sentimos.
Construir una historia personal coherente es esencial para el bienestar psicológico, pero esa coherencia no significa perfección ni linealidad. Implica ser capaz de decir: “Esto me pasó, esto sentí, esto aprendí”. El diario íntimo, también conocido con el término anglosajón journaling, permite esa reconstrucción, ese hilado de experiencias que da sentido a lo vivido.
ESTAR EN PAZ CON LA MENTE PROPIA
Una de las metas centrales en los enfoques contextuales de terapia es aprender a estar en paz con los propios pensamientos, incluso cuando son incómodos. No se trata de eliminarlos, sino de dejar de pelear contra ellos. Escribir es una vía efectiva para lograrlo. Al plasmar lo que sentimos, tememos o deseamos, dejamos de evitar las emociones problemáticas. Las enfrentamos con papel y pluma, y en ese acto, las transformamos.
La escritura no cura por sí sola, pero suele ser una herramienta poderosa en el proceso terapéutico. Puede acompañar, sostener y revelar. Es un espacio donde nos permitimos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin filtros, sin necesidad de likes. Y eso, por sí solo, ya es sanador.
Recuperar el diario íntimo no es una nostalgia romántica. Es una estrategia de autocuidado, una manera de resistir la sobreexposición y la hiperconexión; es una práctica que nos devuelve el derecho a tener pensamientos propios, no diseñados para el consumo. Escribir para uno mismo es un acto de dignidad y compromiso con la propia vida.

En un mundo que nos empuja a narrarnos para otros, escribir para sí es volver al centro. Es decirse: “Estoy aquí, esto siento, esto pienso, esto elijo”. Y eso, desde la psicología, es una forma de salud mental.
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