Amediados de agosto, tres destructores Aegis zarparon de Estados Unidos rumbo a Venezuela, seguidos por el crucero USS Lake Erie y el submarino nuclear USS Newport News. La maquinaria militar comenzó a llegar a la región a finales de agosto, trasladando alrededor de 4 mil 500 efectivos.
Todo comenzó el 20 de enero, cuando Donald Trump designó a los cárteles del narcotráfico, entre ellos el venezolano Tren de Aragua, como organizaciones terroristas extranjeras. Esto le proporcionó el marco legal para usar las fuerzas armadas estadounidenses contra ellos. El despliegue militar tuvo su momento cúspide con el ataque en días pasados a un bote venezolano supuestamente cargado de droga donde murieron 11 personas.
Como era de esperarse, las preguntas sobre la posibilidad de que esto pudiera ocurrir en México no se hicieron esperar, especialmente en el marco de la visita del secretario estadounidense de Estado, Marco Rubio. Pero, ¿sería posible?
Hay dos razones que me hacen dudarlo. En principio, que más allá de la lucha contra el crimen organizado, el asedio a Venezuela tiene un trasfondo geopolítico. Tras la cumbre entre Trump y Putin en Alaska, que no logró ni un alto el fuego ni una reunión entre Putin y Zelensky, la Casa Blanca intensificó su presión sobre aliados del Kremlin, como Maduro, enviando al mismo tiempo un mensaje a potencias como China, que mantiene fuertes intereses económicos en Venezuela.
Hay razones de peso para descartar un escenario similar en México: la administración Trump ha acusado a Maduro de liderar el Cártel de Los Soles, negándole legitimidad como presidente. En contraste, Trump ha reconocido a Claudia Sheinbaum como jefa del Estado mexicano y con quien puede coordinarse en la lucha contra los cárteles del narcotráfico, aunque no pierde oportunidad de criticar su debilidad frente al crimen organizado.
Lo que hoy vive Venezuela es un caso único no sólo por la acusación contra Maduro como líder del Cártel de Los Soles, sino por la animadversión de Rubio contra el régimen chavista. Rubio, hijo de cubanos, ha sido un crítico feroz de las dictaduras de Cuba y Venezuela por años, y en su nuevo cargo no hace más que amplificar su aversión.
Para México, la reunión con Rubio marcó la pauta: el trato será distinto al de Venezuela. No veremos, por ahora, destructores cargados de misiles ni submarinos nucleares frente a nuestras costas. La visita de Rubio fue al mismo tiempo una advertencia y un guiño de tranquilidad. Advertencia, porque el ataque al bote venezolano fue un mensaje directo a cárteles como de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, ya designados como organizaciones terroristas: si la Casa Blanca percibe debilidad o falta de cooperación, no dudará en escalar. Pero también un guiño de tranquilidad: mientras México siga alineado con Washington en seguridad y migración (con Guardia Nacional en la frontera, drones estadounidenses sobrevolando nuestro territorio o acciones encubiertas) Trump mantendrá su mano dura fuera de nuestras fronteras.
Sin embargo, creer que ese margen es permanente sería ingenuo. Con Trump, todo puede cambiar en un tuit; de ahí lo revelador del silencio de México tras el ataque al bote venezolano. Sheinbaum busca balancear su afinidad ideológica con Maduro y Cuba con la relación con EU. Pronunciarse habría tensado la visita de Rubio. México debe diferenciarse de Venezuela sin traicionar su narrativa interna. El canciller De la Fuente evadió las preguntas escudándose en el principio de no intervención, pero su cautela difícilmente pasó desapercibida en Washington.
En lo que respecta a Maduro, es probable que marines, barcos de guerra y submarinos nucleares sigan merodeando sus aguas mientras convenga a los intereses de la Casa Blanca.
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