Con la tranquilidad que da la ignorancia, acompañé la semana pasada a mi suegra para despedirse de su hermano, ya cadáver.
Hoy quiero abrir mi cabeza para trapear lo que dentro de mi cerebro quede de las imágenes que nos recibieron.
Cómo quisiera que la marcha desordenada de estas letras obedeciera a una fantasía mal narrada, pero la realidad de la que sueño escapar invadió mis ojos y nariz, obligándome a ver lo que no quiero y oler el futuro del que deseo escapar. Entré a la antesala de la muerte, nombrada en este caso "estancia geriátrica".
Mi esposa se unió al acto solidario que suponíamos representaba esta visita, lo que permitió retrasarme para observar el entorno, mientras ellas atravesaban la cocina donde conversaba personal joven y ajeno al cuadro de muertos vivientes que estaba en la sala. Luego caminaron en un estrecho pasillo y llegaron a la cama donde yacía el cuerpo del que tardíamente querían despedirse, que como objeto fue ahí abandonado cuando tenía vida, supuestamente por la dificultad de atenderlo, argumentada por la hermana con quien moró el ahora difunto.
Inmerso en un aroma similar al de una letrina, observé una veintena o más de adultos mayores iluminada por amarillenta luz, en absoluto silencio, ninguno viendo al otro, unos en sillas de ruedas con la barbilla recargada en el pecho, muchos sobre los sillones de una vieja sala en posiciones bizarras y de cuerpos tan cercanos como lejos de la existencia de la humanidad contigua.
La angustia provocada por la visión de quienes esperan como objetos en el olvido que la muerte les llame, tras ser echados a la basura después de ser usados, me inundó. Mi inquietud ni siquiera provino de íntimos cuestionamientos morales, pues sin camuflaje alguno la zozobra fue acarreada por el viable presagio de mi porvenir.
Sin tener éxito para borrar todo vestigio de esta experiencia, leí en la tarde el blog del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, publicado en mayo de 2025 por el Gobierno de México, que advierte sobre el aumento progresivo en la proporción de personas adultas mayores en la población, así como de la necesidad de acompañar el aumento de la esperanza de vida con una política pública "que permita a mujeres y hombres envejecer con dignidad y en igualdad de condiciones, a lo largo de todo su curso de vida".
Ojalá esté aún a tiempo de ser beneficiario de esa política.