Tres coming of age de libertad femenina
En el ocaso de la infancia, la pérdida de la inocencia se vuelve una revolución silenciosa, sobre todo para las niñas que deben negociar con sus cuerpos y deseos bajo la mirada de una sociedad que aún las encasilla. Water Lilies (2007), Fish Tank (2009) y Mustang (2015) revelan, a su modo, la tensión entre la libertad interior y las imposiciones externas, desde la presión estética del nado sincronizado, pasando por la crudeza de un barrio obrero londinense, hasta los rígidos códigos patriarcales de una aldea turca.
“Fue como si todo cambiara en un abrir y cerrar de ojos. Estábamos bien y, de repente, todo se fue al traste”, se escucha decir en voz en off a una niña en los primeros segundos de la película Mustang (2015), que sigue a cinco hermanas de entre 11 y 17 años de edad. Esa frase bien puede resumir lo que se siente dejar atrás la infancia, o bien, la inocencia, que frecuentemente se pierde mucho antes de alcanzar la pubertad porque la vida a veces no da tregua. Un día se juega por horas sin la mayor preocupación y, al siguiente, se empiezan a notar las crueldades del mundo, grandes o pequeñas.
Tal transición es tan potente que no es extraño que exista un género del cine dedicado a ella: el coming of age, que no tiene una traducción literal al español pero que, en resumidas cuentas, se refiere al proceso de madurar durante la niñez o la adolescencia, ese incómodo estadío de la existencia que acaso sea más apabullante para la mujer, no solo porque el propio cuerpo se vuelve un desconocido, sino por las cargas sociales e históricas que pesan sobre el género femenino.
Sería muy simplista decir: “pero ya tienen los mismos derechos que los hombres”. No obstante, la realidad es más compleja que un papel que dice que podemos, por ejemplo, estudiar y trabajar en condiciones de igualdad. Ese documento no impide que la experiencia femenina en la escuela, en un centro laboral, en la casa o hasta en la calle sea distinta de la masculina. No podría ser de otra manera: durante siglos, a los hombres se les ha impulsado, desde pequeños, a salir a descubrir, conquistar y configurar el mundo. Para muchas, eso sigue siendo algo desconocido. Para las más afortunadas, es algo nuevo y desconcertante. ¿Cómo puede ser posible que apenas seamos la primera, la segunda o, con demasiada suerte, la tercera generación de mujeres en nuestra familia a la que le fue dada la libertad para vivir con autonomía?
Las que nacimos con ese privilegio no podemos no pensar en cómo, tal vez, nuestras madres, abuelas, tías, amigas, etcétera, han tenido que arrebatarlo para sí mismas sin permiso de nadie, aunque sea sólo una pequeña parte. Qué extrañeza genera saber que la mitad de la población estamos en pañales en esto de ser libres. Quizá por eso sea tan enriquecedor conocer las historias de otras mujeres en la etapa de la vida en que una alcanza a vislumbrar esa libertad y quiere abarcarla entera antes de que se escape de entre las manos: la adolescencia.
En este siglo, particularmente desde la década pasada, varias directoras han logrado llevar al cine este tipo de historias, siempre volcando, en mayor o menor medida, su experiencia personal como jóvenes tratando de encontrar su lugar en el mundo. A continuación, una pequeña muestra de esas juventudes que se han proyectado en la gran pantalla:
WATER LILIES (2007)

La ópera prima de Céline Sciamma se centra en el despertar sexual de tres quinceañeras —Anne, Marie y Floriane— que, por distintos motivos, no encajan en el contexto en que están inmersas: un París suburbano que tiene bien definido lo que espera de jovencitas como ellas. Anne es simpática, algo infantil y tiene sobrepeso; Marie es tímida, observadora y muy delgada. Son mejores amigas, de esas que se acompañan mientras el resto de los chicos y chicas de su edad las hace a un lado por tener una personalidad o una apariencia “poco atractivas”, no lo suficientemente “maduras” ni “femeninas”. Floriane, por el contrario, es atrevida, de carácter fuerte y belleza despampanante. Sin embargo, también es excluida, probablemente porque carece del recato y la humildad que rara vez se le piden a los adolescentes varones, pero sí a las mujeres.
La trama es sencilla, pero efectiva: Marie asiste a una de las presentaciones de nado sincronizado de Anne, donde conoce a Floriane, capitana de otro de los equipos, de quien queda flechada. Al mismo tiempo, Anne siente atracción por François, pero no sabe que este sale con Floriane. Mientras Marie busca acercarse a la capitana y se van haciendo amigas cada vez más íntimas —incluso hasta alcanzar una relación bastante ambigüa—, la amistad con Anne es puesta a prueba.
Podría parecer un simple enredo amoroso adolescente, pero lo cierto es que pocas películas de este tipo logran que las interacciones entre los personajes sean tan realistas como Water Lilies. La incomodidad de los primeros encuentros sexuales, la secrecía de las pláticas sobre intimidad, los momentos de soledad en que se procesan las decepciones amorosas se sienten como una ventana a la vida misma.
El carácter lésbico del primer amor de Marie es otro elemento que hace de Water Lilies una obra única, pues se trata de un tema poco abordado en el cine, especialmente en la época en que se estrenó. El que la misma Céline Sciamma sea homosexual ayuda, por supuesto, a mantener el realismo desbordante del filme.
Pero la narrativa no se limita a las metamorfosis internas de los personajes, sino que profundiza en la manera en que el entorno impacta en ese transitar hacia la madurez. La elección del nado sincronizado como leitmotif no es casualidad: “Es una metáfora de lo que significa ser una chica. Tienen que fingir sonrisas, se maquillan como muñecas y no pueden mostrar el esfuerzo que hacen, pero bajo la superficie hay una lucha y un sacrificio. Lo que muestras y lo que ocultas resume lo que significa ser una adolescente”, expresó la directora en una entrevista.
La primera escena de la cinta consiste, de hecho, en las atletas peinándose, maquillándose y ensayando sus movimientos en trajes de colores intensos y con ornamentos brillantes. Es interesante que sea considerado como un ejercicio femenino y que, casualmente, la apariencia impecable y dulce sea requisito para su práctica, a pesar de que implica tanto esfuerzo y disciplina como cualquier otro deporte.
Los cuerpos de las nadadoras están sujetos a un escrutinio que raya lo absurdo. En una escena, una entrenadora le reclama a una de ellas no haberse depilado bien la llamada “zona del bikini”. Cuando la joven le responde que no tuvo tiempo, la mujer le entrega un rastrillo y le dice: “¿También le vas a decir eso a tu marido? ¿Qué no tuviste tiempo?”, como si su cuerpo existiera para el deleite del sexo opuesto.
Ese severo juicio respecto al cuerpo y al comportamiento femeninos termina siendo interiorizado por las mismas chicas. Una de ellas, por ejemplo, señala a Floriane por comerse un plátano frente a las miradas masculinas, porque es algo que “todo mundo sabe que los vuelve locos”. Se responsabiliza a la mujer de los deseos del hombre, e incluso las compañeras de Florian la tachan de “zorra” porque el entrenador la busca con intenciones claramente sexuales, por ejemplo, ofreciéndole insistentemente masajes a pesar de que ella, de entrada, lo rechaza.
En ese mundo navegan las tres protagonistas, aprendiendo a vivir en sus cuerpos y descubriendo sus propios deseos, no aquellos que la sociedad les impone. A fin de cuentas, no necesitan caer en presiones sociales para ser dignas de afecto.
Water Lilies fue estrenada en el Festival de Cannes, donde ganó el Premio Louis Delluc por Mejor Ópera Prima.
FISH TANK (2009)

La protagonista de esta película no es propiamente agradable —¿qué adolescente lo es?—, pero despierta en el espectador una gran empatía, incluso cierta admiración, gracias a la rigurosidad con que la retrata Andrea Arnold, directora y guionista del largometraje.
Mia es una joven problemática que vive en un barrio obrero de Londres con su mamá y su hermana pequeña. Desde el inicio de la cinta su única amiga se aleja de ella por uno de sus impulsos agresivos. Mia, movida por la impotencia que esto le genera, busca pleito con las chicas con las que ahora se junta su recién perdida amistad y termina rompiendo una nariz.
Pero es claro que le duele ser así. Observa con tristeza a la gente de los alrededores ir y venir en grupo mientras ella se va quedando sola.
Es destacable cómo la cámara acentúa, de manera sutil, esa sensación de pérdida no sólo de compañía, sino de inocencia y hasta de esperanza. Cuando la protagonista está en su cuarto, la lente se enfoca en pequeños detalles: una fotografía de niña con uniforme escolar, otra con su examiga, un juguete que dice “te amo”; objetos que indican destellos de un cariño recibido en el pasado, pero que actualmente no parece encontrarse en ningún lado, ni siquiera en su propia casa, pues su madre no es capaz de comunicarse efectivamente con ninguna de sus hijas ni de atender sus necesidades. Su último refugio es el baile: encerrada entre cuatro paredes, practica movimientos de breakdance. De la misma manera, confinada en aquel barrio que cada vez le ofrece menos, se prepara —quizá sin saberlo— para ser libre.
Su hambre de libertad queda de manifiesto cuando, en uno de sus paseos, encuentra una yegua blanca atada con una cadena dentro de un lote con remolques. Como se ve flaca y sucia, Mia traspasa la reja que rodea al terreno e intenta romper la cadena con una roca. Al no tener éxito, va por un martillo a su casa y regresa, pero los habitantes de los remolques —jóvenes un poco mayores que ella— la interceptan y le quitan sus cosas. Ella huye, pero vuelve otro día al mismo lugar. Ahí la recibe uno de los chicos de la vez pasada, quien le da la mochila que le habían quitado y le explica que el animal está bien cuidado, solo que está viejo y enfermo. Mia por fin baja la guardia y comienza a interactuar con él. A la par, otra relación surge en su vida: con el nuevo novio de su madre, Connor.
Se trata de una llegada que promete ser un borrón y cuenta nueva para las tres mujeres. Connor trata bien a la mamá, juega con la más pequeña, escucha a Mia y la motiva a bailar. Las lleva de paseo y, por fin, parecen una familia. Sin embargo, hay algo extraño en las ausencias de este y, poco a poco, los momentos con la adolescente se cubren de una cercanía inapropiada. Ahí donde había seguridad, la ambigüedad empieza a ganar terreno.
Es interesante el desarrollo de estas dos relaciones que trastocan la existencia de la protagonista. Ambas logran que Mia, en determinado momento, deje de estar a la defensiva —su estado por default—, sin embargo, la figura paterna idílica desemboca en situaciones inciertas y angustiantes, mientras con el chico del remolque surge una amistad donde no hay soluciones mágicas ni definitivas, pero sí un apoyo sincero.
Sin caer en mensajes moralizantes ni en el pesimismo social que suele filtrarse cuando se narran historias de barrios marginales, Fish Tank ofrece una mirada hacia la vida de una adolescente que fue arrojada al mundo con muchas carencias, pero que paso a paso encuentra fuerza al encarar su propia vulnerabilidad.
La cinta ganó el Premio BAFTA a Mejor Película Británica, así como el Premio a Mejor Dirección en los British Independent Film Awards.
MUSTANG (2015)

Dirigido por Deniz Gamze Ergüven, este largometraje se desenvuelve en una zona rural de Turquía, donde cinco hermanas huérfanas, de entre 11 y 17 años de edad, viven con su abuela en una amplia casona en la que constantemente reciben la visita de su tío, un hombre estricto que siempre se queja de que tienen “demasiada libertad”.
La película inicia durante el último día del ciclo escolar. Para celebrar, las jóvenes van a la playa con un grupo de amigos. Corren, nadan, juegan luchitas en el agua. Al llegar a casa, sin embargo, la abuela las castiga porque le ha llegado el chisme de que “restriegan” sus partes íntimas contra el cuello de sus compañeros. Es como si sus cuerpos, que ya no son los de una niña, no les pertenecieran más; han sido sexualizados y ahora son motivo de vergüenza.
Por supuesto, la juventud jamás se resigna tan fácil a los límites que el mundo le impone, así que un día Lale, la hermana menor aficionada al futbol, convence a las demás de ir a un partido al que solo asistirán mujeres —ya que el público masculino ha causado bastantes disturbios en el estadio últimamente—. Una vez ahí, la cámara las enfoca y su abuela y sus tías las ven por televisión. De inmediato, una de ellas rompe los fusibles de la casa para que no sean vistas por los hombres presentes, que en ese momento están comiendo, pues el castigo que les esperaría sería bastante severo. Por si las dudas, también lanza piedras a un transformador hasta que todo el pueblo cae en penumbras. Es entonces que nos damos cuenta de que no es que las mujeres de la familia de verdad quieran mantener a las nuevas generaciones enclaustradas sin ningún tipo de diversión, sino que buscan que sean recatadas por temor a que los varones tomen represalias fuertes contra ellas si consideran sus conductas inapropiadas.
Como la situación con sus nietas se le ha escapado de las manos y ya no puede controlarlas, la abuela decide que es momento de casarlas, por supuesto, a través de matrimonios arreglados. El tiempo de vacaciones lo pasan aprendiendo a cocinar y hacer las labores domésticas a la perfección. Uno a uno, los pretendientes llegan a pedir sus manos. Solo una de las mayores logra que la casen con su novio, con quien se veía a escondidas; para el resto, el porvenir no es prometedor.
La habitación que las cinco compartían se va quedando sola con cada boda. Ese espacio seguro donde antes jugaban y reían ahora está marcado por la ausencia y la incertidumbre. Sin embargo, Lale está dispuesta a hacer todo lo posible para huir de ese destino y ayudar a sus hermanas solteras a que también puedan escapar de él. El ritmo de la película es destacable: permite que el espectador viva de cerca el duelo de cada una al darse cuenta de que aquellos días felices juntas han quedado atrás. Sin embargo, otras alegrías son posibles si el futuro no se da por sentado. Si bien hay mucho de dejar ir al crecer, eso no significa resignarse, y las protagonistas de esta historia no son simples víctimas pasivas abandonadas al sufrimiento. No se trata de personajes sin cara ni sin voz, sino de jóvenes que buscan reafirmar su libertad en un lugar que pretende borrar su voluntad.
Mustang fue nominada al Oscar por Mejor Película en Lengua Extranjera, pero quizá su mayor logro haya sido abonar a la discusión sobre los derechos de la mujer en Turquía, donde los sectores más conservadores tuvieron reacciones sumamente negativas en torno a la obra. Eso sólo puede indicar una cosa: historias como esta tienen más poder del que parece, y resuenan en más personas de las que le gustaría a quienes ostentan el poder en una sociedad marcada por la desigualdad. Quizá cada vez son más las mujeres turcas que están a pocos pasos de conquistar su libertad.
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