Inaugurada en el año de 1922 como British Broadcasting Company, la British Broadcasting Corporation (BBC) empezó producción y transmisiones oficiales por Cédula Real, convirtiéndose pronto en un medio de comunicación público cuya credibilidad y prestigio trascendió fronteras en materia noticioso informativa a través de Radio y Televisión desde el Reino Unido para el Mundo.
Sin embargo, cruzando el umbral de sus primeros cien años, nadie habría imaginado que ha estado a punto de redactar en estos días nada menos que su propio epitafio en cuanto a credibilidad.
El reciente escándalo que llevó a la renuncia de su Director General y de la principal responsable de Noticias, ha desatado-y no sin razón-un auténtico debate de fondo sobre la imparcialidad, la ética editorial y el papel de los medios públicos en estos últimos tiempos.
Todo inició a partir de un episodio de Panorama, programa donde se utilizaron dos fragmentos mutilados del discurso del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump hace 4 años; separados por 54 minutos y presentados de manera amañada como si se trataran de una sola declaración, y el resultado fue una transmisión falsa de su mensaje con una fuerte reacción pública, política e institucional bastante gravosa.
En contraparte, el Diario británico The Guardian al igual que otras fuentes periodísticas al interior del Reino Unido confirmaron lo anterior con elementos de prueba suficientes al grado que el Director General de la BBC, Tim Davie, y la Jefa Editorial de BBC News, Deborah Turness, presentaron su renuncia luego de que se revelara que el medio estatal inglés manipuló por instrucciones directas de los mismos muchas partes del discurso que Trump pronunciara el 6 de enero de 2021 -editando secciones completas incluso, para eliminar su llamado a protestar pacíficamente y empalmando frases separadas por espacio de casi una hora.
La Casa Blanca calificó a la BBC como "máquina de propaganda" y criticó que los contribuyentes británicos deban financiarla mientras la cadena pública prometió una investigación interna así como una revisión profesional de sus protocolos editoriales en lo que aumenta la tensión sobre la ética periodística, la manipulación mediática y confianza en los medios manejados por el Estado.
Sin embargo, este asunto no se limita a un "error técnico" como han pretendido vender este acto doloso, o un mal montaje pues para muchos, el presente caso expone vulnerabilidades en los mecanismos de control editorial del medio público más influyente del Reino Unido.
De hecho, para la mayoría de la población británica, esto simplemente viene a confirmar una vez más aquel fenómeno político y mediático que como teleaudiencia sensata y pensante han venido denunciando de manera pública desde hace más de una década, que es lo que despectivamente han venido a denominar nada menos que como la californización de los medios públicos.
Y es que los contribuyentes ingleses tienen años de quejarse no solo de la decrepitud del contenido emitido por este medio oficial de Gobierno sino por su contenido de agenda woke, volcado por completo no solo a la promoción del marxismo cultural sino al odio y autoescarnio incluso de lo que en términos reales significaría el orgullo histórico cultural e identitario inglés, al que se le ha contrapuesto un bombardeo de propaganda política que lejos de informar promueve el ataque constante a los valores cristianos occidentales, el escarnio al ciudadano común de pie al que pretende acusarle de "racista" en la actualidad-por cuestiones históricas ocurridas hace 300 años-y la criminalización del mismo para que este acepte los delitos perpetrados por minorías provenientes de países musulmanes, al igual que la normalización de la infame "ley sharia" en varias ciudades y barrios británicos, sin que las víctimas tengan derecho a defender sus derechos y su libertad de consciencia.
El debate va más allá de Trump-quien celebró públicamente que la calumnia en su contra hubiera sido desenmascarada-pues reavivó cuestionamientos serios sobre la presión o el contubernio que enfrentan los medios de comunicación masiva en un entorno informativo cada vez más polarizado, y que les ha venido a imponer el ser "políticamente correctos", sacrificando la verdad y lo que es correcto sin adjetivos.