La inteligencia artificial supone una revolución tecnológica y a la vez industrial. Modifica no sólo la forma de conocer, hacer y comunicar, sino también de producir y consumir. La llamamos cuarta revolución industrial para vincularla con sus antecesoras. Para encontrar los fundamentos históricos de dicha revolución en ciernes, te propongo iniciar un viaje en el tiempo, desde lo más cercano hasta lo más lejano, incluso más allá de las tres revoluciones industriales precedentes.
Para llegar a la IA tuvo que desarrollarse previamente la revolución digital. Su espacio temporal abarca desde la década de 1950 hasta la segunda década del siglo XXI. Su foco innovador estuvo en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones. De la informática a la internet, la tercera revolución industrial se basó en la gestión y procesamiento de la información y en el nacimiento de la automatización inteligente de procesos industriales. Se formó una sociedad de la información que fue uno de los pilares de la globalización liderada por Estados Unidos. También la tercera revolución industrial trajo la posibilidad de generar energías de fuentes renovables.
Viajemos ahora a 1870, inicio de la segunda revolución industrial, sin la cual no se entiende la revolución digital. Sus características principales fueron la consolidación de la gran industria, la producción en serie, la proliferación de la inventiva sistemática, el avance en las telecomunicaciones y la utilización del petróleo y la electricidad como fuentes de energía. El telégrafo, el teléfono, la radio, el cine, la televisión, el motor de combustión interna, el auto, el buque y la locomotora de diesel y el avión, así como los sistemas productivos del taylorismo y el fordismo, son hijos de esta segunda revolución que transformó la sociedad profundamente.
Pero la segunda revolución industrial fue una consecuencia de la revolución industrial que se dio entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX en Reino Unido. Es la revolución del motor de vapor. La máquina sustituyó por primera vez a la fuerza humana y animal en varios procesos productivos a la par de que creó nuevos procesos que aceleraron la producción de bienes de consumo. El carbón fue la fuente de energía emblemática de la época. La primera revolución industrial vio nacer la mecanización de la economía, la tecnificación de la agricultura y, gracias al ferrocarril, la conexión intracontinental. Además supuso una evolución de la navegación con la sustitución del barco de remo y vela por el de vapor.
La mayoría de las genealogías tecnológicas parten de la primera revolución industrial. Pero ésta no se explica sin lo que el historiador Jan de Vries llama la revolución industriosa de los siglos XVII y XVIII. Dentro de ella se transformaron los hábitos de producción y consumo de los hogares de Europa, principalmente en Inglaterra y Países Bajos. La creciente demanda de bienes de consumo provocó que los talleres multiplicaran su capacidad de producción a través de la incorporación de mujeres y niños a la fuerza laboral y de la multiplicación de las horas de trabajo. La revolución industriosa allanó el camino a la revolución industrial al crear las bases de la sociedad de consumo e incorporar a los procesos de producción las innovaciones tecno-científicas que se propagaban.
Este último punto nos conduce a la revolución científica que inicia con la imprenta de Gutemberg a mediados del siglo XV. La nueva técnica de reproducción de textos facilitó la expansión del conocimiento que comenzaba a multiplicarse debido al impulso de los descubrimientos y la investigación. De Copérnico a Newton, pasando por Descartes, Bacon y Galileo, la forma de entender la realidad física se modificó sustancialmente, lo que sentó las bases del pensamiento científico que abonó a la revolución industriosa y condujo a la revolución industrial. Pero buena parte de la ciencia generada por los países europeos durante este periodo se basó en la recuperación de los avances logrados por otras civilizaciones.
La revolución científica no hubiera sido posible sin la revolución islámica del conocimiento y la revolución inventiva china, las cuales ocurrieron de forma casi simultánea entre los siglos VIII y XIII. Las sociedades musulmanas recuperaron el conocimiento antiguo de Grecia y Roma e hicieron sus propias contribuciones a la astronomía, las matemáticas, la química, la óptica, la medicina y la ingeniería. Por ejemplo, el álgebra y el concepto de algoritmo, fundamentales para la revolución tecnológica actual, son contribuciones del persa Al Juarizmi. Respecto la inventiva china, baste mencionar la brújula, la imprenta (que Gutemberg perfeccionó), la pólvora, el papel y el papel moneda, como innovaciones cruciales para la historia humana.
Unos cuantos siglos antes ocurrió en Roma una revolución técnica. Los avances romanos en ingeniería civil, arquitectura, agricultura, minería, infraestructura, gestión urbana y derecho constituyeron la base de la posterior sociedad europea que, nutrida por las contribuciones islámica y china, daría lugar a las revoluciones científica e industrial. Pero los romanos replicaron y adaptaron con mejoras el conocimiento generado por la revolución filosófica del mundo griego entre los siglos VIII y II antes de nuestra era. De la explicación mitológica de la realidad, los filósofos griegos nos condujeron a la explicación racional de la naturaleza, con lo que sentaron las bases de la lógica, la ciencia y el conocimiento sistemático del mundo.
La posibilidad de que seres humanos dedicaran más tiempo a pensar que a producir sus medios de subsistencia fue fruto de dos factores: la esclavitud y la revolución metalúrgica. La primera permitió a una clase propietaria emanciparse de las labores productivas, a costa de la explotación masiva de otros seres humanos. La segunda proporcionó las condiciones materiales suficientes para mejorar la calidad de vida de la clase propietaria. Entre el cuarto y el primer milenio antes de nuestra era transitamos del uso generalizado de instrumentos de piedra a la utilización de herramientas metálicas. La sociedad se volvió cada vez más productiva, urbana, centralizada y jerarquizada. La posibilidad de generar y guardar excedentes impulsó la escritura, la navegación, el comercio a larga distancia y el intercambio cultural y cognitivo, fundamental para acelerar el progreso técnico.
Llegamos a la última etapa de nuestro viaje: la revolución neolítica. La utilización generalizada de herramientas líticas facilitó la vida de las sociedades y abonó a otras mejoras que cambiaron la forma de organización: de pueblos nómadas a los primeros asentamientos permanentes con ganadería y agricultura. Aquí comienza el tortuoso y maravilloso ascenso tecnológico de la humanidad. Del hacha de piedra pulida al dispositivo 100 % autónomo, es necesario recordar el camino que hemos recorrido como especie si queremos comprender la dimensión de la revolución de la IA.
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