En la pista de carreras hay dos autos: uno azul y otro rojo. El azul es grande y potente, y es de gasolina. El rojo, eléctrico, es casi tan grande como el azul y, por momentos, más potente. El auto azul es conducido por un temperamental piloto que da volantazos repentinos a la derecha, con los ojos puestos en el retrovisor y en su oponente de al lado. Muy poco mira hacia adelante. El rojo lo maneja un experimentado piloto que tiene la mirada fija en el camino de enfrente, confía en su trayecto ya recorrido, y de vez en cuando mira de reojo a su oponente. Esta imagen me viene a la mente luego de revisar y comparar la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) 2025 publicada por el gobierno estadounidense hace unos días, y el Libro Blanco de Seguridad Nacional (LBSN) 2025, publicado por el gobierno chino en mayo pasado.
Sendos documentos marcan la pauta de la política exterior e interior de cada una de las dos grandes potencias en un contexto mundial de transformación como el que vivimos. Pero aunque hablan de lo mismo, la seguridad nacional, la esencia de sus planteamientos es diametralmente distinta. Y esto es palpable desde la orientación temporal de cada documento. El ESN estadounidense parte de una intención de restauración de un glorioso pasado "americano" y de la corrección del rumbo que tomó la primera potencia mundial tras el fin de la Guerra Fría. A lo sumo, Washington aspira a un renacimiento, una nueva edad dorada fincada sobre los valores tradicionales y los fundamentos nacionalistas ya probados sin un horizonte futuro claro. En contraste, el LBSN chino apunta a dos momentos en el porvenir: 2035 y 2049, este último año del centenario de la república popular. Y si bien Pekín invoca la historia varias veces milenaria de la civilización china, su foco lo coloca en la inauguración de su liderazgo en una nueva era.
La diferencia se percibe también en aquello que ambos países consideran como sus desafíos principales. Para Estados Unidos, los riesgos vienen desde fuentes tradicionales en su mayoría, las cuales son vistas desde una perspectiva estrictamente nacional: el poder e influencia de China, la migración desde el sur, el crimen y el terrorismo, la gobernaza global, el multilateralismo liberal, la agenda proambiental. El futuro común de la humanidad está prácticamente ausente en la ESN. Para China, el cuadro de amenazas es multidimensional. Va desde el injerencismo de fuerzas occidentales anti-chinas, hasta desafíos globales como el cambio climático, pasando por el separatismo territorial y los retos tecnológicos. Al contrario de lo que plantea Washington, Pekín sí observa a la seguridad y estabilidad globales como un elemento fundamental de su propia seguridad nacional.
Un elemento central en ambos documentos es la seguridad económica, pero las perspectivas cambian. Mientras que Estados Unidos coloca el acento en la necesidad de renacionalizar la industria, es decir, meter reversa a parte de la proyección global del capitalismo estadounidense, a través del reshoring y el nearshoring, China apunta hacia una prosperidad económica compartida basada en la seguridad y el desarrollo como binomio inseparable y vinculado a una apertura comercial continua y estable. Quizá el aspecto más llamativo de la estrategia estadounidense en lo económico es la persistencia de su dominio de la energía de fuentes fósiles. En contraste, China pretende colocarse a la vanguardia de la transición energética, desde la producción de insumos hasta la generación de electricidad. En cuanto a la dimensión tecnológica, la diferencia es más sutil. Está claro que ambas potencias pretenden liderar la revolución tecno-científica de la IA. Pero Washington busca la primacía tecnológica para afianzar su predominio en el mundo; Pekín aspira a liderar la revolución de las nuevas tecnologías para controlar los riesgos de seguridad nacional y afianzar la estabilidad social.
Una contradicción aparente en la ESN tiene que ver con la continuidad del sistema de alianzas que Estados Unidos creó para garantizar su hegemonía. La visión trumpista reniega de la forma en la que la potencia americana soportó dicho sistema a la vez que propone mantenerlo aunque recalibrado. Si antes era Washington quien financiaba la proyección y defensa de sus intereses en el mundo a través de alianzas militares como la OTAN, ahora busca que sus aliados financien dicha estructura y, de paso, contribuyan con sus recursos a la preeminencia de los intereses estadounidenses. Es justo lo que el presidente Donald Trump exige hoy de la Europa otanista: "defiéndete y defiende a Ucrania de Rusia con tu dinero, pero cómprame a mí las armas". China, por su parte, rechaza esta visión de política de bloques, que califica como propia de una mentalidad de la Guerra Fría. La multipolaridad atraviesa ambos documentos, pero mientras Estados Unidos promueve un enfoque reactivo de defensa de los valores occidentales, China se plantea liderar un nuevo multilateralismo en donde el Sur Global tenga un mayor peso específico, y en el que la visión de Occidente ya no sea la dominante.
El punto crítico de las concepciones de seguridad nacional de las dos grandes potencias está en la cuestión geopolítica. La ESN estadounidense plantea un nuevo impulso a la Doctrina Monroe, que data de hace dos siglos, con el objetivo de colocar al continente americano como la prioridad de Washington. A través del despliegue de fuerza, Estados Unidos pretende volver a controlar América para contener amenazas como la migración y el narcotráfico, hacerse de recursos y alejar las influencias de otras potencias como China y Rusia. Lo que ocurre en Venezuela debe ser visto desde esta perspectiva. Pero si el hemisferio occidental aparece como prioridad estratégica para la potencia americana, el espacio en donde se gana el futuro económico del mundo está en la región Indo-Pacífico, en la que China ejerce una influencia preponderante. Por ello, para Estados Unidos es fundamental fortalecer el cerco de contención del gigante asiático para evitar, por ejemplo, la anexión total de la isla de Formosa. En contraparte, China plantea la construcción de un escenario de estabilidad en Asia-Pacífico basado en el reconocimiento de los territorios y las aguas que Pekín reclama, incluyendo Taiwán. Aquí es donde colisionan con mayor claridad los intereses del águila americana y el dragón asiático.
Me resulta evidente que mientras la ESN estadounidense muestra un horizonte estratégico anclado en una historia nacionalista, con algunas proyecciones a futuro, sí, pero sólo para restaurar la idea de un mítico pasado glorioso, el LBSN chino proyecta un horizonte de seguridad decididamente hacia el futuro, que incluye el diseño consciente de un nuevo panorama de estabilidad nacional y global para las próximas décadas. Pero el auto azul y el rojo siguen en la pista, hagan sus apuestas.