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¿Una IA para dominar el mundo?

Arturo González González

Entre la primera máquina de vapor de pistón de Thomas Newcomen y la versión mejorada de James Watt, transcurrieron poco más de 50 años. Así eran los tiempos de los avances en la primera revolución industrial. Hoy son suficientes poco más de 50 semanas para que ocurran mejoras sustanciales en los modelos de inteligencia artificial generativa. Pronto serán algo más de 50 días. Así son los tiempos de los avances en la cuarta revolución industrial. Entramos en el terreno de la velocidad exponencial que se mide en 5x, 10x… 40x. Y esta aceleración en las capacidades de memoria, cómputo y aprendizaje está vinculada a la carrera entre las potencias tecnológicas consolidadas y emergentes. Estados Unidos y China la lideran, por mucho. Si bien su objetivo es colocarse a la vanguardia de la ola de IA, sus estrategias y tácticas son diferentes y dependen de sus respectivos modelos económicos y tecnocientíficos.

Pero no nos confundamos: esta no es una nueva Guerra Fría. Se trata de una competencia estratégica que combina, por un lado, una alta dosis de rivalidad y, por el otro, una marcada interdependencia. La primera estaba presente en el duelo entre la URSS y EUA; la segunda no. Eran dos bloques política, ideológica y económicamente cerrados. En el presente, tanto los Estados Unidos como China forman parte de un sistema capitalista de alcance global, aunque con sus particularidades. El mundo del primer cuarto del siglo XXI, con su fuerte competencia geopolítica, se parece más al mundo del primer cuarto del siglo XX, cargado de rivalidad imperialista. Y si hace un siglo buena parte de la pugna se debía al dominio de las fuentes de carbón, hierro y petróleo, ahora la lucha se traslada al control de las cadenas de suministro y producción de tierras raras, semiconductores y circuitos integrados.

Estados Unidos ve a la inteligencia artificial como un requisito para mantener su primacía en el mundo, aunque no ya su hegemonía. Ser el primero sin tener que ser el líder. Para conseguirlo, trabaja en un plan de dos rutas: la primera es la inversión masiva en innovación para la reindustrialización con tecnología 4.0; la segunda es la contención activa de las crecientes capacidades tecnológicas de China. La tendencia ya se observaba en la Administración de Joe Biden. En agosto de 2022, el gobierno estadounidense lanzó el CHIPS and Science Act, fundamento de una nueva política industrial. Con la legislación de vanguardia se empujó una inversión histórica de 280 mil millones de dólares para investigación y fabricación avanzada de semiconductores y circuitos integrados. Estados Unidos entendió que, en un naciente mundo multipolar, no podía seguir dependiendo de las cadenas asiáticas de suministro tecnológico. La escasez de chips durante la pandemia fue una dura lección que Washington tuvo que aprender.

La ley CHIPS y Ciencia de Biden significó el retorno del Estado a la rectoría de la economía y el desarrollo. La renovada intervención estatal se tradujo en subsidios directos e indirectos para las empresas que construyan en Estados Unidos plantas de fabricación de semiconductores y circuitos integrados, y en una inyección de recursos para la investigación y el desarrollo de nuevas capacidades en IA, robótica avanzada y computación cuántica. Aunque Trump ha criticado las acciones de Biden en este sentido, en su segunda administración ha pisado el acelerador hacia el nuevo paradigma que defienden los asesores de la Casa Blanca: seguridad económica es igual a soberanía tecnológica. En la ruta, el presidente republicano ejecuta el America's AI Action Plan que complementa las medidas de su antecesor demócrata. El objetivo manifiesto del plan es "ganar la carrera de la IA…" a China.

El documento incluye 90 acciones desplegadas sobre la base de tres ejes. El primero es la aceleración de la innovación a través de la desregulación, el impulso de modelos de código abierto y el respaldo a la comercialización de las nuevas tecnologías. Segundo: creación de una IA de infraestructura estadounidense, lo que implica la agilización de permisos para la edificación de centros de datos, plantas de semiconductores y circuitos integrados, y la formación del personal más calificado de la industria. Y el tercero es el mantenimiento de la primacía de Estados Unidos en diplomacia y seguridad cibernéticas para construir un ecosistema tecnológico alineado a los intereses de Washington y fuera de la esfera de influencia de Pekín. Este último eje se vincula con la ruta de contención que la Casa Blanca quiere apuntalar contra China. Aquí se observan otros dos ejes: la aplicación de controles de exportación de servicios y bienes intermedios avanzados hacia el gigante asiático, y la restricción del acceso de las empresas chinas a los mercados de países socios y aliados de Estados Unidos.

Si la estrategia del águila americana es reactiva, es decir, no perder su posición de privilegio en las alturas, la del dragón asiático es proactiva: utilizar la ventaja tecnológica para afianzar su ascenso y la constitución de un orden mundial post estadounidense. Para lograrlo, Pekín cuenta con un arma que no posee Washington: un poder altamente concentrado que pone todas las capacidades del Estado al servicio del mismo objetivo. La república estadounidense es un modelo sustentado en los contrapesos y la dispersión del poder. Y si bien Trump intenta revertir esta "desventaja" poniendo en práctica la teoría del ejecutivo unitario, el sistema chino le lleva décadas, si no es que siglos, de ventaja en el ejercicio vertical del poder. El gobierno del presidente Xi Jinping no pretende sólo superar a Estados Unidos, su apuesta es impulsar sus propios estándares globales y estructurar un nuevo ecosistema digital y tecnológico sin los "sesgos" de Occidente.

A finales de 2024 el gobierno chino lanzó la iniciativa AI plus con un objetivo más ambicioso que el estadounidense: incorporar la inteligencia artificial al 90 % de su economía real para 2030. Significa que prácticamente toda la producción del país utilice la IA en sus procesos para ser más eficiente, controlable, escalable, resiliente y valiosa. Se trata de una transformación completa de la sociedad. Para cumplir el objetivo Pekín ha aprobado un plan quinquenal 2025-2030 para alcanzar la autosuficiencia tecnológica y dejar de depender de servicios, maquinaria y bienes intermedios de alto valor originarios de Estados Unidos. Paradójicamente, las medidas de Washington contra Pekín se han convertido en el mejor acicate de la revolución tecnológica Made in China. Mientras Washington se empeña en contener y cercar al gigante asiático, éste redirecciona ingentes cantidades de recursos para consolidar una base industrial de circuitos integrados avanzados. Además, el gobierno de Xi cuenta con la baza de las tierras raras, de las cuales China posee la preponderancia en el mercado mundial.

Los planes de Estados Unidos y China enfrentan sus propios obstáculos, además de los que se procuran mutuamente. Pero es un hecho que ambos países están modelando el futuro de la revolución tecnológica, aunque no son los únicos jugadores.

urbeyorbe.com

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Escrito en: Calidad del aire Torreón

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