
Ricardo Acosta, el lagunero que tocó en el piano de Richard Wagner
Está de visita en La Laguna, su tierra, el origen de su partitura vital. Ricardo Acosta, pianista, director de orquesta y compositor, aún siente la emoción de haber interpretado El trueno de luto, de la ópera Sigfrido (1857) y Muerte de amor, de Tristán e Isolda (1857-1859). Lo hizo en Lucerna, Suiza, en la casa de Richard Wagner ahora convertida en museo, el pasado 28 de agosto, luego de tener derecho a asistir al Festival de Bayreuth tras ser becado por la Asociación de Wagner. Le vibran las palabras al rememorar, al saber que puso sus manos donde también había estado uno de sus compositores favoritos, aquel que intentó crear la obra de arte total.
“Traté de no pensar mucho en eso mientras lo tocaba, porque me hubiera congelado. Es alucinante. Él se sentaba a componer ahí lo que yo estaba tocando hace 150 o 160 años. Sí lo tenía muy presente, pero ya cuando lo pensé, de que allí estaba sentado Wagner y Liszt estaba tomándose un café (porque la hija de Liszt se casó con Wagner), traté de no pensar mucho en eso; sólo tocar para la gente presente, para puros amantes de Wagner. Fue muy especial”.
En El silencio me despertó (Almaqui Editores, 2011), Eusebio Ruvalcaba escribe que escuchar a Wagner es lanzar una mirada al vértigo. En Gigantes de la música (Bruguera, 1965), José Repollés lo llama “el creador de la música del porvenir”. En sus cartas, el propio Wagner aseguraba que con obras como El anillo del nibelungo (1848-1874) había roto con el teatro de su época y su auditorio, con las formas de ese entonces. A Wagner se le ama o se le odia, y Ricardo Acosta lo tiene en claro al recordar su primer encuentro con su música.
“En mi periodo de la adolescencia, Wagner fue uno de esos compositores intensos que me atrajo mucho y siempre ha estado muy presente, porque sus obras siempre buscan trascender, como cosas muy altas. Aparte, me gusta la ópera y me identifico con sus obras no sólo como compositor, sino como dramaturgo. Hay un libro que leí que dice que todo el cine, la historia del teatro y de la música tienen un parteaguas con Wagner, porque fue el primero que tuvo esta visión de hacer una obra de arte total, de plasmar la experiencia humana en cuatro horas”.
Ricardo Acosta pasea por la Galería del Teatro Isauro Martínez (TIM), donde recientemente se inauguró la exposición pictórica Jardines en el desierto, de los artistas Román Eguía y Ana Villar. En el foro de ese recinto se ha presentado en incontables ocasiones como solista y en compañía de la Camerata de Coahuila. Ricardo es otro de los alumnos de la maestra Mariana Chabukiani que han logrado abrirse camino en la música. Pronto asistirá a Querétaro para interpretar piezas de Mozart y luego regresará a Berna (Suiza), donde desde 2020 es profesor de piano en el Musik Konservatorium Bern y director musical de la Workshopera Bern.
Ha dicho que “la música es vida y se mueve”. Se ha confesado tímido, pero cuando sus manos se posan sobre las teclas de un piano o agitan una batuta al aire, sus nervios desaparecen y se convierte en otra persona, en una que vive para la música. Esa es la filosofía de quien en 2024 recibiera la Medalla Magdalena Mondragón de manos del Ayuntamiento de Torreón. El pensamiento de quien a principios de 2025 fue becado por la Asociación Wagner para permitirle presentarse en el Festival de Bayreuth, el cual se realiza cada año desde 1876.
“Llegó por azares del destino, como todas las cosas buenas. Un amigo chelista muy querido, español, que se llama Eros Jaca y al que no le gusta mucho Wagner (a Wagner como músico o te gusta o lo odias, pero está ahí), sabía que soy seguidor de Wagner y una de sus alumnas es miembro de esta Asociación de Wagner en Lucerna, que está conectada con todo el mundo. Y me dijo: ‘Ahí tienen conciertos y tú que eres un enfermo de Wagner igual te interesaría hacer conciertos ahí’. Tienen una casa donde Wagner vivió y ellos hacen conciertos ahí”.
Cuando Ricardo Acosta se decidió a mandar su currículum, la Asociación de Wagner le compartió que también podría postular para una beca. Lo hizo y la recibió. Eso le permitió asistir al Festival de Bayreuth (ciudad alemana donde el rey Luis II de Baviera le construyó un teatro a Wagner) y ofrecer un recital de piano en el Museo de Wagner de Lucerna. El inmueble se encuentra en el barrio de Tribschen, a la orilla del lago de los Cuatro Cantones, rodeado de un parque. Es inevitable imaginar al creador de El holandés errante (1843) contemplar esos paisajes tan verdes e infinitos. Inevitable dibujarlo al componer sobre su piano mientras se abre el día.
“Es un piano de 1850, ya restaurado, de una casa francesa que se llama Erard. Y claro, no tiene la potencia de un Steinway o un Yamaha de ahorita. Es más pequeño, no tiene partes de acero o de metal, sino que es mucho más de madera. Entonces, el sonido es más rústico, pero lo que pierde en volumen lo gana en colores. Antes hice un posgrado en Basilea en Estudios de Pianos Históricos, por eso no era algo muy nuevo para mí. Si un pianista no está acostumbrado a estos pianos, que son muy ligeros, llegan y es como si quisieran manejar un Ferrari en una vidriería”.
Acosta deposita en los temas humanos de las óperas de Wagner la razón de su vigencia. Sus grandes obras forman toda una teatrología. Fue un compositor irreverente, amado, odiado, que oscilaba constantemente de un extremo a otro porque consideraba que los contrastes eran el motivo del arte. Para el lagunero, el desarrollo wagneriano del leitmotiv ha sido una de sus grandes aportaciones al mundo de la música.
“Él fue pionero en estas cosas. Ya había compositores que estaban experimentando con el leitmotiv, pero él lo llevó a un nivel cinemático. Todas las bandas sonoras que hoy escuchas de Star Wars, por ejemplo, con el tema de la Fuerza, de Luke, de Darth Vader o la Marcha imperial; en la película se van transformando y mezclando los mismos temas, algo que Wagner, en 1860, empezó a experimentar con su famoso El anillo del nibelungo”.