"No hay ningún gobierno que esté cooperando más con nosotros que el gobierno de México". Esta rimbombante declaración de Marco Rubio, el secretario de Estado de Trump, ¿debe ser interpretada como una buena noticia para México y como una prueba de la astucia de la diplomacia mexicana frente a la constante hostilidad de nuestro vecino del norte? ¿O se trata, más bien, de una nueva claudicación frente a las presiones a que estamos sometidos? ¿De una muestra de buena voluntad que no es sino un regalo envenenado? ¿De la constatación de nuestra inevitable condición de rehenes de la principal potencia del planeta que hoy se halla en manos de un líder despótico y venal?
No nos engañemos: este hiperbólico elogio proviene de un régimen autoritario y racista que no busca otra cosa que imponer su relato en todo el orbe, actuando siempre de cara a la galería, ajeno a los hechos. A Trump y a Rubio -permanentemente obligado a exhibir una lealtad sin fisuras hacia su voluble jefe- no les importa otra cosa que fingir logros allí donde los demócratas fallaron: en el combate al narcotráfico -en especial, de fentanilo- y en la migración que ellos consideran ilegal. En los hechos, un doble fracaso anunciado: bien sabemos a estas alturas que mientras haya demanda -sea de drogas o de trabajadores migrantes- la oferta no se detendrá ni con sonoras capturas o intempestivas extradiciones de capos ni con el discurso de odio contra los migrantes o incluso las expulsiones masivas.
La cooperación mexicana en estos dos rubros resulta, pues, o ineficaz o indigna: desterrar el "abrazos, no balazos" de López Obrador para reinstaurar una versión 4T de la guerra contra el narco de Calderón y García Luna, en manos ahora de García Harfuch, ha demostrado que solo sirve para impresionar -o engañar- a la opinión pública, pero en medida alguna para disminuir el tráfico de estupefacientes, los cuales siguen llegando puntualmente a sus usuarios en cada ciudad estadounidense. Peor aún: la cooperación en materia migratoria, aceptada ya por AMLO durante el primer periodo de Trump, nos convierte en el "hermoso muro" que tanto defendió entonces. Ahora somos nosotros quienes intentamos cerrar a cal y canto nuestra frontera sur y entorpecer por todos los medios la llegada de centro y sudamericanos al norte.
Presumir las cifras de incautaciones y capturas, o bien aquellas que demuestran el descenso en los cruces fronterizos, como ha hecho la Presidenta, solo confirma que nos hemos convertido en irremediables cómplices de la demagogia y el racismo de Trump. La guerra contra el narco que hemos sufrido por años nos permitió constatar que sus objetivos son imposibles: la detención y exhibición pública del Chapo y decenas de sus pares jamás ha ayudado a frenar las adicciones y, por el contrario, solo ha acentuado la violencia y empoderado a las bandas criminales -llamadas cárteles solo para mantener la narrativa oficial-, que a partir de allí han logrado diversificarse en mil negocios accesorios: del huachicol al secuestro y de la extorsión al tráfico sexual. Volver a ello no servirá de nada: México se apuntará un éxito si al menos consigue que en su territorio o en sus aguas patrimoniales no ocurra lo que sucedió casi al mismo tiempo que la visita de Rubio en las costas de Venezuela.
Por otro lado, la política migratoria de Trump está marcada por un racismo inveterado y, como ha hecho Estados Unidos desde principios del siglo XX, por diseño: mientras acoge con entusiasmo a sudafricanos blancos, ha lanzado una batería de medidas violatorias de los derechos humanos contra quienes provienen del Sur global, bien para que ni siquiera lleguen a Estados Unidos gracias a la cooperación de México, bien para que sean perseguidos, maltratados y expulsados solo en razón de su nacionalidad o su apariencia. No hay salida: ante la disparidad de fuerzas, somos rehenes de Trump y al gobierno mexicano -sin importar quien lo lleve- no le queda sino hacer equilibrios para encajar los menores golpes que sea posible. Pero eso no hace que tener el gobierno que "más coopera" con Trump sea algo de lo que debamos sentirnos orgullosos.