Siglo Nuevo Opinión Entrevista Nuestro Mundo

Arte

Tan lejos, tan cerca: el viaje de Guadalupe entre dos mundos

La presencia de la Virgen en una exposición temporal del Museo del Prado abre diálogos sobre perspectivas decoloniales, la revalorización del arte virreinal y el simbolismo de la que es, tal vez, la imagen más potente de la identidad mestiza mexicana.

Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

SILVIA MACÍAS

Hay imágenes que atraviesan generaciones, geografías y memorias. Figuras que no necesitan explicación porque habitan, desde hace siglos, en el inconsciente colectivo de un país entero. Presente en la cabecera de las camas, en la cocina de las abuelas, en los taxis, en los mercados y en los altares improvisados a pie de carretera, la Virgen de Guadalupe no sólo adorna paredes, protege caminos o acompaña las súplicas más íntimas; es también una herencia visual que se infiltra en las fiestas patrias, en las marchas y en los discursos políticos. 

Y aunque la Morenita del Tepeyac pareciera ser patrimonio exclusivo de México, la realidad es que su imagen también habita otros paisajes; sus ojos han mirado los muros de catedrales en Cádiz, conventos en Castilla, oratorios en Andalucía y colecciones privadas de Madrid. 

Así lo recordó Javier Solana, presidente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado, al inaugurar la exposición Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España: “Me produce una gran emoción estar aquí. Recuerdo que cuando era niño, mi madre, que tenía una voz maravillosa, cantaba canciones de la época después de la Guerra Civil. Os podéis imaginar las canciones que yo escuché de niño, y entre ellas escuché una de la Virgen de Guadalupe, así que la tengo tan cerca como que a los dos años ya sabía quién era [...] y nunca se me ha olvidado”. 

Hoy, vuelve a ocupar un sitio privilegiado en las salas del Museo del Prado como parte de esta exhibición temporal, una muestra que no sólo despliega arte sacro, sino que propone una relectura emocional y cultural de la historia compartida entre México y España a través de la figura más poderosa de la identidad mestiza mexicana. 

EL ORIGEN DE UN SÍMBOLO MESTIZO 

La Virgen de Guadalupe no apareció sola. Lo hizo en un territorio agitado, donde la violencia, la evangelización y la resistencia se entretejían a diario. En el cerro del Tepeyac, donde antes se rendía culto a la diosa madre Tonantzin, la Guadalupana se manifestó —según la tradición— ante Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un indígena recién convertido al catolicismo. Ese sincretismo fundacional es clave: el rostro indígena, el manto estrellado, la luna bajo sus pies, la túnica rosada decorada con flores y alcachofas, su postura orante, el lazo en la cintura que anuncia embarazo… cada elemento visual ha sido cuidadosamente replicado y respetado durante siglos. 

Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe (1656), José Juárez. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado
Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe (1656), José Juárez. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

“La imagen revelada no podía cambiar”, explica Paula Mues Orts, profesora de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y co-comisaria de la exposición. “A veces se decía de Guadalupe, (que) ella misma se representó, a veces se decía que Dios Padre la pintó, o los ángeles. [...] Por eso, para conservar su esencia divina, había que repetirla siempre igual. Lo curioso es que, con solo ver ciertos elementos como el manto azul, [...] las estrellas, ya reconoces a Guadalupe incluso fuera del arte religioso”. 

Esa imagen fija, multiplicada hasta el infinito, viajó pronto a todos los rincones de la Nueva España. No tardó en hacerse portátil: cuadros de pequeño formato, grabados, relicarios, estampas. La Guadalupana se veneraba, se coleccionaba, se regalaba y se presumía. Estuvo presente en casas de campo, en conventos de clausura y en expediciones misioneras que la llevaron a zonas remotas. Era también un objeto de estatus: tener una buena copia era signo de prestigio familiar y fervor religioso. 

UNA VIRGEN GLOBAL ANTES DEL MUNDO GLOBALIZADO 

Su expansión no se detuvo ahí. “Guadalupe fue una de las primeras imágenes globalizadas”, comenta Jaime Cuadriello, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de México, también comisario de la exposición. “Desde el siglo XVII empezó a circular por el Pacífico, el Atlántico, y en los siglos XIX y XX siguió creciendo su prestigio. Su iconografía llegó a Europa, a Filipinas, incluso a Asia”. 

Como podría esperarse, España fue uno de sus principales destinos. El catálogo de la muestra da cuenta de decenas de obras guadalupanas presentes en el patrimonio español: hay registros en 18 catedrales y 14 colegiatas, y un número aún mayor en iglesias, ermitas y colecciones particulares. Las razones de su presencia no eran únicamente religiosas. Muchas veces, como explica Cuadriello, los indianos, virreyes, comerciantes o familias nobles enviaban estas piezas como ofrenda, como recuerdo o como distinción de prestigio. Así, la Virgen Morena, que hablaba náhuatl, se instaló en Castilla y en Andalucía con la naturalidad de quien ya era parte del paisaje emocional de la colonia. 

Virgen de Guadalupe de marfil policromado y latón (siglo XVIII), proveniente de un taller hispanofilipino. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado
Virgen de Guadalupe de marfil policromado y latón (siglo XVIII), proveniente de un taller hispanofilipino. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

Además de devoción, su figura se convirtió en un poderoso símbolo afectivo y político. Llegó a marcar nacimientos, funerales, bodas y nombramientos. Era enviada como regalo diplomático o recuerdo entre virreyes y arzobispos. Su circulación configuró una de las primeras redes visuales de identidad compartida entre dos mundos. 

DIÁLOGO PENDIENTE ENTRE ESPAÑA Y EL ARTE NOVOHISPANO 

La exposición en el Museo del Prado es histórica tanto por su tema como porque supone una apertura importante al arte virreinal, largamente relegado en Europa. “Esta era una asignatura pendiente”, dice Cuadriello. “El Prado, como institución, debía mostrar la riqueza de la pintura novohispana. Hay obras tan buenas o más que las que se conservan en México”.

Este gesto adquiere además un significado particular en un momento en que museos de todo el mundo replantean sus discursos desde una perspectiva decolonial. La revisión de los relatos artísticos coloniales y la incorporación de piezas creadas en los virreinatos devuelve visibilidad a obras tradicionalmente consideradas periféricas, permitiendo matizar y complejizar la historia cultural compartida entre metrópoli y territorio conquistado. Exhibir estas imágenes en Madrid implica también cuestionar jerarquías estéticas y simbólicas heredadas de siglos pasados, y reconocer que el arte virreinal no fue una mera derivación del europeo, sino que poseía un lenguaje propio, autonomía, belleza y potencia política. 

En el contexto español, este cambio discursivo se inscribe dentro de un movimiento más amplio: “Las colecciones etnográficas europeas [...] despiertan la curiosidad y el interés de creadores, comisarios, directores de museo y de algunos públicos, que presionan para que se produzca la remediación crítica de [...] narrativas devaluadas estética y semánticamente dentro de instituciones sustentadas en relaciones históricas coloniales”, menciona el reciente artículo La lenta descolonización de los museos, publicado en Babelia, la revista cultural de El País

Para Mues, la muestra también es una oportunidad para romper la falsa división entre arte español y virreinal, pues ambos convivían. “No hacer ese diálogo nos limita. Estas piezas tienen calidad, belleza y potencia simbólica. Sólo hay que mirarlas con atención”. 

El Padre Eterno pintando a la Virgen de Guadalupe (1740-1750), atribuido a Joaquín Villegas. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado
El Padre Eterno pintando a la Virgen de Guadalupe (1740-1750), atribuido a Joaquín Villegas. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

En las salas del Prado coexisten ahora copias antiguas, pinturas devocionales, alegorías políticas, obras restauradas con delicadeza admirable, algunas populares y otras firmadas por grandes maestros novohispanos y peninsulares como José Juárez, Juan Correa, Manuel de Arellano, Miguel Cabrera, Velázquez, Zurbarán o Francisco Antonio Vallejo. Entre todas, Paula Mues destaca especialmente una pieza enconchada —realizada con incrustaciones de nácar sobre la pintura— que pertenece a una colección española y que conserva una belleza singular por la manera en que la luz se refleja en su superficie. 

La exposición también permite apreciar cómo el arte novohispano absorbió influencias barrocas, flamencas, italianas, pero adaptadas a los recursos, gustos y sensibilidad del mundo americano. Cada representación de la Morena del Tepeyac cuenta una historia: quién la pidió, con qué propósito, quién la pintó y cómo fue modificada para su destino final.

LA POLÍTICA Y LA VIRGEN CRIOLLA 

Si algo distingue a la Guadalupe del Virreinato es su dimensión política. Desde mediados del siglo XVIII, su figura dejó de ser meramente devocional para convertirse también en emblema de poder, identidad y legitimidad. 

La exhibición incluye obras relacionadas con la jura de la Virgen como patrona de la Nueva España en 1746, un acto simbólicamente crucial. “Ahí empieza a formarse nuestra primera fiesta nacional”, explica Cuadriello. “La Virgen ya no es sólo defensora de la monarquía española. Empieza a asociarse al águila mexicana, a la idea de nación criolla, a la personificación de la Nueva España”. 

Esa dimensión quedó plasmada en imágenes ricas en ornamentos rococó, dorados y alegorías. Entre ellas destaca La Virgen de Guadalupe y las armas mexicanas (1761), grabado de Manuel Galicia de Villavicencio y Felipe de Zúñiga y Ontiveros, donde se la representa sobre el águila y el nopal, elementos fundacionales del escudo nacional, escoltada por laureles imperiales y atributos de soberanía espiritual y política. 

Años después, En Guadalupe, María de la gran México es guía (hacia 1788) repetiría la escena, colocando a la Virgen como protectora de la capital novohispana, rodeada de emblemas patrios y flanqueada por el Zócalo de la Ciudad de México, una declaración visual de su patronato sobre el espacio público y la identidad criolla. 

Cuadro de castas, vista de la colegiata de Guadalupe y vista del paseo de la Viga (1750), Luis de Mena.
Cuadro de castas, vista de la colegiata de Guadalupe y vista del paseo de la Viga (1750), Luis de Mena.

Estas obras muestran cómo la Virgen se volvió, más allá de un refugio emocional, un símbolo de identidad y resistencia dentro de una sociedad sujeta al dominio peninsular. Ese proceso de apropiación culminó décadas después, cuando Miguel Hidalgo tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe del santuario de Atotonilco para enarbolarlo como bandera de los insurgentes en 1810, cuando México inició su lucha de independencia. 

En esos grabados y pinturas improvisados, aparece rodeada de banderas, águilas mexicanas, escudos virreinales y alegorías de una Nueva España que buscaba su propia voz. La religión, el arte y la política se fundieron en una imagen. Guadalupe no era sólo devoción: era patria. 

MEMORIA Y VÍNCULOS TRANSATLÁNTICOS 

Si bien Tan lejos, tan cerca… es una exposición de arte religioso, también es, sobre todo, una invitación a volver la mirada hacia una imagen que, aunque profundamente familiar para los mexicanos, sigue siendo capaz de plantear nuevas preguntas cuando se desplaza a otro territorio. En España, se revela como documento visual de una historia compartida, de vínculos afectivos, religiosos y políticos que resistieron conquistas y separaciones coloniales. 

“Queremos que el público español descubra la belleza, la complejidad y la vigencia del arte virreinal”, dice Mues. “Pero también que vengan con ojos abiertos, sin prejuicios, y que se dejen sorprender”. No se trata únicamente de contemplar obras antiguas, sino de reconocer la riqueza cultural y simbólica de un arte que durante siglos se pensó como periférico y que, en realidad, dialogó de tú a tú con la producción peninsular. 

Para Cuadriello, la exposición revela algo más profundo: que, a pesar de las fronteras políticas y los siglos de distancia, México y España compartieron —y siguen haciéndolo— un campo cultural común. “Las fronteras artísticas eran mucho más amplias de lo que imaginamos. Guadalupe está en pueblos, iglesias, colecciones privadas de toda España. Eso cambia la geografía del arte”. 

Esa red compartida de imágenes revela una geografía emocional que sobrevivió a las independencias y a las distancias políticas. Guadalupe prevalece como un puente silencioso entre ambos lados del océano.

Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe (1690-1700), atribuido a Juan Correa. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado
Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe (1690-1700), atribuido a Juan Correa. Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

TESTIMONIO MESTIZO DE UNA MEMORIA COMPARTIDA 

Hoy, la Virgen Morena continúa habitando los hogares, las calles, los altares y los escapularios que se llevan al cuello o se guardan en una cartera. Permanece en iglesias antiguas y en rincones discretos, recordando su presencia constante en la vida cotidiana de millones de guadalupanos. Y ahora, aunque de forma temporal, también ocupa un lugar en las salas del Prado, bajo la mirada atenta de quienes, quizá por primera vez, perciben la fuerza callada de una imagen que es testigo de una historia que sigue abriéndose camino entre ambos lados del Atlántico. 

Desde México, esta exhibición se percibe con una mezcla de orgullo, extrañeza y oportunidad. Para los fieles, ver a Nuestra Señora de Guadalupe en un museo europeo puede resultar desconcertante, pero también conmovedor: una confirmación de que su figura, surgida de la tierra mestiza, tiene el poder de trascender fronteras y contextos. Para la historia representa una ocasión largamente esperada de dignificar y visibilizar la riqueza estética, política y cultural del arte virreinal, tantas veces relegado en los discursos oficiales. 

Su visita en España no es como reliquia, es como testigo de una memoria compartida que ha dejado huella. Y tal vez, al recorrer las salas de esta muestra, cada espectador pueda descubrir no sólo piezas artísticas o religiosas, sino también una pregunta abierta sobre el pasado, sobre las identidades construidas y sobre las narrativas que, a pesar de las distancias, nunca han dejado de dialogar.

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en: Virgen de Guadalupe Tan lejos tan cerca Silvia Macías Museo del Prado mestizaje decolonial arte virreinal arte novohispano

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Foto: Cortesía Museo Nacional del Prado

Clasificados

ID: 2397146

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx