Los defensores del régimen empiezan a presentarse como realistas. Quienes defienden el pluralismo, las reglas, la racionalidad y hasta la decencia son ingenuos que no entienden lo que exige la política real. A medida que se borra el idealismo, se manifiesta un cinismo disfrazado de madurez.. Los críticos, si no llegan a ser traidores, son inocentes que ignoran los duros imperativos del poder. El presidente López Obrador hablaba de los "buenaondita." Se burlaba de quienes salían en defensa de la ley, de la naturaleza, de los derechos, de todas aquellas causas que no eran defendidas por él mismo. El buenondismo es toda causa que se promueve por fuera de los conductos del régimen. Su propósito suena respetable pero no lo es porque no se subordina a la lógica del poder. Su independencia es su condena: al pensar por fuera de los lemas, al actuar sin la bendición de las nuevas corporaciones resulta objetivamente reaccionario. El buenondismo de ambientalistas, defensores de derechos humanos, organizaciones de la sociedad civil y feministas independientes es, para el régimen, otro disfraz de la reacción. Para una secta segura de tener en exclusiva la razón histórica, no hay causas válidas que no lleven el sello del poder.
Se quiere usar esa etiqueta para burlarse de quienes defienden las autonomías. El constitucionalismo que es la mecánica de un poder fundado y limitado por reglas ha sido convertido por la demagogia oficial en otra fórmula del buenondismo. Las cápsulas de responsabilidad que no cuelgan de la voluntad presidencial, que no se subordinan a la mayoría son descritas como estorbos, resistencias que bloquean la acción de un gobierno legítimo. La autonomía de la fiscalía es la víctima más reciente de ese discurso. La incompetencia y los abusos de Gertz han servido no solamente para justificar su remoción, sino, sobre todo, para tirar por la borda el propósito mismo de la autonomía. Por supuesto que la autonomía no basta. Pero sin autonomía, la fiscalía será, inevitablemente, instrumento para perseguir enemigos y proteger aliados. El gobierno y sus publicistas nos quieren hacer pensar que es una buena idea tener al frente de la fiscalía a una mujer ideológica, política y personalmente atada a la presidenta de la república y al movimiento lopezobradorista. ¿Alguien podría dudar que los intereses de la presidenta, la protección del partido y de sus cuadros serán para la nueva fiscal mucho más importantes que la ley?
La funesta gestión de Gertz se usa para enviar al basurero el propósito mismo de la autonomía. Hoy pretenden hacernos pensar que una fiscalía obediente y disciplinada es preferible a una fiscalía autónoma. Un fiscal debe tener independencia política para evitar que los gobiernos o los partidos determinen el rumbo de su trabajo. Un fiscal debe conducirse con profesionalismo y, sobre todo, con imparcialidad. Solo un fiscal autónomo puede, en verdad, luchar contra la impunidad. Esa lucha no puede ser selectiva, no puede subordinarse a los cálculos e intereses del poder. Lo que se promueve como coordinación es, en realidad, aviso de complicidad. No necesitamos imaginar el desastre de una fiscalía sumisa. Lo único que tenemos que hacer es recordar el paso de Godoy por la fiscalía capitalina. Ernestina Godoy no solamente fabricó culpables. Ernestina Godoy fabricó delitos para servir a la venganza de quien terminaría siendo su antecesor
Se equivocan quienes invocan el realismo político para defender la sumisión de la fiscalía y la desaparición de los contrapesos y autonomías constitucionales como una fórmula de eficacia. Un poder limitado no es, necesariamente, un poder más débil. Esa es una de las grandes lecciones del constitucionalismo: limitar el poder puede fortalecerlo. Los autócratas no lo entienden. Creen que, al concentrar todo el poder en sus manos, ampliarán su fuerza. No se dan cuenta que, al aceptar la intervención de otros poderes, al abstenerse de decidirlo todo, pueden condensar su autoridad y, de esa manera, fortalecerse.