Esta semana, se presentó la obra “Un tranvía llamado deseo” en el Teatro Isauro Martínez, protagonizada por la actriz mexicana Marina de Tavira. La historia escrita por Tennessee Williams, cuenta la vida de Blanche DuBois, una mujer solitaria que llega a refugiarse con su hermana, luego de haber sepultado a todos sus seres queridos y perder el patrimonio familiar. De las dos hermanas, Blanche fue quien se quedó, quien “aguantó” el dolor de la pérdida, el trauma, el desprendimiento de lo físico y lo espiritual, mientras Stella se huyó. Ella eligió vivir guiada por sus miedos y sus instintos, entrando en un círculo de violencia, de momentos de locura, de pasión, de rabia, de soledad, de vicios, acompañada de un hombre de quien –dijo– enamorarse y repitiendo así el patrón de sus padres. Es decir, huyó, pero se llevó la historia consigo.
Es fácil sentir una superioridad moral ante las disparidades; la soledad es muy señalada, a veces más que la violencia. Durante la trama se va manifestando el arrebato que se confunde con pasión, aquello que nos mueve, que nos guía, que nos nubla. El deseo es un impulso que nos lleva a buscar satisfacción instantánea; se siente bien… un momento; aunque, si te dejas dominar, deja estragos permanentes.
Aparece la duda entre quien se restringe demasiado, castigándose e impidiéndose sentir, “liberarse” un poquito por el peso de responsabilidad que siempre lleva a cuestas, y quien, por el contrario, vive sin pensar en las consecuencias, desde su lado más individual y egoísta. ¿Quién vive mejor?, ¿Quién está en lo correcto? Es complicado encontrar la respuesta correcta y, finalmente, no nos serviría de mucho. Creo que la vida es una experiencia tan mágica, tan sorpresiva y retadora, que todos hacemos lo que “creemos que debemos hacer”, a veces guiados por la razón y, otras, arrastrados por el deseo… o la pasión. ¿Dónde está el equilibrio? Me gustaría encontrarlo cuando tenga tiempo, energía y mis responsabilidades me lo permitan, porque, si se fijan, ese equilibro lo buscan los reprimidos porque los “libres” no creen necesitarlo.
