
Imagen: Enrique Catruita
Escritor, tallerista, profesor universitario, articulista y editor, Saúl Rosales Carrillo cumple 85 años este 29 de octubre. La fecha funciona como pretexto para hacer un recuento de las muchas maneras en que el maestro ha abonado la estepa literaria de nuestra comarca. Lo conocí a mediados de 1996, cuando entré a estudiar a la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC). Allí, Rosales impartía varias materias. Además de que preparaba sus clases con esmero, entre una cátedra y otra no vacilaba en jugar basquetbol con los alumnos. En alguna de aquellas sesiones, el maestro notó que yo llevaba una foto de Mario Benedetti en los forros de mi cuaderno. Escéptico, me preguntó si sabía quién era el personaje. Le respondí que había leído La tregua y La borra del café. Al día siguiente me prestó Andamios. Fue el arranque de una charla que se ha prolongado por casi tres décadas. Yo tenía menos de veinte años y comenzaba a vislumbrar todo lo que Rosales hacía por la región. Gracias a sus clases,muchos conocimos libros clave para todo aspirante a reportero: el Manual de periodismo, entonces firmado por Vicente Leñero y Carlos Marín, así como Periodismo escrito de Federico Campbell. Gracias a sus clases conocimos también A ustedes les consta, la antología de la crónica en México preparada por Carlos Monsiváis. Y en los pasillos, nos prestaba más libros: Balún Canán de Rosario Castellanos, Gazapo de Gustavo Sainz, Paradiso de Lezama Lima, Al filo del agua de Agustín Yáñez, Corre, conejo de John Updike…
La mañana del 26 de mayo de 1997, me regaló un libro suyo: Autorretrato con Rulfo. Tengo clara la fecha porque conservo el ejemplar con la dedicatoria. Recuerdo el asombro que me causó conocer a alguien que había escrito y publicado libros. Un escritor en toda regla. No menos asombro me provocó darme cuenta de que varias de sus historias transcurrían en espacios bien conocidos de la Comarca. Pronto supe que, además de escribir libros y dar clases en la Facultad, Rosales coordinaba el taller literario del Teatro Isauro Martínez (TIM), espacio al que me integré en agosto de ese año. Durante los siguientes siete años asistí al teatro cada sábado, donde sesionábamos de once de la mañana a dos de la tarde. A quienes nos sumábamos al taller, Saúl nos recomendaba ciertas lecturas comenzando por la Epístola a los Pisones, de Horacio, el poeta lírico obsesionado con lograr versos perfectos. Unay otra vez el maestro insistía en que, si las palabras no decían exactamente lo que queríamos expresar, lo mejor era devolver al yunque los versos mal forjados.
“Piensen en escribir libros, no sólo textos sueltos”, insistía en aquellas sesiones sabatinas. Hacer libros permite construir con disciplina, profundizar en los temas y exigir cada vez más de la pluma. Para darnos herramientas como narradores, Saúl nos aconsejaba leer El cuento hispanoamericano, antología preparada por Seymour Menton, pues hacerlo permite identificar las diferentes corrientes que conforman la tradición cuentística en nuestra lengua. Nos recomendaba también El oficio de escritor, compilación de aquella legendaria serie de entrevistas hechas por jóvenes a escritores como William Faulkner, Mary McCarthy, Ernest Hemingway y Boris Pasternak, publicadas en The Paris Review.
De aquel espacio coordinado por Rosales salieron plumas como Édgar Valencia, Angélica López Gándara, Carlos Velázquez, Rosario Ramos, Daniel Maldonado, José Lupe González, José Cháirez y Roberto Guzmán, por mencionar algunos.
BOTELLA AL MAR
Un taller previo, Botella al Mar, había dejado huella en el panorama literario de la Comarca. Fundado y dirigido por Rosales Carrillo y conformado por Jaime Muñoz Vargas, Gilberto Prado, Enrique Lomas y Pablo Arredondo, el grupo sesionaba los sábados en reuniones de hasta siete horas. Esas jornadas literarias siguen dando de qué hablar décadas después, ya que los miembros de aquel colectivo han publicado más de sesenta libros individuales y han cosechado innumerables premios. Lo he escrito otras veces y lo repito aquí: las obras derivadas de ese taller fueron, para muchos de nosotros, la primera demostración de que uno podía dedicarse al oficio de escribir.
El papel de los talleres es especialmente importante en la Comarca porque no tenemos Facultad de Filosofía y Letras. Gracias a la generosidad de maestros como Enriqueta Ochoa, Fernando Martínez Sánchez, Felipe Garrido, Yolanda Natera, Antonio ÁlvarezMesta y el propio Saúl Rosales, han existido espacios en donde profesionalizar la escritura. En los años recientes, escritores como Jaime Muñoz Vargas, Nadia Contreras y Ruth Castro han tomado la estafeta de la profesionalización literaria.
Otra iniciativa del maestro que ayudó a configurar nuestra escena cultural es la revista Estepa del Nazas, publicación que fundó y que además editaba, formaba y distribuía. Financiada por el patronato del TIM y por el INBAL, la revista era gratuita, y fue para muchos el primer espacio para publicar cuentos, poemas, ensayos y reseñas. Conservo algunos ejemplares, y me sorprende la altísima calidad de sus contenidos: además de publicar trabajos surgidos del taller literario, Saúl se las ingeniaba para recolectar, en la era pre-internet, colaboraciones de plumas reconocidas: así, junto a una reseña firmada por Emmanuel Carballo y un cuentode Beatriz Espejo, es posible encontrar una entrevista al ya mencionado Seymour Menton realizada por Fernando Fabio Sánchez, en donde el investigador norteamericano recuerda haber estado al menos una vez en La Laguna.
Por último, pero no menos importante, está la participación de Saúl como miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, institución a la que ingresó gracias a una propuesta sustentada por Mauricio Beuchot y apoyada por una terna formada porVicente Quirarte, Arturo Azuela y Carlos Montemayor.
UNA OBRA EXTENSA E INTENSA
Son más de treinta títulos los que Saúl Rosales ha publicado; entre ellos los volúmenes de cuento Vuelo imprevisto, Memoria del plomo y Autorretrato con Rulfo, los poemarios Floración del sueño, Esquilas domésticas y Falacias para un autorretrato, la compilación Cronistas, historiadores y crónicas, la entrevista a profundidad Un vikingo en la guerrilla urbana, los volúmenes de ensayos Historias de La Laguna, Malinche y la conquista de México, Sor Juana, la americana Fénix, y Don Quijote, comunicadores yperiodistas, la obra de teatro Laguna de luz, así como la novela Iniciación en el relámpago.
Dado que es imposible abordar aquí el total de su vasta y variadísima obra, me limito a comentar algunos de mis libros preferidos en su bibliografía: uno es el ya mencionado Autorretrato con Rulfo, volumen que circula en al menos tres ediciones. Se trata de unlibro conformado por diez cuentos que tienen como escenario La Laguna. Historias en donde los personajes enfrentan conflictos cotidianos: mientras unos confunden el amor con las ideas políticas, otros torean el desempleo y alguno más resiente dilemas éticos y eróticos.
De sus búsquedas surgen historias entrañables, vitales, condimentadas por un hábil manejo del lenguaje que logra piezas ejemplares de carpintería narrativa. En “Autorretrato con Rulfo”, cuento que le da título al volumen, Rosales evoca sus tiempos de juventud, cuando trabajó como dependiente en una librería en la Ciudad de México donde el autor de Pedro Páramo era cliente asiduo. En esas visitas, el joven Rosales y el ya mítico Rulfo solían intercambiar impresiones sobre novedades literarias. El asunto no hubiera tenido más trascendencia de no ser porque tiempo después, como prueba de fuego para ingresar a un empleo como reportero, el director de un periódico le pidió a Rosales que entrevistara al escritor mexicano. La voz narrativa cuenta que una vez le dijo a Rulfo: “me preocupan las necesidades del pueblo”. El creador de Comala le soltó una respuesta digna de su leyenda.
Otro clásico de nuestras letras es Memoria del plomo, publicado en octubre de 1999 por el Programa Cultural Enlace Lagunero como parte de la colección literaria Tierra que fue mar. Conformado por nueve relatos, contiene “Trópico de cucarachas”, ágil y divertido relato que merece figurar en cualquier antología de cuento en nuestra lengua: esta ácida historia es protagonizada por un periodista que vuelve a La Laguna tras años de vivir en la capital, sólo para darse cuenta de que la región está infestada de cucarachas.Con lenguaje lúdico y altas dosis de sarcasmo, el relato aborda los dilemas éticos que enfrentábamos quienes queríamos dedicarnos al periodismo a fines del siglo XX. Destaca también “Memoria del plomo”, cuento de raíz autobiográfica que pudiera ser el germen de la novela Iniciación en el relámpago, pues expone las consecuencias del trabajo infantil, concretamente en un personaje que de niño consigue empleo en una imprenta como linotipista. Se trata de una obra bien fincada en la experiencia, pues el maestro Rosales ejerció ese oficio a los doce años. En el relato, el contacto con la aleación de plomo y antimonio con que se forjaban los pequeños lingotes de los que se componían los textos, causa estragos en la salud del personaje.
REPLANTEAR LA HISTORIA
Un aspecto clave en la obra de Rosales es el interés por rescatar y/o profundizar en aspectos oscurecidos de nuestra historia, lo mismo de la época de la Conquista que del siglo XX, e igual en el plano nacional que en el local. Hay distintas maneras de contribuir a la memoria colectiva. Para comprenderlo, un libro imprescindible es Cronistas, historiadores y crónicas, publicado en 2017. El volumen se divide en dos partes: la primera es una introducción en donde Saúl se dedica a definir ese escurridizo producto literario y periodístico que es la crónica. Su primera preocupación es hacer precisiones en torno a un error frecuente: llamamos cronistasa quienes se internan en archivos y antiguos documentos a indagar asuntos del pasado, cuando en realidad son historiadores. Porque la crónica “no es la evocación histórica ni la recuperación escrita de hechos del pasado lejano o más o menos inmediato, sino la reseña del presente”. Luego pone el dedo en la llaga: “es lástima que nosotros [en La Laguna] carezcamos de cronistas,aunque tengamos muchos y buenos historiadores”.
El cronista es el relator de lo inmediato y no el gambusino de la historia, insiste Rosales, y para dejarlo en claro acude a una cita de Gonzalo Fernández de Oviedo, nombrado cronista general de Indias en 1532. La cita es una joya, pues señala al menos dos delas características que un buen cronista debe tener: “No escribo con autoridad de algún historiador o poeta, sino como testigo de vista […] no dando en cosa alguna crédito a un solo testigo, sino a muchos, en aquellas cosas que por mi persona no hubiere experimentado”. Así, el primer rasgo, destacado por Rosales, es la inmediatez de los hechos relatados. El autor de una crónica es un “testigo de vista”, alguien que relata el presente, su etorno. “Se debe cultivar la crónica para que el historiador tenga frutos que cosechar”, señala Rosales, y así desvela el misterio en torno a ambos oficios: el cronista, testigo, consigna su tiempo. Ya vendrán luego los historiadores a hacer lo suyo.
Productos de ese doble empeño —testimoniar el presente, estudiar el pasado— son volúmenes como Sor Juana, la Americana Fénix, Malinche y la conquista de México, así como la entrevista extensa Un vikingo en la guerrilla urbana. El primero de elloses una compilación de ensayos breves que en 175 páginas aborda aspectos muy diversos en torno a la mal llamada “Décima Musa”. Se trata de un volumen de divulgación, rico en citas, que nos permite ver a Sor Juana Inés de la Cruz defendiéndose con facilidad delos asedios de cuarenta sabios convocados por el virrey de Mancera para ponerla a prueba, o interesada en la belleza física del ser humano. También explica el por qué a la escritora le llamaban La Americana Fénix. Entre los ensayos destaca Sor Juana en la celosía de sus signos, en donde el maestro Rosales da una apasionante cátedra sobre la manera en que debemos leer piezas como la “Carta Atenagórica” y la “Carta a Sor Filotea”. Si bien toma como punto de partida textos del siglo XVII, las ideas contenidas en esos ensayos son de una pasmosa actualidad.
En Malinche y la conquista de México, el maestro enumera las distintas teorías respecto al origen del término Malinche: mientras algunas fuentes (entre ellas Bernal Díaz del Castillo) sugieren que el vocablo se usaba inicialmente para nombrar a Cortés, y de allí saltó a su intérprete y consejera, otros documentos sostienen que el término fue construyéndose con el uso a partir de las diferentes maneras en que se referían a ella: primero habría sido llamada Marina por los españoles, después Malina y más tarde Malintzin por los nativos, pues el sufijo “tzin” era aplicado a personas de especial dignidad. Al no decantarse por ninguna de las posibilidades, pero consignándolas todas, Rosales da cátedra de cómo debe proceder un investigador. Además, propone otorgar una nueva carga a los vocablos Malinche e indio: “La convencionalidad de la lengua, así como los ensució, les puede dar lustre”.
Como el propio maestro definió alguna vez, lo más preciado que tiene un escritor es el vocablo. En su cumpleaños número 85, además de felicitarlo y agradecer su magisterio, conviene recordar una frase que me dijo en entrevista para este mismo medio hace más de veinte años: “la palabra es una presencia constante en mi mente, en mi conciencia, porque, para decirlo románticamente, ha sido mi única posesión real en la vida”.
X: @vicente_alfonso