El desdén de Taibo II por la poesía femenina es la manifestación de un talante misógino, autoritario, antiplural.
Pobre Paco Ignacio Taibo II. Rodeado, según él, de poetas horrendas. Obligado -¡qué tragedia!- a leer versos femeninos que ofenden su refinado gusto literario. Indignado por la dictadura de lo políticamente correcto a incluir a mujeres que no merecen figurar, ni en su canon, ni en sus catálogos, ni en su cabeza. Así lo dijo, entre risas, en la mañanera: que no podía publicar "poemas horrendos" solo por cumplir una cuota. Y ahí estaba Claudia Sheinbaum, sonriendo incómoda, tratando de corregir con un malabarismo discursivo: "Vamos a sacar un libro sobre mujeres". Un gesto tardío que no borra el fondo del asunto: el lenguaje inaceptable de Taibo no es un lapsus, es un síntoma.
Lo que hay detrás no es un chiste, sino una radiografía. El retrato del hombre que dirige el Fondo de Cultura Económica como si fuera su trinchera ideológica. El mismo que convirtió a una editorial pública en un brazo cultural del régimen; el mismo que presume de enviar millones de libros a Cuba mientras en México las bibliotecas cierran; el mismo que se ufana de hacer "una transnacional de izquierda", como si la cultura necesitara pasaporte ideológico para existir. Y que, con aire de cruzado cultural, confunde democratizar con adoctrinar, editar con evangelizar.
El FCE de Taibo reparte millones de libros baratos -a 12 pesos-, pero a un costo alto: la pluralidad. Se regalan títulos, pero se empobrecen los criterios. Los catálogos reflejan más la lealtad que la calidad, más la consigna que un proyecto cultural de altura. Lo barato sale caro: se masifica el libro, pero se minimiza el pensamiento.
Su desdén por la poesía femenina no es un exabrupto aislado, sino la manifestación de un talante misógino, autoritario, antiplural. El mismo impulso que lleva a los autócratas a decidir quién puede escribir, quién puede opinar, quién merece ser escuchado. No es casualidad que, como advirtieron las politólogas Erica Chenoweth y Zoe Marks en Foreign Affairs, la misoginia y la autocracia se retroalimentan. Cuando el poder masculino se siente amenazado, responde callando voces, restringiendo derechos. El patriarcado y el autoritarismo son primos hermanos: ambos exigen la obediencia y castigan la disidencia.
El caso de Taibo ilustra bien esa dinámica: un hombre que usa el aparato del Estado para imponer su canon, su ideología y su desprecio. En el fondo, lo que le indigna no es la mala poesía, sino la idea misma de que las mujeres -las que no se alinean, las que no se callan, las que no lo celebran- ocupen espacios simbólicos. En su encogido universo cultural, las mujeres caben solo si son ornamento o devoción, nunca si son interlocutoras. Como señalan Chenoweth y Marks, los autócratas modernos -de Putin a Trump, de Xi Jinping a Bolsonaro- reconfiguran el nacionalismo en clave patriarcal: la patria se encarna en el padre. Y las buenas hijas saben cuándo callar.
He ahí la gran paradoja del "tiempo de mujeres" en México. Mientras el discurso celebra la paridad, los guardianes de la cultura siguen siendo hombres: López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas, los moneros en el Canal 11, y Taibo, el comisario literario de la 4T. Ellos dictan lo que se puede leer, decir o pensar. Ellos deciden quién entra al panteón revolucionario y quién queda fuera. Son ellos quienes moldean la narrativa oficial de un movimiento que se proclama feminista, pero protege a violadores y acosadores como Félix Salgado Macedonio o Cuauhtémoc Blanco. El machismo reeditado con tinta de izquierda.
Pero la presidenta Sheinbaum sigue repitiendo que "llegamos todas", y las que no se sientan incluidas tienen un "tema personal". No, Presidenta: no es un tema personal. No es neurosis ni histeria ni resentimiento. Es resultado de las estructuras que hombres como Taibo siguen administrando con su dedito censor. Es producto de un sistema que decide qué mujeres son útiles y cuáles son horrendas. Llegaron las que callan. Las que consienten. Las que saben reír cuando un hombre poderoso desprecia a las demás. Las que entienden que en una 4T culturalmente derrotada no se premia el talento, sino la obediencia. En eso Taibo II tiene razón: el género no garantiza la calidad. Basta con voltear a Palacio Nacional.
Y así, mientras los hombres de la revolución recortan conciencias, las mujeres que no caben en sus páginas siguen escribiendo -a pesar de ellos- los poemas que la democracia necesita leer.