“De aquí hasta el cielo” decimos, a veces, como sinónimo de “mucho” cuando sabemos de dónde partimos, pero no hasta donde nos estacionamos. “Aquí” es la superficie que pisamos; el cielo es el espacio, la inmensidad en la que muchos fenómenos ocurren y cuerpos desconocidos existen; el misterio, la infinidad y el desconcierto es lo único seguro.
¿Hasta dónde? ¿Hasta ahí? Hasta aquello que no soy capaz de imaginar, hasta aquel lugar que me asusta, que me perturba, que desconozco, que puedo intuir, pero al estar frente a él siento que soy lo más pequeñito que ha habitado el universo.
Si dijéramos “te quiero de aquí al techo” sería un límite más claro, seguramente no tan admirable, en lo absoluto romántico, ni prometedor; pero estaríamos comprometiéndonos a lo probado y conocido, con la certeza de que es poco, pero seguro, sin sorpresas, ni cambios repentinos en la trama. Sin embargo, entramos en una relación con el corazón envuelto en un traje de astronauta, nave espacial y sin fecha de regreso… como lo hacen los genios (o los locos que se aventuran al infierno de lo infinito).
En nombre del amor se hacen muchas promesas insostenibles y el mundo termina viéndote como traidor, cobarde, débil y, es que, no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Tal vez pensamos que el cielo se trataba de tocar las nubes y hacer figuritas con ellas; nadie nos dijo que era atravesar la exósfera y descubrir nuevas galaxias hasta que el peso de tu cuerpo sea distinto y un segundo represente décadas.
En el amor no hay tiempo, no hay espacio, no hay medidas. Se dice que, incluso, no tiene límites (si se habla del amor maternal o de los dioses). ¡Qué es esa locura del amor que nadie conoce y todos decimos tocar varias veces en la vida! Es como ese misterio de si, efectivamente, el hombre llegó a la Luna o se montó un set para sentir que hemos logrado algo sorprendente en la vida… un escenario, una buena fotografía, una máscara de enamorado que no convence ni a la vecina.
Si me lanzo y no regreso, no se preocupen por mí, estaré navegando (no como los genios) sino como los locos que se aventuran a la parte más acuosa del universo flotando en una nube que me sirva de colchón.